CULTURA
› EL ESCRITOR ISRAELI ETGAR KERET HABLA DE LA RELACION DE SU PAIS CON LOS PALESTINOS
“Cuando yo era chico, crecíamos y jugábamos juntos”
El autor de El chofer que quería ser Dios vino a presentar a la feria su libro de cuentos, el primero de un autor israelí que se publicó en Palestina desde los enfrentamientos de los últimos años. “Al único israelí que ven los palestinos es al soldado que los humilla en la frontera”, dice.
› Por Angel Berlanga
Etgar Keret dice que escribe acerca de las grietas que observa en la realidad y eso, para alguien que vive en un país llamado Israel, su lugar de nacimiento y de pertenencia, a menudo implica el abordaje de situaciones y temáticas por las que, se sabe por las crónicas que llegan desde Medio Oriente, se mata casi a diario desde hace demasiado tiempo. Los relatos de El chofer que quería ser Dios, el libro de cuentos que vino a presentar a la feria, son breves, están escritos con un lenguaje llano y directo y destilan diversos tipos de violencia que, la mayoría de las veces, subyacen en sobreentendidos históricos y culturales o en competencias más o menos solemnes e idiotas que Keret observa, sobre todo, entre los suyos. Tres datos pueden colaborar para “ubicarlo” ideológicamente: El chofer... es el primer libro del autor israelí que se publicó en Palestina desde 2000, su obra es best-seller en su país y junto con el libanés-palestino Samir el-Youssef acaba de publicar en Londres Gaza Blues y otras historias, “para que aquellos que quieran leer cuentos de un israelí –explica– estén obligados a leer cuentos de un palestino, y viceversa”.
–El malentendido es una constante entre sus relatos. ¿Por qué?
–Eso está en muchos de mis cuentos, pero no en todos. Yo no creo que la gente desee hacer el mal, pero muchas veces daña por la sospecha por el diferente, o por falta de voluntad para mostrar sentimientos. El hombre es el ser más retorcido del reino animal; a cualquier animal se le nota si está enojado o atemorizado, pero el hombre a veces parece temeroso cuando está enojado, o parece enojado cuando tiene miedo. Busco que en mis cuentos no aparezcan “malos” al estilo de las películas norteamericanas; entiendo que aun aquellas personas que sostienen posiciones sobre las que mantengo una mirada crítica vienen de algún lugar, no aparecen de la nada.
–Se refiere a la sociedad “real” de su país.
–Sí. En Israel somos casi como una sociedad tribal: está la tribu de los de izquierda, la de los de derecha, la de los ultraortodoxos religiosos... Así como se es hincha de fútbol, como acá podría ser River y Boca, cuando allá se ve a un hombre que no lleva tu camiseta se lo odia, inmediatamente. Como hombre de izquierda muchas veces me enfrenté con gente del mismo sector: “No tenés valores, porque no estás dispuesto a odiar a los que no piensan como vos”, me decían. Yo me empecino en seguir viendo al tipo al que me enfrento, con el que no estoy de acuerdo, como a un ser humano. No es algo consciente: tal vez tenga que ver con mi biografía. Mi hermano mayor es el jefe de los que se oponen a la construcción de la cerca en los territorios ocupados, y con mis padres muchas veces tenemos que ir a sacarlo de la cárcel. Mi hermana, en cambio, es muy religiosa y vivió durante algún tiempo en esos territorios. Y aunque mi hermano y yo no estamos para nada de acuerdo con ella, somos una familia que se quiere mucho y nos mantenemos cerca.
–Hace unos años dijo que una buena razón para radicarse fuera de Israel sería irse a un lugar donde hubiera menos odio. ¿Qué pasa con eso en la actualidad, especialmente a partir de la política del gobierno israelí hacia Palestina?
–Creo que es un lugar donde hay tanto odio que las diferencias no son muy significativas. Hay subidas y bajadas constantes a lo largo del tiempo. Cuando baja, no me apuro en ser optimista; cuando hay un pico, no me apuro en desesperarme. Tengo muchos problemas con la vida en Israel, pero sé que no tengo otro lugar. Y dado que mis padres son sobrevivientes de la Shoah, y que emigraron a Israel... Sé que allí por lo menos puedo decir en voz alta que no estoy satisfecho y que nadie, por eso, me va a echar. Ese es un privilegio que no desprecio para nada, porque no lo tuvieron mis padres. Todo escritor, por otra parte, tiene un lazo con su idioma, y una identidad social y cultural respecto del lugar donde fue criado. Vivir en un lugar donde no pudiera hablar y escribir en mi idioma me daría un grado de invalidez significativo. Con mi compañera en la vida queremos tener un chico desde hace ya varios años, y siempre decíamos “bueno, hay que esperar un tiempo un poco mejor”. Luego de esperar mucho tiempo nos atacó el pesimismo: “Es imposible traer un chico a un mundo así”, decíamos. Tuvimos que confrontar el pesimismo. “Si mis padres –le dije– tuvieron la suficiente fe como para traernos a mí y a mis hermanos a este mundo, también tenemos que encontrar esa esperanza.”
–En sus cuentos aparecen escenas de enfrentamientos o cruces entre palestinos e israelitas. ¿Cómo son apreciados esos relatos?
–El chofer... es el primer libro israelí desde la segunda Intifada que se editó en Ramalá y se agotó. Mi traductor al árabe fue muy valiente: él pensaba que más que cualquier otro libro éste traerá la “humanización” del personaje, del ser israelí, ante los palestinos. Cuando yo era chico, israelíes y palestinos crecíamos y jugábamos juntos; no quiero decir que no existan los mismos problemas que hoy, pero nos veíamos los unos a los otros a los ojos. Hoy en día, al único israelí que ven los palestinos es al soldado que lo para en la frontera o al que irrumpe en su casa para humillarlo, y al único palestino que ven los israelíes es al que se explota a sí mismo en la vereda. Así resulta muy fácil demonizar y deshumanizar al prójimo, porque es el que te viene a matar.
–¿Habló con escritores árabes sobre cómo caen sus cuentos?
–Sí, hablé bastante con ellos acerca de la imagen del palestino en mis cuentos. Hace poco un árabe-israelí hizo un trabajo de doctorado en el que sostiene que mientras la literatura clásica de mi país se configura con israelíes que comprenden los dilemas de los árabes y con árabes que, por el contrario, no comprenden a los israelíes, mis cuentos son los primeros en los que los israelíes confiesan que tampoco entienden y también temen. Y que este lugar de debilidad es el primero en el que hay una simetría entre ambos.
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