CULTURA
› EL DIRECTOR DIEGO KOGAN HABLA SOBRE LOS 50 AÑOS DEL TEATRO PAYRO Y SU CELEBRACION
“La lucha no es violencia, sino empuje y alegría”
La sala, gestada en 1952 en un sótano de la calle San Martín, será sede de una variada programación de actividades culturales, desde abril y hasta diciembre, para conmemorar su medio siglo de vida. Entre las obras a estrenar se destacan las de Norma Aleandro, Eduardo Pavlovsky y Patricia Zangaro.
› Por Hilda Cabrera
Al director Diego Kogan y a los demás integrantes del equipo del Teatro Payró, conducido por él mismo y su madre, la actriz y directora Felisa Yeni, la falta de dinero no los disuadió de convocar a la realización de un programa cultural –desde abril y hasta diciembre– en conmemoración de los 50 años del Payró. La sala, gestada en 1952 en un sótano en desuso en San Martín 766, se fundó bajo la denominación de Teatro de Los Independientes, agrupación que lideraba el actor y director Onofre Lovero. A partir de entonces, y luego del cambio de nombre, en homenaje del narrador, dramaturgo y periodista Roberto J. Payró (el autor de Pago Chico y Sobre las ruinas), este espacio autónomo logró mantenerse activo aun en los momentos más dramáticos de la historia argentina. Por eso hoy Diego, hijo del fallecido Jaime Kogan, director de teatro, régisseur e iluminador que se hizo cargo del teatro cuando el grupo fundacional se fue disgregando, quiere festejar el medio siglo. Para ello invita a participar a artistas de todas las disciplinas, historiadores, sociólogos, filósofos y trabajadores dispuestos a ofrecer lo que saben, sean conocimientos de informática o de albañilería. “Todo es necesario y bienvenido”, dice Kogan. “Si alguien nos propone hacer un seguimiento fotográfico de lo que suceda durante esos meses para después exponerlo, también será bienvenido”, ejemplifica en diálogo con Página/12. En todo caso, el equipo tomará nota de las propuestas y debatirá cómo instrumentarlas.
En principio, el elenco del Payró, que funciona legalmente como una cooperativa, convoca a participar de un encuentro que se realizará este lunes a las 20 en la sala de San Martín y Av. Córdoba. Entre las apuestas figura convertir al teatro en galería de arte, memorando en parte a la que funcionó realmente entre 1952 y 1969, cuando exponían artistas como Berni o Batlle Planas. Aquello fue durante la época en la cual Lovero estaba a cargo de la sala y en la primera etapa de Jaime Kogan. Como en otros tiempos, se prevé destinar un espacio a la música. Desde 1968 hasta los iniciales ‘70 se programaron ciclos de recitales con Mercedes Sosa, Edmundo Rivero, Gerardo Gandini, Osvaldo Pugliese, Les Luthiers y muchos otros. En este 2002 la elección será igualmente amplia y ecléctica, según Kogan hijo.
Entre lo más avanzado del Proyecto 50 años Teatro Payró (cuyo sitio es teatropayro50aniversarioARROBAhotmail.com) se encuentran los trabajos escénicos. La actriz Norma Aleandro estrenará una pieza de su autoría, De rigurosa etiqueta, que además dirigirá. El actor y dramaturgo Eduardo Pavlovsky va a reponer Rojos globos rojos, y el equipo que conduce Kogan, una obra que viene preparando desde hace tres años, Las razones del bosque. Se trata de un trabajo experimental sobre un texto elaborado por Patricia Zangaro, autora, entre otras piezas, de la destacable Pascua Rea. “La obra gira alrededor de Anton Chéjov, de su persona y su mundo”, cuenta el director. Comenzamos a bosquejar las escenas junto con Patricia. No se trata de fragmentos de las piezas de Chéjov, sino de las pequeñas historias que fuimos descubriendo en este autor, de algunas de sus inquietudes y de las pasiones cotidianas. Es una experimentación muy grata sobre lo pequeño, en la que estamos comprometidos todos.”
