Jue 23.09.2004

CULTURA  › UN HOMENAJE A MAROSA DI GIORGIO EN EL ROJAS

Las palabras como perlas

Alejandro Urdapilleta, Fernando Noy, Erica Rivas y María Alche homenajearon, a un mes de su muerte, a la poeta uruguaya a quien desde hace años muchos le rinden culto.

› Por Silvina Friera

El homenaje a Marosa Di Giorgio, a un mes de su muerte –el 17 de agosto pasado–, fue una ceremonia sencilla, presidida por esa gran poeta uruguaya de ojos inmensos y mirada torva, que parecía fugarse de la incomodidad de todas las miradas que la acechaban. Su presencia mágica y misteriosa, congelada en distintas fotos proyectadas desde la pantalla de la sala Batato Barea, amortiguaba la sensación de orfandad que dejó, entre sus devotos lectores argentinos –los “marósicos”– (ver aparte), su sorpresiva partida. En el escenario, delimitado por flores, una mesa oficiaba de altar. Un prologando silencio en la oscuridad precedió al sonido del rugido del viento, acaso el mejor preludio para sentir cómo los poemas de esta mujer, que gustaba definirse como “druida”, atraviesan el origen del lenguaje con las palabras eficaces, aquellas que son capaces de nombrar y conjurar el espanto y la extrañeza. “La poesía sería el lugar, el pequeño altar donde toda la naturaleza se concentra y donde las palabras rezan y obtienen, durante el lapso en que el ritmo suspende la caída en el sentido, la presencia de seres desaparecidos. En torno de los muertos, la memoria forma un caparazón de oraciones y Marosa puede decir que son como piedras preciosas, como perlas creciendo a partir del grano ínfimo de la ausencia”, señala Silvio Mattoni en el prólogo de Los papeles salvajes (dos volúmenes publicados por el sello Adriana Hidalgo).
Si los poetas nunca mueren porque viven en sus textos –compensación del sentido común frente al dolor de la desaparición física–, la reina del Sorocabana (nombre del café donde solía juntarse con colegas y amigos) perdura no sólo en sus libros sino en las imágenes del mundo que ella supo construir. Con la sala en penumbras, los actores Fernando Noy, el desopilante Alejandro Urdapilleta, Erica Rivas y María Alche funcionaron como médiums: en el inicio susurruban el nombre de Marosa, la llamaban, la invocaban. Noy arrancó interpretando el poema cinco de Humo, que concluye con el llanto desesperado de una voz poética que canta porque “quería juntar los pétalos, reconstruir la miel, sacarlo de la muerte, ganarlo para siempre, para que no tuviera fin este poema”. Los actores dan en el blanco: saltan de un poema a otro, sin que se noten las costuras, como si la representación de esos universos exuberantes pero fragmentarios constituyera un verdadero work in progress. Rivas, con una flexibilidad asombrosa para pasar por su cuerpo las historias de Marosa, introdujo a los espectadores, que desbordaron la sala Barea (que lleva el nombre precisamente de uno de los principales difusores de Marosa en el país), en uno de los poemas más sintéticos e impactantes de La liebre de marzo: “Soy la virgen. Estoy sola. Silba el viento. ¿Adónde voy? ¿Adónde voy? Y jamás habrá respuesta”.
Alche, actriz de La niña santa, recitó uno de los relatos eróticos más complejos de Rosa Mística. Urdapilleta, ataviado con un manto celeste, con una peluca colorada, deslumbrante, como extraído de un cuento de hadas macabro, arremetió con el poema 17, que bien podría llamarse simplemente “El país de las ratas es mi país”, que pertenece al libro Los huertos salvajes, y con “Mi vestido se hunde en las bromelias y más allá no queda nada”, de La Falena. Si César Aira señaló que el estilo de Marosa “es muy peculiar” porque “se lo reconoce a la lectura de una línea cualquiera; y no se parece a nadie”, el estilo de actuación de Urdapilleta transita por una senda similar: logró exacerbar el sentido del humor de los textos de la poeta uruguaya, que nació en Salto en 1932. Hacia el final, mientras se proyectaban fotos de Marosa, su voz religó los fragmentos representados por sus médiums, los reinsertó de otra manera. Con esa dicción tan proclive a estirar las vocales, con esa voz caudalosa y tan histriónica, que muchos disfrutaron en las performances que ella hizo en la sala Batato Barea, se despidió de los espectadores argentinos, susurrando, recitando la reina de Sorocabana.

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