Mar 12.11.2002

CULTURA

Las esculturas sonoras, en los pagos del viento

Artistas argentinos y latinoamericanos llegaron al sur del sur para un original Encuentro Internacional de Esculturas Sonoras, que se desarrolló en la ciudad de Pico Truncado, en Santa Cruz.

› Por Karina Micheletto

“Si no te hacés amigo del viento, no podés vivir acá”, explican con tranquilidad los habitantes de Pico Truncado. Es que en esta localidad santacruceña de 14 mil habitantes, ubicada a 130 kilómetros al sur de Comodoro Rivadavia, el viento es el rey. Puede ser suave y constante, como en estas últimas tardes de insólitos 30 grados de temperatura, y también puede cambiar en cuestión de segundos, y alcanzar velocidades de 70 kilómetros. O ráfagas embravecidas de hasta 200 kilómetros, como en el último temporal del invierno pasado. En estos horizontes infinitos, el rey viento suena de mil formas, como silbidos, como repiqueteos o rugidos, según sea su ánimo. Ahora, los vecinos de la ciudad decidieron hacerlo sonar de maneras nuevas. Y quieren transformar a Pico Truncado en una “Ciudad Sonora”. En base a una idea del músico local Mario Alvarez, pusieron en marcha un proyecto para crear un parque de esculturas sonoras gigantes que suenen con el viento. Y asesorados por la Fundación Urunday, de larga experiencia en la realización de las Bienales Internacionales de Escultura del Chaco, organizaron el primer Encuentro Internacional de Esculturas Sonoras, que se extendió entre el 1º de noviembre y el domingo, con un show en el que actuaron el guitarrista Miguel Botafogo y bandas de la región.
Durante estos diez días, seis escultores latinoamericanos trabajaron utilizando mármol travertino y distintos metales de rezago para darles forma a los gigantes que sonarán mecidos por el viento patagónico. Participaron el boliviano León Saavedra Geuer (ganador de la última Bienal de Escultura del Chaco en julio de este año), el paraguayo Gustavo Beckelman, el chileno José Vicente Fajardo, el catamarqueño residente en La Rioja, Néstor Vildoza, y los chaqueños Mimo Eidman y Fabriciano Gómez, fundador de la Fundación Urunday. La mayoría de ellos echó mano al metal que más abunda en la región: material de rezago de la industria petrolera y gasífera (ver recuadro). Mientras los escultores hacían lo suyo en un gran taller al aire libre, los vecinos y los chicos de las escuelas se acercaban para seguir de cerca el proceso, asombrados por tanta sierra y soldador. “Aguante la Ciudad Sonora”, escribió un chico en su cuaderno, mientras la maestra le explicaba que de aquí en más podía incluir esa denominación en las cartas que enviara.
Todos los artistas trabajaron con una preocupación: proyectaron sus obras –que debían ser lo suficientemente pesadas como para que no se volaran– durante meses, las probaron en maquetas a menor escala, inventaron extraños métodos para testear los sonidos. Pero no sabían cómo sonarían finalmente, ya que en el mundo no hay antecedentes de semejante proyecto (hay experiencias de esculturas sonoras con mecanismos de inyección de viento o sistemas electrónicos, pero no con viento de verdad). El domingo pasado, cuando los escultores terminaron su trabajo y se emplazaron las obras en el parque escultórico, el misterio fue develado sólo en parte. El rey viento decidió hacer mutis por el foro y mostrarse como una tenue brisa, aunque todos saben que será por poco tiempo.
La arquitecta y escultora Mimo Eidman proyectó la escultura “Sonidos del misterio”, de tres metros y medio de altura, utilizando partes de autos. En una base de mármol emplazó una punta de eje de un viejo Ford Falcon, sobre la que giran nubes de metal que actúan como veleta loca. De la veleta cuelga una bola de bronce, que al girar va chocando otras piezas de autos. “Consulté ingenieros, meteorólogos, mecánicos, músicos. Probé la maqueta con aire de compresor, con un túnel de viento que hay en la Universidad Nacional del Nordeste. Allá sonaba. Pero acá, si no suena, sonamos”, dice divertida. Otras esculturas llegan a los siete metros de altura, y todos los artistas coinciden en que, si bien no pretenden obtener una sinfonía, quieren lograr notas armoniosas de sus criaturas. Para llevar adelante el proyecto se creó la Asociación Ciudad Sonora, integrada por representantes de todos los sectores de la comunidad. “Sabemos que en este momento del país no podemos pedir que se subsidie esta actividad, por más importante que sea a nivel cultural”, explica José Antonio González, conductor de máquinas viales y presidente de la asociación. “Por eso decidimos organizarnos y convocar a la comunidad y a las empresas, para que cada uno colabore con lo que pueda en insumos o trabajo. El gobierno aporta infraestructura y una mínima cantidad de dinero, pero todos ponen el hombro para que esto sea posible.”

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