Lun 07.01.2008

CONTRATAPA

Harvey y la circulación de mi sangre

› Por Leonardo Moledo

–Con Harvey me pasa algo raro –le digo a mi amigo F**–, ¿será que me impresiona la sangre?

–Yo dono sangre una vez por mes.

–En 2007 se cumplieron 350 años de su muerte y estuve todo el año tratando de escribir sobre él sin éxito.

–Andá a donar sangre –me dice F**–. Tal vez te inspire.

–Bueno. –Y lo hice. Mientras me recostaba en la camilla, empecé a hablar con la enfermera, una gorda terrorífica que, según me enteré después, había sido campeona de levantamiento de pesas.– Harvey nació en Folkestone, Kent, Inglaterra, en 1578 y era hijo de un próspero comerciante –le dije.

–¿Qué Harvey? –vociferó la enfermera–. Harvey Tompkins (Harvey Tompkins es un diseñador inglés de ropa para enfermeras. Sin embargo, todo me hace suponer que se trata de un personaje imaginario).

–William Harvey, el descubridor de la circulación de la sangre. Estudió en The King’s School, en Gonville y Caius College, en Cambridge, y en la Universidad de Padua. Después regresó a Inglaterra, donde se casó con Elizabeth Browne. Se convirtió en médico del Hospital de San Bartolomé en Londres.

–Eso lo sacó de la Wikipedia –me interrumpió la gorda, mientras me apretaba el brazo con un torniquete feroz y aprontaba una aguja para ensartármela en la vena–, ¿o usted se cree que yo no uso el google?

–Wikipedia o no –dije–, es verdad –me clavó la aguja, pero no le pegó a la vena y empezó a hurgar en mi pobre carne trémula–. Usted debe ser aficionada a Almodóvar –comenté–. Por eso le hago caso a mi amigo que me dijo “hablá con ella”.

–Cierre el puño,

Lo cerré. Veía las estrellas, hasta que la aguja finalmente se clavó en mi vena, y la roja sangre empezó a subir hacia como quiera que se llame lo que cuelgan para almacenarla. Me sentía el ruiseñor del cuento de Oscar Wilde, tiñendo al rosal.

–Hasta el Renacimiemnto, predominaron las ideas de Galeno –dije.

–Cierre el puño y bombee –me dijo la enfermera–. Y déjese de pensar en Harvey. ¡Abra y cierre el puño, maldito sea!

–No se haga mala sangre –dije–. ¿Qué mejor momento que éste para pensar en Harvey, dado que se cumplió un aniversario de su muerte? Le decía que hasta el Renacimiento predominaba el sistema de Galeno (siglo I), con sus cuatro humores y sus aparatos fisiológicos y sus órganos correspondientes. Para Galeno, el hígado elabora el “quilo” del sistema alimentario y lo convierte en sangre venosa, que fluye y refluye en las venas con un movimiento semejante al de las mareas. La sangre se distribuye a través del cuerpo por los nervios, que Galeno suponía huecos.

–Abra y cierre el puño, ¿quiere?

–Por otra parte, el “calor innato”, que procede del corazón, impregna todo el cuerpo y distingue a los vivos de los muertos. El corazón es naturalmente el órgano más caliente, una especie de horno que se consume a causa de su propio calor cuando no está convenientemente refrigerado por el aire de los pulmones. Este sistema de Galeno fue el fundamento de la medicina, de la anatomía y de la fisiología durante siglos.

Durante el Renacimiento, el médico y teólogo español Miguel Servet intuyó lo que se conoce como “pequeña circulación” entre el corazón y los pulmones. Su obra quedó trunca porque fue quemado vivo por Calvino en 1553. Luego, Andrés Cesalpino (1519-1603) tuvo el valor de desbancar al hígado, sosteniendo que no es el centro del movimiento de la sangre sino que el centro es el corazón.

Finalmente, William Harvey reunió y organizó todo en un sistema acabado, y le dio una interpretación definitiva al problema. Para Harvey, el corazón no era un horno sino una bomba y la sangre fluía de él para alimentar los órganos. Pero todavía necesitaba dar el salto desde la mera circulación de la sangre hasta la circularidad del movimiento, que se convirtió en el concepto base de la fisiología moderna. El razonamiento que hizo posible este salto fue en todos los sentidos brillante y abrió el camino que iba de la cualidad a la cantidad, del antiguo mundo de los humores y los espíritus vitales al mundo moderno de los termómetros y los electrocardiogramas (digamos que muy al estilo de la época, cuando empezó a considerar la posibilidad del movimiento circular lo ligó con el movimiento de los planetas alrededor del Sol, vinculándolo con la teoría heliocéntrica de Copérnico).

Pero además utilizó un argumento cuantitativo de peso: calculó que el hígado necesitaría producir 270 litros de sangre por hora para que el cuerpo funcionara, lo cual era un disparate, por lo que concluyó que la sangre se va reciclando. Anunció el descubrimiento del sistema circulatorio en 1616 y en 1628 publicó Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus (Un estudio anatómico sobre la moción del corazón y de la sangre de los animales), donde basándose en el nuevo método científico, argumentó con multitud de experimentos que la sangre era bombeada alrededor del cuerpo por el corazón en un sistema circulatorio.

–Ya está –me dijo la enfermera, sacándome aguja y torniquete; arriba se balanceaba el “no sé cómo se llama” lleno de mi preciosa sangre circulatoria–. ¿Se siente mareado?

–No.

–Acompáñeme y firme esto –me dijo.

–Harvey murió el 3 de junio de 1657 –dije, feliz de haber terminado mi tardío y sufrido homenaje. La enfermera, con el NSCSLL en la mano, me dio un formulario para firmar –sólo me falta decir que... – mientras me inclinaba para hacerlo, abrió una heladera que había detrás, y lo arrojó adentro... involuntariamente levanté la vista y vi... vi...

...montones de bolsas llenas de sangre llenando la heladera; sangre como para justificar una batalla, apilada en una pirámide que hubiera hecho temblar a todo un team de sacerdotes aztecas....

Me desmayé. Cuando me despertaron con un baldazo de agua, me había olvidado de lo que faltaba decir.

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