Mié 06.10.2004

CULTURA  › OPINION

El inventario de Isidorito Di Tella

› Por Mario Wainfeld

El actual gobierno nació con la diferenciación del menemismo entre ceja y ceja. Diferenciación que concernía al “modelo” socioeconómico pero también a la higiene institucional y a la ejemplaridad de los gobernantes. El oficialismo se esmeró en ser (y mostrarse) como muy distante de la frivolidad, la pereza, la ostentación, los tics arribistas. Es del caso señalar que lo viene logrando. Muchas críticas pueden hacerse y, de hecho, se hacen a la actual elite de gobierno (empezando por el Presidente), pero no que sean vagos, poco apegados a los temas de gestión o que se dediquen al exhibicionismo de sus vidas privadas.
Claro, con una excepción. El lector ordenado, que ha leído el título de esta nota, sabe de quién estamos hablando. Dicen los que conocen las intimidades de palacio que Torcuato Di Tella nunca quiso ser secretario de Cultura y que así se lo hizo saber de entrada a Néstor Kirchner. Pero lo cierto es que aceptó el cargo... y de hecho hace un año y meses viene no siendo Secretario. Eso sí, viene no siéndolo con estrépito.
La gestión de Di Tella produjo como primer rubro una ristra de boutades vertidas ante los medios, la mayoría ninguneando a su propia área de acción. Este rubro incluye una entrevista en la que Di Tella, y su mujer Tamara, le “mostraron su casa” a la revista Noticias al modo de los habitués de Caras, sin dejar de jactarse de su fortuna personal y de hacer gala de su prosapia de clase.
Además de lanzar sarcasmos sobre la cultura que nunca gerenció, el Secretario fue eslabonando pequeños, medianos y grandes escándalos y papelones. Entre ellos la salida de Horacio Salas de la Biblioteca Nacional, por una compadreada de Torcuato que quiso demostrar qué bien se lleva él con los sindicalistas. La Rosada, trascartón, decidió per se las nuevas designaciones para evitar que Torcuato demostrara con ellas su desinterés en la gestión. A eso debe atribuirse que dichos nombramientos hayan sido adecuados.
La saga de tropiezos en el Fondo Nacional de las Artes, producto de una desidia chocante, revela que Di Tella ni siquiera se lleva bien con la gente paqueta a la que dice pertenecer.
El Congreso de la Lengua, al que Di Tella en la intimidad califica de “tontería”, es una de las movidas más grandes del conjunto de los países cuyas gentes hablan castellano. Está al caer y hasta ahora sólo ha repercutido por un par de polémicas sobre los invitados, que tienen su interés pero que no agotan la agenda posible. Esos hechos académicos tienen su pesadez y sus formalismos, pero también, cualquier animador cultural lo sabe, pueden servir de pretexto disparador para cien acciones previas. La productividad verbal del Secretario no incluye a la lengua. Y sus condiciones de animador cultural son nulas.
El último traspié de Di Tella fue su entredicho con Mateo Goretti. Goretti es un sociólogo que, como hobby, colecciona objetos de arte. En tal carácter le había ofrecido a Cultura una donación de objetos de arte precolombino a condición de que se hiciera un museo que contuviera dicho material y otras colecciones que ya posee el Estado y no tiene dónde poner. Di Tella rechazó la propuesta. Goretti le hizo una análoga al intendente frenteamplista de Montevideo, Mariano Arana. No era por las mismas piezas, sino por otra colección, obtenida en Uruguay. Arana aceptó gustoso, la donación se concretó y el museo ya fue preinaugurado en la ciudad vieja de Montevideo. Informado de esa contingencia, Di Tella lanzó una serie de denuncias contra Goretti, que luego fue retractando en su mayoría. Di Tella y Goretti se conocen de hace años y tienen buen trato personal. La interpretación verosímil es que el Secretario salió a denunciarlo para cubrirse al advertir que podía quedar en off side por su decisión de rechazar la donación por contraste con Arana. Recordemos que éste es un intendente reconocido por su sapiencia artística y sus dotes de gestión. Cabe imaginar que su decisión fue más sabia que la de Di Tella. En todo caso, lo seguro es que Di Tella hizo lo que mejor sabe hacer, o sea, no hacer nada y armar un sainete, al fin y al cabo un género criollo. Cultura suele ser la Cenicienta en el Estado nacional. Quizás eso explique la impunidad de un funcionario que no sólo ha sido incompetente sino provocador en el peor sentido de la palabra. Uno de esos que motivan que se potencie el descreimiento de “la gente” en los políticos. Otro motivo que quizá cuente es que Di Tella no practica una costumbre que sí tuvieron los bufones de la Corte en tiempos pasados. El Secretario tiene un ingenio pasmoso pero jamás se sale del elogio y del ditirambo a la hora de hablar del Presidente.
Es difícil que la Cenicienta recobre garbo. Entre otras cosas hace falta que se asuma que la Secretaría de Cultura, la de Medios, el Canal 7 y Radio Nacional no pueden seguir tupacamarizadas. Deben estar, si no articulados en un mismo espacio, al menos coordinados. Me permito dudar que Di Tella, salvo en algún copetín, haya urdido acciones colectivas con los titulares de esas áreas. Pero no es cuestión de esperar acción de un dandy ubicado donde jamás quiso estar. La ética de gestión, la contracción al trabajo, la puesta del músculo al servicio de un proyecto no integran el inventario del Isidorito Cañones del siglo XXI. Un funcionario que parece sacado del molde de la década del 90. Esa que, se supone, el Gobierno quería sepultar.

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