CULTURA
› MIGUEL BONASSO PRESENTO “EL PALACIO Y LA CALLE”
Una asamblea popular en la Rural
En un clima de emoción y efervescencia, el autor invitó a sobrevivientes y familiares de víctimas de la represión de diciembre del 2001.
› Por Silvina Friera
El Toba tiene el pelo negro azabache, con un inconfundible mechón blanco. El 20 de diciembre de 2001, como muchos argentinos, estaba protagonizando esa explosión del hartazgo, que se manifestó en la Plaza de Mayo, el Obelisco y sus adyacencias, cuando observó azorado cómo se desplomaba el Tinta, un joven de rastas que por primera vez en su vida asistía a una movilización. Héctor Luis García, el Toba, experto en primeros auxilios, socorrió a Martín Galli, el Tinta, que tenía un balazo en la nuca. Para evitar que se desangrara, el dedo del Toba frenaba la sangre y, cada tanto, lo sacaba y le dejaba la herida abierta para que no se le formara un coágulo. En la asamblea-presentación del libro El Palacio y la calle, del escritor y periodista de Página/12 Miguel Bonasso, en la sala Julio Cortázar, la voz del Toba se hacía sentir: “Todo pueblo que quiere abrevar en aguas limpias debe honrar la vida, pero principalmente a sus muertos. La mayoría de los que participamos pedía a gritos que se vayan todos. Esa consigna se sostuvo a fuerza de garganta y la sangre de sus mejores hijos”.
Bonasso, autor de notables libros como Recuerdos de la muerte y El presidente que no fue, estaba acompañado por María Riva, la viuda del motoquero Gastón Riva, los padres de Carlos “Petete” Almirón, además de Galli y García. Las voces de los protagonistas reconstruían el sentido de ese estallido que se multiplicó por todas las plazas y calles del país, mientras el colectivo de arte Argentina Arde proyectaba sobre una pantalla la imagen épica que ilustra la portada del libro, del fotógrafo Juan Pablo Barrientos: un pibe, con la bandera argentina, que enfrenta al poder con el pecho descubierto. “No puede ser que la sociedad actúe como un gigantesco aparato digestivo que olvida y procesa de mala manera las tragedias que una sociedad profundamente injusta incuba. Es nuestra obligación actuar como tábanos de la memoria para que se mantenga viva y actuante”, advirtió el autor de El Palacio y la calle.
“Este libro forma parte de una antítesis conceptual, pero también de dos modos de vivir. El palacio son ‘ellos’ y la calle somos nosotros, con todos los defectos, limitaciones, contradicciones y miserias que ese nosotros puede contener”, aclaró Bonasso. “Sin embargo, hay otra Argentina, vinculada con la oligarquía sanguinaria, que dice: ‘¡Qué hacen estos negros de mierda cortando las rutas, que yo tengo que pasar!’, que impide la libertad de circulación, la Argentina que mira a los cartoneros como datos que ensombrecen el paisaje, no como una experiencia humana de dignificación por la búsqueda del trabajo en un país que ha cerrado todas las fábricas”, señaló. Un señor, que seguía atentamente las palabras de Bonasso, rezongó: “En el gobierno se acuerdan de la Constitución cuando cortan las rutas, pero se olvidan de la Constitución cuando tienen que asegurar el derecho al trabajo, a la educación y a la salud”.
“El Palacio y la calle tiene la hermosura de mantener viva la memoria, que expresa en su escritura el sufrimiento y las traiciones a los que han sido sometidos nuestro pueblo. Por eso, el libro cumple ese hermoso y simple rol de ser testimonio”, agregó el Toba. El chico de las rastas, que tal vez fueron las que milagrosamente amortiguaron la trayectoria de la bala, ahora tiene el pelo corto y espera un hijo. “No fui porque estaba podrido del gobierno o de los dirigentes, estaba harto de mí y de no hacer nada para que las cosas cambien, de quejarme todo el tiempo y sentirme frustrado por quedarme en casa sin moverme”, subrayó Galli. Bonasso afirmó que la sociedad y el Estado tienen una deuda con todas las masacres de la historia argentina que han quedado impunes, como las muertes ocasionadas por el bombardeo del 16 de junio de 1955, los asesinados en los basurales de José León Suárez, los caídos del 20 de junio de 1973 en Ezeiza, cuando regresó Juan Perón al país, y los 30.000 desaparecidos. “Ese país terrible que expresan los Solanet, que está con López Murphy, le disparó a Martín Galli por la cabeza, asesinó a Carlos “Petete” Almirón y a Gastón Riva... 34 asesinatos en todo el país que siguen impunes debido a que la Justicia no ha investigado a los doce jefes policiales que, desde el Departamento Central de Policía o desde la calle, condujeron el operativo del 20 de diciembre –recordó el periodista y escritor–. Uno de ellos, Ernesto Weber, es un subcomisario, hijo de un subcomisario del mismo nombre que integró la patota de la ESMA y participó del asesinato de Rodolfo Walsh.” Finalmente, Bonasso llamó a una verdadera resistencia gandhiana: “No tenemos que dejarnos sumir en el abatimiento, la tristeza o en la furia que no conduce a nada. El día que en este país metamos un millón de personas en la avenida más ancha del mundo sin que se muevan, ahí sí se va a cumplir la consigna y se van a ir todos”.
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