Vie 08.02.2008

CONTRATAPA

Sherlock vive

› Por Andrea Ferrari

Sherlock Holmes supera a Winston Churchill. No es que sea más conocido ni más interesante ni más ingenioso: es más real. Es decir, Sherlock Holmes anduvo caminando por las calles de Londres con su pipa, su gorro y el fiel Watson a su lado, mientras que el pobre de Churchill no es más que la creación de algún ignoto escritor.

Eso es lo que piensa una buena parte de los jóvenes británicos, según la encuesta de una cadena de televisión que se dio a conocer en estos días. Los datos dicen que el 58 por ciento está seguro de que el detective existió en la realidad, mientras que un 23 por ciento no tuvo dudas en sostener que Churchill era un personaje de ficción.

Más allá de las inquietantes lagunas que parecen tener los estudiantes británicos en lo que respecta al dos veces primer ministro, lo interesante de este asunto es lo vivo que sigue estando Holmes.

El hombre de tan real existencia tiene una casa propia en el 221B de la londinense Baker Street, donde pueden verse sus muebles y efectos personales y hasta fue nombrado hace pocos años miembro honorario de la Real Academia de Química de Gran Bretaña, en un día en que sus integrantes parecen haber estado en vena humorística. Y, además, medio planeta repite aquello de “Elemental, mi querido Watson”. Es un detalle curioso que la frase no aparece textualmente en ningún libro. Pero justamente, no se trata de literatura sino de hechos: Sherlock Holmes es más real que muchos seres de carne y hueso.

Recientemente, buscando información para un libro, leí una buena cantidad de biografías de Arthur Conan Doyle y todo lo que encontré sobre Holmes, empezando por las cuatro novelas y cinco volúmenes de cuentos que protagoniza. Pensados hoy (después de la cantidad de historias policiales que uno ha consumido a lo largo de la vida), sus casos tienen un cierto olor a rancio y varias de las resoluciones resultan algo ingenuas. Lo interesante es todo lo demás: el personaje creado y lo que se erigió en torno de él. Las miles de copias, las decenas de asociaciones dedicadas al puntilloso estudio (e incluso recreación) de sus casos, las películas, las frases. Los modelos: el prototipo del detective y el prototipo de su ayudante.

Hubo, sin embargo, un Holmes verdadero, es decir una persona real que le sirvió de inspiración al autor: el médico Joseph Bell, capaz de extraer asombrosas conclusiones de la simple observación de sus pacientes. El propio Conan Doyle lo reconoció en una carta dirigida a Bell, su profesor en la universidad, expuesta no hace mucho en un museo. “Es sin duda a usted a quien debo Sherlock Holmes –escribió– y no creo que su capacidad analítica exagere en absoluto algunos efectos que le he visto producir a usted en la clínica de pacientes externos” (de paso, Bell también es la inspiración del televisivo y holmesiano Dr. House, no en vano llamado Joseph House).

Doyle hizo durante un tiempo de ayudante de Bell en el consultorio, es decir que fue el Watson que se maravillaba ante las impactantes conclusiones de su maestro. Pero Sir Conan Doyle no estaba para segundón y así como amó y odió a su detective (tanto que lo mató cuando ya no lo soportaba y lo resucitó ante el clamor de los lectores y la apabullante cantidad de dólares que le ofrecían sus editores norteamericanos por las nuevas historias), se empeñó en demostrar que podía ser tan sagaz en la vida real como su creación era en los papeles.

Ya en esa época, los lectores se entregaban alegremente a la confusión entre el autor y el personaje y solían enviar cartas solicitando que Sherlock Holmes o Conan Doyle, o ambos, se interesaran en un determinado caso real. Finalmente, el autor encontró uno que le pareció digno de su interés: la injusta acusación contra el abogado George Edalji por una misteriosa matanza de animales, una historia recreada por Julian Barnes en la admirable novela Arthur & George.

Su investigación fue exitosa y le rindieron los honores del caso. Luego emprendió otras, donde tampoco le fue mal. Eso no evitó, por supuesto, que siguiera estando para siempre a la sombra de Sherlock Holmes. Y aunque su nombre no se incluyó en la reciente encuesta, si los mismos jóvenes británicos fueran consultados probablemente dirían que Conan Doyle es un personaje tan ficticio como Churchill. Quizás una creación del detective Holmes cuando sus casos le dejaban tiempo libre.

Es posible imaginar aquí una encuesta similar que dentro de cien años muestre que Martín Fierro era un muchacho algo violento que vivía en la Pampa y Mafalda una chica muy aguda del barrio de San Telmo. Y quizás algunos personajes de la historia reciente demasiado siniestros para ser reales se conviertan en ficción: el producto salido de la mente de un escritor retorcido en un día verdaderamente negro.

Y Sherlock Holmes seguirá vivo.

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