CULTURA
› DANIEL HENDLER, DESPUES DEL OSO DE PLATA EN EL FESTIVAL DE BERLIN
“Cuando arranqué, mi sueño era trabajar con Woody Allen”
“Si hubiéramos esperado ese premio hubiésemos estado locos”, acepta el actor uruguayo, quien analiza la repercusión aquí y en su país del triunfo alemán; alega que si sus personajes se parecen es sólo en lo físico y da cuenta de algunos proyectos, que incluyen su primer guión para cine.
› Por Eugenia García
Pide permiso para fumar, varias veces. Le traen un cenicero y prende el primero de varios. El uruguayo Daniel Hendler (28 años), ganador del Oso de Plata por su actuación en la película El abrazo partido, de Daniel Burman, está en Buenos Aires desde hace unos días –más precisamente, desde su retorno triunfal de Berlín– y bastante ocupado. Está apurado. Tiene ese lunar en el iris de un ojo que el personaje de Melina Petriella le señalaba en Esperando al Mesías, una manchita marrón en medio de tanto verde. Parece cansado de las entrevistas. El premio de la Berlinale no es el primero que recibe por su trabajo: en 2001 ganó, junto a sus compañeros del film 25 Watts, otro en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, y algunos de la crítica uruguaya. “Pero éste es el primer premio que me golpea un poco la cabeza. En Montevideo tuvo mucha repercusión. Quizás en otros casos hubo menos ruido del esperado y en este demasiado”, dice. La película de Burman ganó también un Oso de Plata, coronando una muestra generosa con el cine argentino.
El abrazo partido es la tercera película que Hendler hace con Burman. La carrera cinematográfica del actor comenzó cuando el director argentino lo vio actuar en un teatro en Montevideo. Un año después lo llamó para trabajar en Esperando..., y todo indica que está en camino de convertirse en su actor fetiche. “No sé si es así, eso debería responderlo él, pero bueno, no sé, puede que sí, puede que sí”, comenta balbuceando, como uno de sus personajes, y se ríe. Al actor, que también participó en films como Sábado, de Juan Villegas, o El fondo del mar, de Damián Szifron, suele asociárselo al trabajo de directores independientes, jóvenes que están dando sus primeros pasos. “Eso es porque nunca trabajé en televisión”, dice, y explica que está con poco tiempo porque justamente ahora está filmando en Pol-ka un unitario de suspenso llamado Epitafios, para la cadena HBO. Todavía se lo recuerda, también, por Walter, el protagonista de aquella publicidad de Telefónica que llegaba a casa de sus padres después de 10 años congelado. “Hoy lo recuerdo con cariño y me parece que fue muy importante para mí. Pero en la etapa de furor de la publicidad, me quería ir para Uruguay y desaparecer. Me vino cierto temor de descarrilarme y no poder volver a hacer cine”, cuenta. Nada de eso pasó. Sigue en Buenos Aires la mayor parte de su tiempo (“Por razones afectivas”, dice), y hoy tiene en su poder una de las estatuillas más importantes del Festival de Berlín. “¿Cómo es mi premio? Es un oso pesado. Cuando pasaba de Berlín a Madrid en el avión, por los rayos X los guardias reconocían el oso y me saludaban.”
–¿Se esperaban el premio?
–No, no, si lo hubiéramos esperado hubiésemos estado locos. El hecho de estar allá era ya de por sí importante y suficiente. El desafío era ver si con esta película chiquita, argentina, lográbamos llamar un poco la atención entre tantos monstruos. Queríamos que la vieran, nada más.
–¿Cómo fue trabajar con Burman por tercera vez?
–Estuvo bueno porque nos conocemos bastante, y hay veces que no son necesarias las palabras, con un gesto ya está. O lo presiento, o lo intuyo, y creo que él también. No puedo hacerle artimañas o hacerme la estrella con él porque me para el carro. Pero está bueno porque trabajamos mucho en la previa, charlamos mucho sobre el personaje, yo colaboré en el casting haciendo de partenaire, y así fuimos preparando el personaje. Y después, durante el rodaje, había muchas cosas sobreentendidas.
–¿Cómo construyó el personaje? ¿Es parecido al anterior “Ariel” de Esperando al Mesías?
