CULTURA › OPINION
› Por José Pablo Feinmann
Un acontecimiento poderoso para Sudamérica y el interés que despertó en Europa dieron surgimiento a la carrera de Gabriel García Márquez. Se trata de la llamada Revolución Cubana, que fue un gran disparador para las letras. Surgió de ahí, según se sabe, el llamado boom de la literatura de este continente. Si la Revolución existía y existía en ese lejano continente, ¿cuáles eran sus frutos literarios? El que mejor recogió ese llamado (que jamás se volvió a formular: jamás Sudamérica volvió a interesar literariamente a nadie) fue García Márquez. Porque les entregaba a los europeos eso que los europeos buscaban de la inteligencia sudamericana. Que no era la inteligencia sino la fábula, lo fantástico, lo diferente de la razón, la tierra, el calor, el fuego, y hasta lo irracional. En una palabra, la magia. De aquí el surgimiento vigoroso del realismo mágico.
En ese entonces (como siempre había sido, como ahora ha iniciado una larga etapa de decadencia), la cultura europea, siguiendo un viejo concepto de Adam Smith en economía, pensaba que no era conveniente fabricar en casa lo que se podía conseguir mejor y más barato afuera. Además, siempre los conceptos de civilización y barbarie han regido las relaciones de los europeos con los sudamericanos en las cuestiones relativas al pensar. No han tenido en esto matices: la razón les pertenece. Se piensa en Europa. Europa está naturalmente ligada al Mediterráneo. En los territorios adyacentes o subalternos puede haber, a lo sumo, poesía. De aquí que un libro como Cien años de soledad se adaptara tan bien a este inconmovible sistema de pensamiento. Nosotros poseemos el logos. Como dice Heidegger en su Discurso del Rectorado: “El pasado pasa por encima de nosotros. El futuro aún es”. Algo que significa: lo helénico vive en nosotros y tenemos el deber de seguirlo, porque aún nos señala el camino a seguir. Alemania se siente en el centro del logos. Pero Sudamérica está en la ajenidad del logos. El realismo mágico viene a cerrar el círculo perfecto que Europa quiere de Sudamérica. Una revolución con barbudos apasionados y pintorescos y un gran escritor que –al son de ese pathos de la historia– escribe novelas mágicas, en que todo pasa, pero proviene de zonas oscuras a la razón, de zonas ajenas al pensar, de lo esotérico, de las sabidurías ancestrales, con esos brujos que siempre seducen porque tienen mucho de impenetrables y de mamarrachos, esas zonas arrasadas por el calor, el calor que es hermano de la pobreza y enemigo del frío y de la razón que surge a su amparo. ¿O no escribió Descartes el Discurso del Método en Holanda y al calor de una estufa? ¿Podría haberlo escrito en Colombia con calor, mosquitos y animales raros que vuelan por ahí? Nada puede crear la razón en los ámbitos de la barbarie.
Así, el realismo mágico es fruto de esa creación de la filosofía europea y hasta de sus agencias literarias. La de García Márquez habrá de ser la que lo llevará de la mano al éxito y a la gloria, Carmen Balcells. Entre tanto, Gabo escribe o ha escrito –antes del Nobel– textos de enorme valor como El coronel no tiene quien le escriba, donde la palabra “Mierda” adquiere un valor estético, literario, que nunca ha tenido ni tendrá.
El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto– para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
–Mierda.
Responde, así, a la pregunta de su esposa; esa pregunta es: qué comeremos durante los próximos cuarenta y cinco días hasta la riña de gallos.
Hay algo más, y es esencial en la conducta de todo hombre y de un escritor especialmente, que como lo querían Sartre y Walsh, y ya nos podemos ir sumando algunos veteranos de por aquí nomás, debe dar testimonio de los momentos difíciles que atraviesa el territorio en que nació y escribió. Gabo nunca se traicionó, nunca se hizo otro. Nunca dejó de ser Gabo. Si alguien lo dejó en algún lugar en 1960, ahí lo va a encontrar en su muerte. Y no porque la vida sea una estaca inmodificable sino porque se puede cambiar, pero dentro de una permanencia. Pocos como Gabo para mantenerla. Aquí, entre nosotros, durante nuestra tiranía, Borges cruzó a Chile a darle la mano a Pinochet. Y le dijo: “Agradezco a Chile haberle enseñado a mi país cómo se lucha contra el comunismo”. Y luego, en un macabro elogio de la represión, afirmó: “Prefiero la blanca espada a la furtiva dinamita”. Frase que le hizo perder su anhelado Nobel por completo, pues resulta que el señor Nobel es el que inventó la dinamita.
Contrariamente, García Márquez, desde la orilla de los derechos humanos, se interesó (o más que eso) por la suerte de los perseguidos y martirizados de toda suerte en la Argentina. Acaso sobre todo Haroldo Conti. Siempre le llegaban noticias sobre él. Y cada noticia era mala, peor que la anterior, pero aún dejaba una esperanza. El título que le puso a la de su muerte es uno de los más grandes de la historia del periodismo: La última mala noticia sobre Haroldo Conti. Hay que ser un gran escritor para escribir un texto semejante.
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