› Por Rodrigo Fresán
desde Barcelona
UNO Ahora es el momento en que los camellos y los tres reyes magos enfilan hacia el horizonte del año que viene y la gente comienza a preguntarse qué pasó. “Vamos subiendo la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”, dice una canción refiriéndose a otra época del año –la noche de San Juan–; pero el verso del final es igualmente aplicable a estos días. Porque ahora es la llamada cuesta de enero, la hora de sacar cuentas y pagar las facturas y la resaca de la euforia se levanta como un manto de niebla y el panorama no es lo que se dice auspicioso. Y no sólo es enero; también es 2008. Y todo parece indicar que éste va a ser un año de aquellos en el que sólo los muy resistentes llegarán enteros para alzar las copas las próximas Navidades, el próximo 31, el 6 de enero del 2009. Mientras tanto y hasta entonces, por estas partes, todos están tan expuestos como el cuarto rey mago.
DOS Me enteré de la existencia del cuarto rey mago Arbatán –nombre más digno de monstruo radiactivo de película japonesa– cortesía de un documental del History Channel. Parece que a Arbatán todo le salió mal. Salió tarde para el pesebre, ayudó a demasiada gente por el camino, perdió el rastro de la estrella nova de Belén, fue preso durante más de tres décadas y recién liberado justo para la crucifixión de Cristo. Entonces –cuando el Mesías resucitó provocando un modesto pero atendible sismo– a Arbatán, subiendo hacia el Gólgota, lo mató un balcón que se le vino encima. Eso sí: mientras agonizaba, Arbatán escuchó la proverbial voz del Salvador que le prometía un dulce Más Allá, Más Adelante. Pero nada bueno para el aquí y el ahora. Más o menos así –como el sufrido Arbatán– se siente hoy buena parte de los españoles.
TRES Y es que la llegada del 2008 trajo varios pequeños terremotos, varios golpes y dolores de cabeza: anuncios de fallos en la economía del país, desaceleración del crecimiento, desempleo subiendo al 5,27 por ciento, inflación alcanzando el 4,3, aumento del agua y la luz y el gas y el transporte público por encima de ese índice (de acuerdo, para cualquier apocalíptico marine argentino entrenado en cosas como el riesgo país y con varios Vietnam encima, éstas son cifras casi risibles, pero aún así...) y todavía falta sentir de cerca los hasta ahora distantes pero audibles ecos de la crisis hipotecaria en EE.UU. Sumarle a esto la virulenta campaña política por las elecciones de marzo, los arranques de la cada vez más belicosa Iglesia y sus cruzados purpurados, los paros en las clínicas de abortos, los destrozos y percances varios –en Barcelona– por la cada vez más lenta llegada del tren de alta velocidad y –también en Barcelona– los aullidos de turistas alcoholizados –cada vez más parecidos a esos vampiros de Soy leyenda– corriendo por las calles y la “detención violenta” de un par de etarras y... Pero lo que de verdad importa y preocupa es la economía. El principio del fin del boom español y toda una sociedad endeudada por cuestiones de ladrillos en edificios como esos que sepultaron a Arbatán o por el peligroso pacto plástico con las tarjetas de crédito. La otra noche el programa de televisión Callejeros salió a los mercados a registrar el aumento en los precios de los alimentos y en el enojo de los que se alimentan. Gente protestando frente a carnes y verduras y frutas. Vendedores persignándose y clientes de rodillas. “La culpa de todo la tiene la llegada del euro”, gemía alguien demasiados años tarde. Y yo todavía me acuerdo, sí, de esa noche epifánica, cuando llegó la gran moneda europea: todos tan contentos, todos corriendo a los cajeros automáticos para extraer los flamantes y perfumados papelitos sin darse cuenta de que todo cambiaba para siempre, que la vigorosa nueva divisa no sacaba músculos en los viejos y peseteros sueldos y que, de pronto, todo era más caro.
CUATRO El pasado domingo, El País reveló que en el gobierno se lo veían venir y que el verano pasado un ex ministro socialista le aconsejó a Zapatero que adelantara las elecciones a otoño, antes de que cambiara el ciclo económico y que hubiera que ponerse a hablar en público de números. El presidente de gobierno no le hizo caso y argumentó que no quería por cuestiones de “pedagogía política”: había que agotar la legislatura porque así lo dicen los manuales y los calendarios. Y, tal vez, porque lo mismo le sugirieron en su momento a Aznar quien en 1999 desoyó las voces agoreras de los oráculos y aún así arrasó en marzo del 2000 consiguiendo mayoría absoluta. Lo mismo –aunque con mayoría simple– le pasó a González en 1993. Así que allá va y allá vamos y más de uno se pregunta si la obsesión de Zapatero con Don Quijote... eh... bueno... Una cosa es cierta aquí y ahora: el PSOE apenas aventaja al PP en las encuestas.
Y, para marzo, todo será todavía un poquito más caro.
CINCO Por eso, a comprar que se acaba el mundo. No importa lo ya gastado o las deudas contraídas en Navidad y Fin de Año y Reyes. Aquí llega –un año más– el rito pagano de las rebajas. Otra vez, en los noticieros, la misma perturbadora postal: la apertura de las puertas de alguna mega-tienda (El Corte Inglés suele ser la que mejor fotografía) y las multitudes entrando a lo bestia, como orcos de Saurón, dispuestas a luchar a muerte por una falda o un pantalón o lo que sea y después correr hacia las cajas registradoras con el botín y de vuelta a casa. Y ahí nomás, supongo, el súbito horror de la encandilante iluminación: ¿para qué compré esto? ¿Lo compré nada más porque estaba con un 50 por ciento de descuento? ¿Cuál era el porcentaje de interés de mi Visa? ¿Dónde enseñan pedagogía consumista? ¿Hace frío o soy yo el que tiembla?
SEIS Y el Departamento de Salud advierte que para dentro de dos semanas caerá sobre nosotros una epidemia de gripe. ¿Hay que creerles? ¿Serán tan “eficientes” como los encargados del servicio meteorológico? ¿Pedagogía virósica? Quién sabe. Por lo pronto, la televisión no deja de emitir avisos de remedios y el problema es que no entiendo la nueva publicidad de Frenadol, mi antigripal de cabecera. ¿Significa esto que debo dejar de consumirlo? También es verdad que la gripe, con medicamentos, se cura en siete días. Y que sin medicamentos se cura en una semana... Lo cierto es que los hospitales ya trabajan a full –11.000 pacientes diarios– y la cosa ni siquiera ha comenzado, parece. Se viene un tsunami de estornudos. Y todos seremos mocosos y flemáticos. Y los que supuestamente saben precisan que –a la hora de evitar el contagio– es más seguro besarse que darse la mano. Pero vaya uno a saber si es cierto: se dice cada cosa cuando se acabaron las fiestas.
SIETE Descansa en paz, Arbatán. Pero no creo que puedas.
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