› Por Juan Gelman
El Premio Nobel de la Paz 2007 fue compartido, como es notorio, por Al Gore y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés). Es notable que ni en el discurso del ex vicepresidente estadounidense, ni en los informes del IPCC premiados, hubiera una mención al desarrollo de armas climáticas en el que están empeñados los EE.UU. desde hace más de medio siglo. También Rusia y Europa han comenzado esa carrera.
Es un tema que rara vez aparece en las discusiones y/o investigaciones sobre el llamado calentamiento global o efecto invernadero que el planeta padece. En su informe final sobre las alternativas de defensa del país, la Fuerza Aérea norteamericana registra que a fines de los ’40, con la Guerra Fría más caliente que nunca, el Pentágono investigaba ya la posibilidad de instrumentar “formas de guerra climática inimaginables” (csat.au.af.mil, 2005). Esto entraña una tecnología que Washington sigue perfeccionando en el marco del Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia (Haarp, por sus siglas en inglés), establecido en 1992. Que no es broma.
Los fines declarados del Haarp son inocentemente científicos, pero pareciera que más bien se busca lograr un arma de destrucción masiva capaz de desestabilizar el sistema ecológico del mundo. Lo dice el informe citado: “La modificación del clima formará parte de la seguridad nacional e internacional y podría llevarse a cabo unilateralmente... Ofrece una amplia gama de opciones posibles para derrotar o frenar a un adversario... Puede tener aplicaciones ofensivas y defensivas y hasta ser empleada con propósitos disuasivos. La capacidad de generar lluvias, niebla y tormentas a nivel terrestre o de modificar el clima exterior... y la producción de un clima artificial son elementos de un conjunto integrado de tecnologías (militares)”.
En Gakona, Alaska, la Fuerza Aérea, la Marina y la Oficina de investigación de proyectos avanzados de defensa del Pentágono han instalado 180 antenas que funcionan como una sola y son capaces de emitir hasta un billón de ondas de radio de alta frecuencia que introducen una masa ingente de energía en la ionosfera, o capa superior de la atmósfera, que reenvía hacia ésta radiaciones que aumentan su temperatura. Se puede así inducir un cambio en la ionosfera que permite alterar el clima de una zona seleccionada de la superficie terrestre con secuelas desastrosas: lluvias excesivas, inundaciones, multiplicación de huracanes, sequías prolongadas, terremotos, la interrupción del suministro eléctrico y de las comunicaciones por cable, accidentes graves en gasoductos y oleoductos, etc. ¿Será un arma de la guerra geofísica? En el sitio oficial que explica el proyecto puede leerse que “Haarp es un empeño científico destinado a estudiar las propiedades y el comportamiento de la ionosfera, con énfasis particular en su comprensión y su uso para incrementar los sistemas de comunicaciones y de vigilancia, tanto con propósitos civiles como con finalidades de defensa” (www.haarp.alaska.edu). Parece claro.
El economista canadiense Michel Chossudovsky señala que la manipulación del clima permitiría a EE.UU. dominar regiones enteras: “Sería el arma preventiva por excelencia. Se puede dirigir contra países enemigos o ‘naciones amigas’ sin su conocimiento, utilizarse para desestabilizar economías, ecosistemas y la agricultura. Podría asimismo devastar los mercados financieros y comerciales. Una agricultura desestabilizada crea mayor dependencia de la ayuda alimentaria y de la importación de granos procedentes de EE.UU. y de otros países occidentales” (www.theecologist.net, diciembre de 2007). Hay más: sus efectos pueden ser graves para el cerebro y el comportamiento humanos.
El Pentágono hizo pública por primera vez la utilización bélica de las técnicas de modificación del clima en 1974: hacía siete años que con esa tecnología concentraba nubes sobre Vietnam y Camboya para incrementar las lluvias en las zonas seleccionadas, provocar derrumbes de tierra y tornar intransitables las rutas por la que Hanoi enviaba suministros al Vietcong (english.prav da.ru, 15-1-03). Esto condujo a la Asamblea General de las Naciones Unidas a aprobar en 1977 una convención que prohibía “el uso militar u hostil de técnicas de modificación ambiental que causan efectos graves, generalizados y duraderos”. Este principio fue incorporado en el proyecto de convención sobre el cambio climático de la ONU que se debatió en Río de Janeiro en 1992, pero la cuestión se ha convertido en una suerte de tabú. Aunque tácitamente se acepta su existencia, los debates en la ONU se centran en el protocolo de Tokio, que EE.UU. rechaza. The rest is silence.
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