Mié 27.11.2002

CULTURA

“Esta novela sobrevivió una guerra y un cáncer”

Susan Sontag, la conocida escritora norteamericana, se tomó ocho años para escribir su última novela. En este reportaje cuenta cómo se entrometieron la guerra de Bosnia, un accidente y su enfermedad.

Por Rosa Mora*
desde Madrid

Más de ocho años tardó Susan Sontag (Nueva York, 1933) en sacar adelante En América (Alfaguara). Se le cruzaron una guerra (la de Bosnia), un accidente de tráfico y un cáncer. “Es una novela indestructible”, afirma. Y muy interesante, tanto en el argumento como en la forma. Narra la vida de Maryna, una actriz polaca de mediana edad que, a finales del siglo XIX, decide un cambio radical de vida y arrastra a los suyos (su marido, Bogdan; su hijo Piotr; su enamorado, Ruszyard) a vivir en un falansterio (las comunas de comienzos del XIX) en California. Las cosas no funcionarán como ellos preveían y Maryna emprenderá una triunfal carrera artística. La novela se abre y se cierra con un monólogo. El capítulo cero tiene algo de autobiográfico y es también una lección de cómo un escritor se mete en una historia de ficción.
–¿Cuánto hay de biografía en esta novela?
–No soy una escritora autobiográfica. No me interesa contar mi historia de un modo directo, aunque a veces, evidentemente, mi vida se filtra en la ficción. Acabé El amante del volcán en febrero de 1992 y empecé esta novela en septiembre. En abril de 1993 fui a Sarajevo por primera vez. Significó sacrificar la novela, porque allí me resultó imposible escribir. Luego decidí volver a Bosnia, seguí yendo y haciendo proyectos hasta el final del asedio en 1995. Durante dos años no pude trabajar en el libro. Sólo había escrito el capítulo cero y parte del primero y, después de la experiencia de Bosnia, que me alejó de la escritura, pensé que no podría recuperar En América.
–Pero la recuperó.
–Sí, la volví a empezar, pero aún estaba obsesionada por Bosnia; por eso decidí añadir unas referencias en el capítulo cero, algo de lo que allí viví. Quería llamar la atención sobre el tema de Bosnia.
–¿Por qué ese deseo de Maryna de cambiar radicalmente de vida?
–Ella se siente muy libre en Polonia, porque es una heroína nacional, pero está atravesando una crisis personal. Es ese tipo de crisis de la mediana edad. Tiene 35 años, porque en aquella época se consideraba que a los 70 ya se había pasado la vida. Es la edad que utiliza Dante en La divina comedia cuando habla de la mitad de la vida. Si hubiera situado la historia en la actualidad, la edad adecuada hubiera sido entre 45 y 50 años.
–Y decide cambiar de vida yéndose a Estados Unidos.
–Todo el mundo pensaba que América era el lugar ideal para empezar una nueva vida, pero ella no va al Nuevo Mundo por las mismas razones que la mayoría, que querían cambiar para mejorar sus condiciones de vida o porque huían de una persecución política y quieren ser libres. Es la idea de que en América se puede cambiar la vida como se cambia uno de ropa. Es una fantasía.
–¿Ha tenido usted también la fantasía de cambiar de vida?
–Sí, la tuve durante muchos años. Soñaba con cambiar mi vida completamente, convertirme en otra persona. Por ejemplo, irme a vivir a Japón, pero no como turista, o a Hong Kong, y luego irme a China y trabajar allí como médica.
–Los personajes de su novela reflexionan mucho sobre la posibilidad de cambiar. Uno asegura que todos somos prisioneros de aquello en que nos hemos convertido; otro, que sólo se es lo que se cree ser; también hay quien dice que no es posible cambiar de vida.
–Ahí está precisamente el quid de la novela. Muchos creen que trata de un viaje tras el mito americano.
–¿Existe el sueño americano?
–Creo que el secreto está en que América representa todas las fantasías, fantasías que yo no comparto. Casi nadie piensa en cambiar devida en Brasil o en México, ¿por qué? Quizá porque Estados Unidos es protestante y de México para abajo son católicos, y no me refiero a la religión exclusivamente, sino a un concepto amplio de cultura. La violencia norteamericana también puede inducir la idea de que es posible volver a empezar.
–Hay muchas armas en su país.
–El derecho a la violencia puede ser interpretado como parte de la libertad.
–El teatro y Shakespeare, sobre todo, ocupan buena parte del libro.
–Yo era una niña muy solitaria, iluminada por la lectura, aunque también me gustaba jugar a química en el garaje. A los ocho y nueve años leí todo Shakespeare en voz alta. Nunca lo hice en teatro, pero me es muy fácil identificarme con el actor.
–El monólogo shakespeariano que cierra el libro es soberbio.
–Es una parábola de cómo te inventas una historia. Tengo una idea..., una idea que me gustaría que se convirtiera en realidad: llevar al teatro los dos monólogos de En América con aquel tan genial de Strindberg en que dialogan en un restaurante dos mujeres, la esposa y la amante. Creo que sería estupendo.
–En su novela hay también una reflexión sobre la literatura y la escritura. ¿Es una osadía decir que es mucho mejor que su anterior libro, El amante del volcán?
–El amante... era más brillante, más de fuegos de artificio; ésta es más sutil, más interior. Creo que a partir de El amante del volcán empezó una transformación en mí.
–¿Cómo fue?
–Escribí El amante... en dos años y medio, trabajando todos los días. No hice nada más. En cambio, con En América he estado más de ocho años. Primero, la interrumpí por Sarajevo; después, sufrí un accidente de tráfico. Me rompí 14 huesos, fueron fracturas sencillas, pero me tuvieron seis meses en una silla de ruedas y, además, como me daban morfina para el dolor, no tenía la cabeza para nada. Y cuando estaba en el antepenúltimo capítulo descubrí que tenía un cáncer. No se me repitió el que tuve antes, fue uno nuevo. Así que me pasé otro año entre cirugía, quimioterapia... Esta novela ha sobrevivido a una guerra, a un accidente y a un cáncer. Es indestructible. Resulta casi cómico, pero estoy encantada de haber escrito este libro.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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