CULTURA
La vigencia del prócer poeta que murió soñando con una revolución
A 150 años de su nacimiento, José Martí sigue siendo una figura esclarecedora, en su carácter de padre del antiimperialismo.
Por Angel Berlanga
Las advertencias, las intuiciones, los diagnósticos políticos de José Martí en torno a las pretensiones de Estados Unidos sobre Cuba y Latinoamérica resultaron tan certeras que sus palabras, pronunciadas a fines del siglo XIX, siguen teniendo hoy una extraordinaria vigencia. Mientras el otro costado de Martí, el literario, ocupa inamovible su lugar fundante para la escritura latinoamericana, su dimensión histórico– política se resignifica año a año, según evoluciona la realidad continental. Al cumplirse hoy 150 años de su nacimiento en La Habana, no sería ilógico pensar que si los dirigentes latinoamericanos hubiesen leído sus textos, o aunque más no sea resúmenes, acaso habrían sabido analizar mejor su propia realidad. En 1886, este patriota cubano escribió, hablando de la relación del resto de los países de América con Estados Unidos: “Tal vez sea nuestra suerte que un vecino hábil nos deje desangrar a sus umbrales, para poner al cabo, sobre lo que quede de abono para la tierra, sus manos hostiles, sus manos egoístas e irrespetuosas”.
Martí, que pasó más de la mitad de su vida en el exilio al que lo obligó el gobierno colonial español en Cuba, residió en Nueva York la mayor parte de sus días, a partir de 1880 ganándose la vida como periodista, traductor y profesor. Tenía 16 años cuando fue detenido y condenado a trabajos forzados en su país, por un inocente escrito anticolonialista. Antes de cumplir 18 fue deportado a España y allí, en poco más de tres años, se licenció en Derecho y Filosofía y Letras. Su existencia estuvo signada por una idea: lograr la independencia de Cuba. Con una condición, también, irrenunciable: hacerlo sin la “ayuda” de Estados Unidos, el “vecino hábil”. ¿Por qué? Porque advertía que “esa” América pretendía “ponerse sobre el mundo” y la otra, la suya, estaba dispuesta a “abrir los brazos” para recibirla.
Para abrir un camino alternativo a la política tradicional, Martí fundó en 1891 el Partido Revolucionario Cubano, y junto a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo encabezó en 1895 una revolución contra la colonia española. Murió en pleno combate, el 19 de mayo de ese año. Tras caer, sus temores personales se vieron confirmados por la realidad: Cuba consiguió la “independencia” de España, pero con la intervención armada de Estados Unidos, que posteriormente obtuvo el manejo de los resortes económicos y políticos del país, hasta convertirlo casi en una colonia. Aquello de las manos hostiles e irrespetuosas duró sobre Cuba más de seis décadas, hasta que un nuevo ejército revolucionario encabezado por Fidel Castro y Ernesto Guevara, guiados por las ideas y principios de Martí, derrocó al dictador Fulgencio Batista.
“En Cuba no peleamos por la libertad humana solamente –escribió en 1892–; ni por el bienestar imposible bajo un gobierno de conquista y un servicio de sobornos; ni por el bien exclusivo de la isla idolatrada, que nos ilumina y fortalece con su simple nombre; peleamos en Cuba para asegurar, con la nuestra, la independencia hispanoamericana.” En efecto, Martí concebía a las Antillas como claves para América y el mundo: una vez lograda la independencia en manos auténticamente cubanas, consolidarían a América latina y equilibrarían el poder de unos Estados Unidos que, en caso de manejarlas, por el contrario, avanzarían sobre el resto del continente.
A Martí nunca se le ocurrió enfrentarse directamente contra Estados Unidos: sabía demasiado de política como para percatarse de que ése no era el camino. “Los arranques de claridad y juicio pueden, con buen manejo, vencer a la fuerza”, escribió. Vivió allí muchos años, conoció muchas ciudades y pueblos, se admiró primero (“me siento halagado con este país, donde los desamparados siempre encuentran un amigo y una mano bondadosa siempre se halla por los que buscan trabajo honradamente) y se espantó después (“la virtud va por todas partes quedándose atrás, como pocoremunerativa; la libertad más amplia, la prensa más libre, el comercio más próspero, la naturaleza más variada y fértil no bastan para salvar las repúblicas que no cultivan el sentimiento, ni hallan condición más estimable que la riqueza”).
Escribió, como corresponsal para varios diarios de América, entre ellos La Nación, de Buenos Aires, y través de sus crónicas describió y analizó magistralmente muchos de los rasgos de la sociedad norteamericana de esos días. Martí siempre defendió la idea de plantarse, no dejarse someter, evitar la dependencia; sus palabras y actitudes de 120 años atrás ratifican y sobredimensionan la frustración ante tanto dirigente de cotillón. “Los hombres que tienen fe en sí –escribió– desdeñan a los que no se tienen fe; y el desdén de un pueblo poderoso es mal vecino para un pueblo menor. A fuerza de igualdad en el mérito, hay que hacer desaparecer la desigualdad en el tamaño. Adular al fuerte y empequeñecérsele es el modo certero de merecer la punta de su pie más que la palma de su mano.”
La vigencia de los escritos de Martí, puede verse, también, por citar un ejemplo muy reciente, en las declaraciones de Lula el sábado pasado en la Conferencia de Davos, en el Foro Económico Mundial. El flamante presidente brasileño reclamó “un orden económico y mundial” para combatir el hambre y “un libre comercio que se caracterice por la reciprocidad”. “De nada valdrán nuestros esfuerzos exportadores si los países siguen predicando el libre comercio y practicando el proteccionismo”, agregó.
Martí, que fue cónsul de la Argentina, Uruguay y Paraguay, vivió su “año de angustia” en 1889 debido a la invitación que Estados Unidos le hizo a los países latinoamericanos para la primera Conferencia Panamericana, en Washington. Por entonces señaló que los compromisos de los partidos políticos estadounidenses con los productores eran demasiado fuertes, y que, entonces, cualquier promesa de comercio recíproco al resto de América difícilmente sería cumplida, porque implicaría traicionar a los grupos internos a los que prometían “nuevos mercados”. “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, escribió sobre Estados Unidos este hombre, que pensó en neutralizarlo con la construcción de una América latina vigorosa y soberana. Aunque ese asunto todavía está pendiente, su vida y su obra todavía sirven de inspiración para buscar el cada vez más necesario equilibrio del mundo. El monstruo, mientras tanto, sigue grande, y pisando fuerte.
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