Diego Kogan lleva realizadas varias puestas (además de las asistencias hechas junto a su padre en Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, La oscuridad de la razón y Rayuela, condujo en forma independiente Criminal, Sueño de una noche de verano, Martha Stutz, Casino, Velada Vian y La lista completa), y no parecen asustarlo los proyectos de largo aliento. El hecho de no buscar un resultado inmediato le proporciona libertad y placer, “un placer que no significa babearse -.aclara–, puesto que a veces resulta sufriente”. Opina que aunque “hay que bancarse muchas cosas negativas”, estar en el teatro es saludable: “A las diez de la noche nos encerramos en el Payró y empezamos a trabajar. Cualquiera puede decir que vivimos en unanube. En mi caso no es así. Leo los diarios, estoy al tanto de lo que pasa, y pienso que si no hubiera sido por este proyecto superambicioso, quizás este momento sería nefasto para nosotros. Si no fuera por esta necesidad de homenajear la continuidad del Payró, estaríamos pensando en cerrar, porque hoy la situación para las pequeñas compañías es muy dramática.” El empecinamiento le permite meterse en una burbuja y elaborar ideas: “Es mi respuesta al entorno, a este desierto que avanza”, como diría Nietzsche.
Aun cuando la programación teatral esté en parte diseñada, espera más aportes. La intención es que haya espectáculos en continuado y todos los días, también en horas del almuerzo, como sucedió en otro tiempo, y si fuera necesario en trasnoche. “Ante estas crisis sucesivas hay que buscar nuevas formas de producción y de captación de público”, sostiene. Históricamente, el Payró estuvo entre las salas de mayor convocatoria y una de las pocas que resistió a toda clase de atentados. Diego resalta dos de los más violentos, perpetrados en 1961 y 1962 por el grupo de ultraderecha Tacuara. En uno balearon el frente del teatro, y en otro a dos actores. En el 61 se estrenaron allí El otro Judas, de Abelardo Castillo; Enterrad a los muertos, de Irving Shaw, y Anna Christie, de Eugene O’Neil; y al año siguiente, El Hamlet del barrio judío, de Bernard Coops. En 1974, la Triple A les colocó una bomba: “Fue el 22 de agosto, en el segundo aniversario de los fusilamientos de Trelew. Eran las 3 de la madrugada. Quien le avisó a papá fue el actor Héctor Bidonde, que vivía a una cuadra, en un hotel. La bomba hizo volar el frente del teatro. Ese año se estrenaron nueve obras y se seguían dando dos de la temporada anterior, Los días de la Comuna , de Bertolt Brecht, dirigida por Ricardo Monti, y El señor Galíndez, de Eduardo Pavlovsky, dirigida por mi viejo. Esta fue una obra premonitoria del horror que vivimos después.”
Estos ataques no acobardaron al público, que siguió llenando el teatro: “La gente apostó a ir”, destaca este joven director que supo de las amenazas sufridas en el teatro desde 1976 hasta 1983: “Tiraban pastillas de gamexane en la sala y teníamos a los tipos de la SIDE en primera fila. Todos llevaban anteojos oscuros. Había siempre algún Ford Falcon en la puerta, y se sucedían las amenazas de desalojo, porque el predio que ocupa el teatro pertenecía a Ferrocarriles Argentinos, que tenía obviamente un interventor militar.” Después llegó la época de vivir bajo los escombros. Fue cuando se iniciaron las obras de remodelación y reciclaje de las Galerías Pacifico. Aun así se estrenó en 1991 La noche de la rata, de Copi, y se organizó un ciclo denominado Poesía entre los escombros, de los que participaron, entre otros, Alfredo Alcón, Teresa Parodi, Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y muchos más.
Aun sepultado, el Payró era un lugar de encuentro, como lo había sido durante la dictadura militar cuando Jaime Kogan tenía prohibido trabajar en los teatros oficiales: “Mi viejo había convertido al teatro en refugio. Ponía obras de autores que molestaban y de otros artistas, que también como él fueron prohibidos, como Eduardo Pavlovsky, que tuvo que exiliarse después del estreno de Telarañas (1977). Esos fueron años muy duros, pero mi viejo y los que se quedaron con él no quisieron abandonar el teatro. El sentido común indicaba que era prudente dedicarse a otra cosa, pero hubo coincidencia en que había que seguir, y con un teatro comprometido.” Por eso, no opina como otros que el fenómeno Teatro Abierto 1981 se generó de modo espontáneo. A su entender, fue un catalizador de la resistencia que se venía forjando desde 1976, por lo menos. “No nació de la nada. El teatro ha sido siempre una reserva de lucha y resistencia.” Algo semejante cree ver en este presente en el que la violencia económica y el atropello parecen arrinconar a la creatividad: “La gente merece y quiere sentirse viva, por eso siguen pasando cosas interesantes en la sociedad y en la cultura, donde la lucha no significa violencia sino empuje y alegría.”