HIMNOSIS
› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
El viernes de la semana pasada, los españoles se despertaron y se pusieron de pie y firmes con la noticia de que el himno nacional, por fin, tenía letra. Se acabó el “lalalá” de tantos años y ahora las grandes galas deportivas podrán contar con las voces de Alejandro Sanz o Isabel Pantoja cantando “¡Viva España! / Cantemos todos juntos / Con distinta voz / Y un solo corazón”. No era la primera vez que se intentaba –ya hubo estrofas para esta partitura marcial en 1908 y en 1939–, pero parece que esta vez la cosa prosperará siempre y cuando el Congreso lo autorice y legitime. Vascos y catalanes ya se mostraron en contra porque consideran que los versos “ensalzan valores nacionales”. Muchos lo consideran un tanto “rancio” y “muy políticamente correcto”. Otros se muestran encantados de poder “decir algo” y Plácido Domingo lo estrenará oficialmente en unos días. Mientras tanto, y por ahora, el autor del asunto –y ganador entre 7 mil participantes del concurso convocado por el Comité Olímpico Español– está más que contento, y en la rueda de prensa se lo veía un tanto superado por el honor y los flashes: el hombre se llama Paulino Cubero, manchego de 52 años, desempleado. Y, cuando le preguntaron cómo se definía, contestó sin dudarlo: “Soy un perdedor”.
“¡Viva España! / Desde los verdes valles / Al inmenso mar / Un himno de hermandad”, sigue la cosa mientras todo se agita y se calienta en este momento preelectoral. Aumentan los rumores de apocalipsis bursátil y recesión con lo que, se presume, habrá muchas plazas libres en los centros comerciales que recientemente crearon zonas “aparca-maridos” para entretener a esposos mientras las esposas hacen arder las tarjetas de crédito. Se apresura lentamente todo lo que se puede las obras del tren de alta velocidad Madrid-Barcelona. España se pone a la cabeza del consumo de cocaína en Europa y, para sorpresa e indignación de sus habitantes, resulta que Miranda de Ebro es la segunda ciudad más veloz del mundo –Nueva York es la primera– a la hora de aspirar rayas blancas: 97 por cada mil personas al día y esnifemos todos juntos con distinta nariz, pero un solo corazón. Se sacude el PP con la crisis abierta por la salida del alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, en un sainete que cada vez se parece más a una versión conservadora de Los Soprano. Zapatero preside una un tanto desangelada reunión por eso de la Alianza de Civilizaciones. Y ETA cualquier día de éstos produce una noticia bomba. Mientras tanto, afuera, la salvación no parece residir en “experiencias religiosas” de las que tiempo atrás susurraba y gemía el ahora de capa caída Enrique Iglesias, pero que cualquier día de estos cantará emocionado el himno en alguna final de fútbol: el Papa más retrógradamente innovador de la Historia da misa de espaldas a los fieles en plan Miles Davis y el cientólogo Tom Cruise –de acuerdo con una flamante biografía– es alguien todavía más raro de lo que parece. Pero lo que a mí verdaderamente más me interesa es la noticia del retorno de El Solitario a la Patria.
