Sáb 24.04.2004

CULTURA

“Me gusta meterme en la ciudad y relacionarla con la política”

Rafael Ceciaga Cortázar expone en IMPA una colección de botellas que deja descubrir claves referidas a la identidad y a la memoria.

Por Angel Berlanga

Durante muchos años, al principio, fueron barcos con sus velas desplegadas, hechos en los ratos libres, que casi siempre provocaban la misma pregunta: ¿cómo pudo haber entrado eso por el pico de una botella? El hombre, Rafael Ceciaga Cortázar, vasco, que llegó a Buenos Aires cuando tenía 14 y que ahora tiene 69, que por estos días está obsesionado con meter obras en miniatura de monumentos, edificios y barrios de Buenos Aires en lámparas, tubos químicos de ensayo o botellas, intenta relativizar el asunto diciendo que se trata de “un ingenio” aunque, termina admitiendo, “está bien, no lo hace cualquiera”. A su alrededor, sobre soportes de hierro, están las quince piezas que componen Mundos mínimos, Buenos Aires en botella, en exposición hasta fin de mes en la sala grande de IMPA, La Fábrica Ciudad Cultural, uno de los lugares rescatados por un grupo de trabajadores de la peste neoliberal.
A Ceciaga Cortázar el lugar le pareció ideal porque su trabajo rescata y reúne, en la fragilidad y la transparencia de las botellas, en la dificultad de edificar dentro de ellas, construcciones emblemáticas de la ciudad y frases, sucesos y nombres claves devenidos de aquella peste. Algunas veces la relación entre palabra y construcción es directa: sobre las paredes de la Casa Rosada hay cuatro grafitis con mentiras célebres de ex presidentes (“Síganme, no los voy a defraudar”, “Dicen que soy aburrido”, “La casa está en orden”, “El que puso dólares, retirará dólares”), en un escenario de enfrentamiento entre policías y manifestantes. En otras obras la relación no es tan lineal: “Que se vayan todos” es el título de la botella que contiene a la Iglesia del Pilar, en Recoleta. El botellón que encierra a uno de los edificios típicos de Puerto Madero, por citar otro ejemplo, lleva la inscripción “piqueteros”, “para marcar el contraste –explica Ceciaga Cortázar– entre la miseria y la lujuria a extremos. Cuando empecé a hacerla, la gente iba ahí a comer de la basura”.
Así como un barco lo trajo a Buenos Aires en 1949, fueron los barcos de las botellas los que lo “arrimaron” a la ciudad: empezó con muelles y dársenas para amarrarlos, y ahí nomás las construcciones: Puerto Madero, el Club de Pescadores, el Riachuelo y La Boca. “Ir metiéndome en la ciudad y relacionarla con consignas políticas me generó un entusiasmo muy grande”, dice, y va enumerando todo lo que planea embotellar: la ESMA, el edificio del Banco de Boston, el Congreso y la propia IMPA. En botellas de los más diversos tamaños, tapadas con raíces de árbol, Ceciaga Cortázar ya metió al Cabildo, la Facultad de Derecho (junto al puente que cruza Figueroa Alcorta), el edificio de la Embajada de Francia, el Café del Tiempo, una glorieta y una fuente de Barrancas de Belgrano y Caminito. “La forma de cada botella sugiere un paisaje determinado”, dice, y cuenta que procura conseguir envases originales: la Casa Rosada, por ejemplo, está dentro de la carcaza de vidrio de una extraña lámpara que alguna vez iluminó el Gasómetro, la vieja cancha de San Lorenzo.
Ceciaga Cortázar trabaja principalmente sus obras con maderas de durezas variadas, acrílico, tela y cartón; luego las pinta. La planificación y las posibilidades de construcción dependen del diámetro menor del cuello de las botellas: algunas tienen apenas doce milímetros de ancho. “Adentro las piezas se van acoplando por distintos mecanismos de encajes y encastres”, dice. Habilidad manual tiene desde chico: en su pueblo natal, Mondragón, aprendió el oficio de cerrajero artesanal. Después, en Buenos Aires, se recibió de odontólogo: fue uno de los primeros profesionales en realizar implantes dentales en la Argentina, e incluso escribió un libro al respecto.
¿Por qué construir dentro de botellas? “Quizá por la dificultad que se me genera –dice–. Alguna vez escuché que bastaba con que a un vasco le dijeran que algo era imposible para que se pusiera obsesivamente a hacerlo. Para mí concebir integralmente cada botella es un desafío.” Retirado desde hace años de su trabajo como odontólogo, a Ceciaga Cortázar las bocas abiertas ahora se le aparecen, cada tanto, en quienes miran esos pedazos de Buenos Aires y se preguntan, otra vez: ¿Pero cómo pudo haber entrado eso por el pico de...?

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