CULTURA
“Sos uno de los mejores artistas y estás limado”
Más de seis mil personas, en su mayoría ricoteros, llegaron hasta el Palais de Glace para ver las obras de Rocambole. El mítico ilustrador de Patricio Rey firma autógrafos como si fuese una auténtica estrella de rock.
› Por Silvina Friera
El “chabón” parece un convidado de piedra en la distinguida geografía del Palais de Glace, pero no parece importarle demasiado ese contraste tan evidente, en pleno corazón de la Recoleta. Su remera, gastada por los trajines de incontables recitales, muestra el esclavo rompiendo las cadenas, el arte de tapa de Oktubre, un ícono para los fans de Los Redondos, que probablemente estén ajenos a la estética de vanguardia soviética en la que se inscribe esa imagen. Cuando se acerca al Mono Cohen, más conocido como Rocambole, se levanta la manga y señala con orgullo varios tatuajes: ese rostro infernal de la portada de Luzbelito, “El ángel empetrolado” y, por supuesto el emblemático esclavo que rompió las cadenas. La anécdota, a prueba de todo fanatismo, confirma que las imágenes diseñadas por Rocambole se le esfumaron en manos de generaciones ricoteras que las adoptaron como propias, en tatuajes, remeras, banderas, mochilas y trapos.
La violencia latente y explícita, las visiones infernales y apolípticas y las obsesiones del artista se asimilan y heredan en un ritual que excede explicaciones sociológicas plausibles. Desde que se inauguró el pasado 30 de enero la exposición de Rocambole, más de 6000 personas visitaron, como en una procesión, el rebautizado Palacio del Hielo (Posadas 1725), expresión, por cierto, que suena más acorde al lunfardo ricotero que el afrancesado nombre original.
Página/12 se sumergió en el laberinto de dibujos, pinturas, bocetos inéditos y originales de portadas de afiches, discos, avisos y entradas creados por Ricardo Cohen, responsable del arte de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, que se podrá visitar hasta el próximo 3 de marzo, de martes a domingos. Los afiches de las ahora inexistentes salas Monserrat y Bambalinas, entre otros, asombran a quienes esperaban encontrarse únicamente con los dibujos y pinturas de las tapas de los discos, y sintetizan un pasado remoto, cuando Los Redondos, lejos de la masividad de los 90, tocaban para un puñado de seguidores en lugares alternativos.
“Impresionante este chabón”, dice Diego (17 años, Morón) frente a una de las más impactantes y devastadoras, “El crack” (2001): una pierna que patea calaveras y adquiere múltiples significados y dimensiones, de acuerdo con la cercanía o lejanía desde donde se mire el cuadro, pero que transmite con contundencia una poética salvaje y primitiva. Por primera vez en su vida, Diego recorre una exposición y, como a muchos, no le alcanzan las palabras para describir las sensaciones –tan revulsivas como cautivantes– que generan las obras de Rocambole. “Es maravilloso poder expresarse sin palabras”, firma “La Negra” (¿Poli, tal vez?) en una de las telas blancas destinadas para dejar mensajes (ver recuadro). Otro le agradece al Mono “por no devaluar el arte y por no encerrarse en el corralito”. No falta la ironía en las dedicatorias: “Sos uno de los mejores artistas del país y estás re-limado”.
A medida que el torbellino de seres alados y deformes, ángeles negros, satanes con múltiples rostros, el lobo/cordero y la murga de los renegados acechan las neuronas de los ocasionales espectadores, Sebastián (29, Palermo) sugiere que “La espera”, de 1993, “le recuerda a los personajes de Beckett, un hombre sentado en medio de la nada, esperando la muerte”. El chabón de los tatuajes no sabe que Rocambole ganó un ACE en 1997 por el arte de tapa de Luzbelito, pero alguien le contó (la leyenda prueba su efectividad) que se robaron el busto de esa imagen hace unos 4 años (del Museo de Bellas Artes platense). Ese busto es el gran ausente de la muestra. Claro que esta ausencia es lo que menos importa a la hora de comprender el trabajo de un artista que refleja su mundo siniestro, que ejerce un exorcismo fascinante, un viaje personalísimo para los visitantes del Palacio del Hielo.
Además del primer afiche que hizo Rocambole para los Redondos, un incunable que fascina a los fans, en la muestra se exhiben la historieta “Las formidables aventuras del Barón Zamba” y varias de las últimaspinturas: la más fuerte es “El Castigo” (2002), ese negro brilloso con mirada tétrica, que amenaza con escaparse de la prolija pared de la sala. También pueden apreciarse los trabajos en arte digital realizados por el Estudio Cybergraph (integrado por el propio Rocambole, Juan Moreno y Silvio Reyes). El Mono, convertido en gurú, firma remeras, trapos y banderas, sorprendido por el cariño y la veneración que le brindan esos miles de fans que peregrinan a un barrio “careta”, ajeno a la cultura ricotera.