Mié 17.10.2007

CONTRATAPA

La soledad del abismo

› Por Eric Nepomuceno*

Hay por estos días en Brasilia un hombre especialmente amargado, resentido, vengativo y peligroso. Es verdad que en la capital brasileña existen montones de tipos así, pero uno, en especial, preocupa al presidente Lula: Renan Calheiros, que acaba de decidir que renunciará a la presidencia del Senado y del Congreso, luego de pedir una licencia de 45 días. La decisión fue tomada el pasado lunes. No dio pistas de cuándo la anunciará oficialmente. Pero no depende sólo de él. Adversarios, opinión pública y hasta antiguos aliados sueñan con empujarlo al fondo del abismo. El resistió mientras pudo. Sabía que había perdido, pero quiso mantenerse en la superficie. Si caía, no volvería. Cayó. Falta saber a qué horas de qué día hará el anuncio oficial. A lo mejor, hoy. Pero trata de mantener algo de su antiguo poder. Para seguir chantajeando.

Para no dejar la presidencia del Senado, a lo largo de los últimos cinco meses Calheiros chantajeó, amenazó, traicionó y mostró sus garras, destrozando cualquier límite. Tantas hizo que terminó aislado. Lula quería que pidiese una licencia de 120 días o que presentase la renuncia definitiva. En un primer momento, tuvo que contentarse con menos. Calheiros pidió una licencia de 45 días. Lula dice que se mantuvo al margen del tema. Eso es tan cierto como asegurar que Calheiros es un primor de decencia, que Astor Piazzolla era bailarín y Jorge Luis Borges, flautista. Al fin, el pasado lunes Calheiros entendió lo que todo el país sabía desde hacía varias semanas: estaba liquidado.

El senador todavía enfrenta cuatro juicios en el Senado. Si es condenado pierde la banca y sus derechos políticos por diez años. Y pierde la inmunidad parlamentaria. Puede ir a la cárcel. Su principal arma para sobrevivir fue amenazar con volver a la presidencia de la Casa y enloquecer al gobierno. La amenaza de la oposición y de varios senadores de la base aliada era paralizar las actividades del Senado mientras Calheiros no renunciase definitivamente. En cualquiera de los casos, el gobierno se perjudicaba, y mucho.

De inmediato, el senador perdió algunos privilegios. Sale de la estupenda mansión en un barrio aristocrático de la capital y tendrá que contentarse con un piso convencional. Perdió el despacho del tamaño de una cancha de tenis con un batallón de funcionarios elegidos por él. Ya no podrá solicitar aviones oficiales para desplazarse de un lado a otro. ¿Cómo será enfrentarse a las filas en aeropuertos, vulnerable a la indignación pública?

No son futilidades: en el juego del poder, las apariencias son fundamentales. Significan muestras de fuerza que producen beneficios paralelos. Pueden hacer riquezas súbitas y transformar a cualquiera en un seductor irresistible. Calheiros lo sabe. Al fin y al cabo, toda esa crisis surgió cuando una descartada amante, madre de una hija suya, filtró a la prensa que recibía la pensión pagada por una constructora, y no por él. Así empezó el derrumbe de un tipo que desde hace treinta años ronda el poder, no importa quién lo detente, y siempre con los mismos métodos. Que de pobre estudiante se hizo millonario sin haber tenido otro trabajo en la vida que no fuese la política. Es decir, esa clase de política que, expuesta por la ex amante, lo llevó al borde del abismo. Lo curioso es que hasta ahora esos métodos de Calheiros nunca molestaron a sus pares. Con Fernando Henrique Cardoso llegó a ministro de Justicia. Con Lula, a la presidencia del Senado.

En todo caso, creyó que algo de munición le quedaba. Dejó claro que podría volver en el crucial período en que su ausencia más interesaría al gobierno, que depende del Senado para hacer aprobar la prórroga del impuesto sobre operaciones bancarias que es la fuente principal de recursos para sus programas sociales. Todavía quiere negociar: renunció a la presidencia pidiendo que le aseguren que no perderá la banca de senador. Sin sus inmunidades, es elevadísimo el riesgo de ver su foto con las manos esposadas estampada en la prensa, como un raterito de mercado, lo que sería indigno de su trayectoria, bastante más elevada y consistente.

Los próximos días serán de mucha tensión, presión y disputa. El puesto de Calheiros es esencial para todos. Quien lo reemplace tendrá que agradar a tirios y troyanos.

Mientras tanto, la revista Playboy celebra su edición de octubre. La estrella máxima es Monica Veloso, la chica que le dio a Calheiros una hija inesperada y carísima, y ahora revela –además de sus encantos– que está escribiendo un libro sobre la vida en Brasilia. En el Congreso se vendieron ejemplares como agua en el desierto. Ha sido el colmo de la desmoralización del presidente de la Casa: por pasillos y despachos, por el café y las oficinas, de parlamentarios a visitantes, de mensajeros y porteros a custodios y empresarios, todos comentaban cada centímetro de los predicados de la señora, generosamente exhibidos en la revista. En ese clima, Calheiros capituló. Primero, anunciando que regresaría en 45 días. Luego, que se iba de la presidencia pero que pretendía mantener su escaño. A ver.

Renan Calheiros dejó el borde del abismo y se hundió de una vez, mientras sus pares contemplan los detalles de quien detonó esa historia. Y se prepara para nuevas batallas solitarias, bastante más ingratas –y menos placenteras– que las del amor clandestino.

* Periodista y escritor brasileño. Especial para Página/12.

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