¿Asaltó El Solitario algún banco de Miranda de Ebro? ¿Habrá vuelto a España desde Portugal, donde finalmente lo atraparon el pasado julio, esposado y cantando “Ama a la Patria / Pues sabe abrazar / Bajo su cielo azul / Pueblos en libertad”? Quién sabe... Lo que sí es seguro es que yo siempre había querido escribir sobre El Solitario –alias Jaime Jiménez Arbe–, pero se fueron acumulando y arrugando los recortes, y pasó el tiempo y me prometí hacerlo cuando lo extraditaran, y aquí me tienen y aquí lo tienen: el hombre más buscado del país durante siete años, acusado de tres asesinatos y de más 30 asaltos, donde sumó unos 600 mil euros de botín. Siempre disfrazado con absurdas pelucas y bigotes, y con las manos cubiertas con cinta adhesiva para no dejar huellas (por qué no guantes descartables, me pregunto), y quien se preparaba para retirarse y casarse luego de un último golpe que no salió bien. Y ahí, sí, las fotos en comisaría con sonrisa de payasín y pulgar levantado, la exigencia à la Rambo de que se le diera “tratamiento militar” y la esperpéntica salida del juzgado donde primero pidió que cubrieran su rostro, y cuando un inspector le dijo que “el criminal más famoso de España” no podía mostrarse escondiéndose como un cobarde, reflexionó un “tenéis razón” y se presentó gritándoles a los periodistas: “Hola a todos. Soy El Solitario. ¡Salud, españoles!”. Después, claro, las averiguaciones sobre su pasado: que había sido un niño inteligente y melómano, que en la adolescencia se volvió muy agresivo y “el malo de la clase”, que “era listo y guapo, y hubiera podido ligar lo que hubiera querido”, fue integrante del grupo musical Los Rocker (sic) y que acabó convirtiéndose en “un macarra violento con melena hasta la cintura” y que “empezó a ir en moto y a pegar con cadenas, muy La naranja mecánica”. Y que ofrecía “heroína, chicas y porros y se hacía llamar El Ruso”. Después se pierde su rastro –se lo avista en Inglaterra, Suecia–, hasta el día de su detención y la sorpresa de vecinos y familiares. Un hijo declaró que nunca le preguntaban a su padre en qué trabajaba para no ponerlo de mal humor. El mismo hijo que –cuando el periodista le preguntó qué pensaría si alguna vez se filma una película sobre su padre– comentó esperanzado y con un hilo de voz: “¿Te parece que me llamarán para protagonizarla?”. Por estos días se emite un programa de televisión, ficcionalizando vida y obra de El Solitario. Es un principio. Ya está aquí el hombre que, al ser interrogado por sus captores, dijo lo que, seguro, piensa más de un político: “No me gusta lo que hago, pero”...
Ahora, cualquier día de estos, comenzará el juicio a dos bandas (Espa-ña/Portugal, que según el siempre ocurrente Saramago deberían ser una única nación, lo que obligaría a revisar la letra del himno) y me pregunto si El Solitario seguirá manteniendo el mismo desopilante abogado de hace unos meses. Ese que aseguró que su cliente no sólo no mató a nadie sino que, además, “trabaja por la liberación del pueblo español. Dice que atracaba bancos porque los bancos son los que atracan a las personas” y que “si se ha visto obligado a disparar a agentes del orden ha sido siempre contra su voluntad y para eludir su detención”. Todo un Robin Hood. Pero son detalles. Y seguro que El Solitario, en la soledad de su celda, ahora escucha eso de “Gloria a los hijos / Que a la Historia dan / justicia y grandeza / Democracia y paz”, e hipnotizado, himnotizado, piensa: “Joder, pero si me han dedicado la letra del himno nacional”.
Y termino de escribir esto –noticia de último momento– y escucho que el presidente del Comité Olímpico Español ha decidido retirar la letra del himno y volver a dejarlo otra vez sin palabras, mudo. “Falta de consenso”, parece. No veo por qué: la letra es breve y funcional y fácil de memorizar, y no dice gran cosa, salvo generalidades. Todo lo que tiene que ser la letra de un himno. No como la del nuestro, que –ya en versión resumida– es más espasmódica y larga y complicada que El señor de los anillos, y además incurre en brotes de psicótica soberbia del tipo “los libres del mundo respondiendo al Gran Pueblo Argentino, salud” y todo eso. Pero se acabó. Plácido Domingo no va a cantarlo. El Solitario dirá que es parte de una conjura en su contra. Y en alguna parte Paulino Cubero –que se enteró del no va más el día de su cumpleaños– pensará: “Yo se los dije: soy un perdedor”. Y el poeta Caballero Bonald declaró que, ya que estamos, mejor que le quiten hasta la música.
¡Salud, españoles!
Y otra vez “lalalá”.
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