–Al ser el mismo intérprete, sin duda va a tener ciertos parecidos. El físico, en primer lugar. Pero además, sí, está el mismo director con un personaje que tiene el mismo nombre de pila, de origen judío. Creo que en ambos casos hay, además, una necesidad de encontrar identidad, y una necesidad también de escaparse. En Esperando al Mesías era de aquel concepto de “burbuja”, pero en este caso el tipo se quiere rajar a Europa, aunque no sabe bien por qué ni para qué. Creo que si se hace una tercera película, con un personaje que se llame Ariel, sí podría decirse que es una trilogía. Pero no son secuelas, son en todo caso películas que forman un conjunto. En este caso hay, para mí –no sé si Daniel aprobará lo que digo–, una especie de metáfora sobre la convivencia entre diferentes culturas, o la convivencia comunitaria. La película retrata una galería donde hay muchos personajes que conviven en diferentes locales, cuyos dueños son judíos, italianos, coreanos, y a su vez todo es una gran comunidad. Además es una comedia. Esperando..., en cambio, era una semicomedia, más agridulce.
–¿Por qué cree que gustó tanto en Alemania? En alguna nota ustedes señalaron que tenían miedo porque el subtitulado parecía muy largo.
–Yo creo que por eso gustó, porque como estaban todo el tiempo leyendo no vieron la película (se ríe). La verdad es que no sé, pero lo que sí escuchamos bastante fue la palabra “frescura”. Se habló mucho de que era una película fresca, compitiendo al lado de bodoques en el buen y en el mal sentido de la palabra. Nos decían que es una película muy viva. Probablemente se dieron una serie de cosas accidentales que llevaron a esta decisión del jurado, es imposible saber por qué. También puede ser el hecho de que la película, aunque cuente una historia particular, tiene también rasgos globales, porque es una historia que así como sucede entre judíos, coreanos e italianos, podría suceder entre otras comunidades.
–¿Siempre quiso ser actor?
–Primero futbolista, como la mayoría de los chicos. Pero no me iba demasiado bien en el fútbol. Después quise ser actor, después músico, después arquitecto y después otra vez actor. De chiquito iba al cine y cuando volvía a casa me metía en el baño y reproducía escenas de la película mirándome al espejo. Creo que eso fue un minientrenamiento previo. Después, a los 14 años empecé a estudiar teatro y, más adelante, formé un grupo de teatro, Acapara el 522, que sigue hasta hoy. Mientras estudiaba, además, hice cortometrajes con J. Pablo Rebella y Pablo Stoll, los directores de 25 Watts. Así que el teatro y el cine estuvieron desde el principio. Dirigí algunas obras de teatro en Montevideo y ahora me gustaría dirigir cine. Estoy escribiendo un guión.
–Hay gente que piensa que hasta ahora le tocó interpretar a personajes con rasgos bastante similares. Chicos “colgados”, sin proyectos, que no saben qué hacer con su vida. ¿Ve alguna similitud entre sus personajes?
–Mi físico: mi respuesta es ésa. Yo el mayor parecido que le veo es mi físico, no sólo en apariencia sino en cuanto a lo orgánico. Digo, yo priorizo que los personajes estén vivos antes que formen parte de un catálogo de recursos actorales. Creo que en común siempre van a tener algo. No concuerdo mucho, no sé, quizá los personajes más conocidos son los más parecidos.
–Usted dijo que su trabajo en la película de Szifron era “una pieza del rompecabezas en un rodaje muy diseñado” y que no tenía muchas posibilidades de encontrar un espacio. ¿Cómo fue con Burman?
–Cada uno tiene un mecanismo diferente, acorde también al lenguaje que utiliza. Con Burman nosotros trabajamos bastante en la previa al rodaje y fuimos modificando cosas, pero en la toma no se improvisaba. Una vez que él aprobaba y llegaba a una escena definitiva, nos sujetábamos a eso.
–Estas dos últimas películas que protagonizó tienen un rasgo muy autobiográfico. ¿Sintió el compromiso de estar interpretando al director?
–Sí, hay algo de eso. La idea es no caer en la imitación, porque es bastante riesgoso. Pero es inevitable que cuando el punto de vista del director está puesto en un personaje, uno tenga que conectar con su mirada, con lo que piensa.
–¿Le gustaría trabajar con algún director en especial?
–Con todos los que trabajé me gustaría volver a trabajar. Si hablamos de sueños, cuando arranqué, mi sueño era trabajar con Woody Allen. Pero son sólo sueños, no son metas.