Lun 11.10.2004

CULTURA  › ENTREVISTA AL ESCRITOR ALVARO ABOS

“El interés por la muerte es tan viejo como el hombre”

El autor acaba de publicar La baraja trece, un volumen en el que ficcionaliza la muerte de varios autores célebres.

› Por Silvina Friera

Alvaro Abós dice que la amenidad es una forma de cortesía con los lectores. “Si la gente tiene que pagar un promedio de 20 pesos por un libro, lo menos que podés hacer es entregarle un producto que los distraiga”, subraya el autor en la entrevista con Página/12. “Para mí, el escritor es un artesano. No tengo un concepto muy iluminista del oficio. Cuando veo a un escritor que dice que va a iluminar al mundo, me causa gracia. Escribir prosa es muy difícil y hay que munirse de la paciencia de un artesano: hay que pulir y escribir miles de veces.” Eso es lo que hizo durante diez años con el puñado de cuentos que integran La baraja trece (la muerte en el tarot), publicado por Adriana Hidalgo, donde reúne doce relatos que evocan el final de la vida de escritores como Stephan Zweig, Paul Nizan, Baruj Spinoza, Franz Kafka, Roberto Walser, Virgilio Piñera y Roberto Arlt, que pueden ser leídos como variaciones de una misma historia: el misterio de la muerte.
“Soy un escritor profesional, no hago más que escribir; por lo tanto necesito del soporte editorial y de mis lectores. No tengo beca, ni subsidio, ni crédito, nunca me dieron nada; de manera que soy un escritor en la calle que necesita la industria editorial porque no puede subsistir sin editores. Pero trabajo siempre sobre proyectos que motorizo, lo que me permite mantener la libertad”, advierte el escritor, que obtuvo el premio Konex de biografía 2004 y que ha publicado una veintena de libros como El poder carnívoro, Restos humanos, El simulacro, Al pie de la letra. Guía literaria de Buenos Aires y, recientemente, la biografía Xul Solar: pintor del misterio, entre otros.
Algunos de los cuentos de La baraja trece ganaron diversos premios, como Mereces lo que sueñas (Ciudad de Alcalá de Henares) o Carta de un escritor a un tendero (premio Ciudad de Irún y el Max Aub). “La muerte de un escritor nunca es un hecho fortuito porque, al clausurar su vida, clausura también su obra, inaugura una nueva óptica para su lectura, abre la etapa en la que esa obra tendrá que defenderse sola, ya sin coberturas biográficas”, escribe Abós en el relato Hombre en la nieve, inspirado en la muerte de Walser, que obtuvo el premio Jauja de Cuento en Valladolid.
–¿Por qué la muerte? ¿Es una obsesión literaria suya?
–Sí. Los cuentos los fui elaborando durante un período en el cual escribí mucho acerca de la muerte y coincidió con la escritura de El simulacro, novela que se publicó en 1994, y que trataba el suicidio de Pavese. Fue una época en la que me obsesionó el tema, y se me ocurrió escribir diversos relatos que, mayoritariamente, estuvieran relacionados con escritores. La muerte es un momento culminante que puede dar sentido a lo que ha pasado e invertir, incluso, el sentido de una vida humana.
–¿A qué atribuye el interés de muchos lectores por la forma en que viven y mueren los escritores?
–El escritor, como es el que crea las mitologías, siempre se pone a sí mismo. Pero el interés del ser humano por la muerte es viejo como el hombre. En mi formación de escritor, lo que más me influyó es el comic y las novelas policiales que leía en mi infancia y en mi adolescencia, colecciones como Rastros o El club del misterio. Soy de la época anterior a la revalorización culta del policial; me crié leyendo a Raymond Chandler. Si miramos un poco atrás, las obras de teatro medievales se llamaban “misterios”, y no hay nada más misterioso que el muerto. El muerto es el misterio por excelencia.
–¿Manejó un criterio para seleccionar los autores?
–Sí, la fascinación por el escritor, por el artista, por la mitología. En el fondo debe ser que me intereso por mí mismo. ¿Qué es lo que a un lector o a un escritor lo lleva a hurgar en las vidas de escritores? Buscar explicaciones y respuestas sobre aquellos autores que me subyugaron. Este libro, de alguna manera, es un mapa de mis lecturas: soy un gran lector de Borges, Kafka, Spinoza, Montaigne y Nizan.
–La mayoría de los cuentos de La baraja trece se mueve en el borde de la ficción y el ensayo...
–Esa es una forma que vengo practicando hace tiempo. El libro de cuentos parte con una desventaja enorme porque hoy es el género maldito, pese a que fue el género central de la literatura argentina. El cuento no tiene difusión porque los suplementos literarios ya no los publican. Tengo la idea de que el cuento cada vez se aproxima más al poema, en cuanto a la brevedad, a la concentración y a la calidad depurada que debe tener. Un libro de cuentos debe presentar una fuerte unidad, porque si encima los cuentos son dispersos, eso dificulta todo más.
–Cuando ficcionalizaba respecto de la vida de esos escritores, ¿se impuso algún límite?
–Sí, siempre me impongo límites, porque trato de mantener ese borde entre la realidad y la ficción lo más ajustado posible a la realidad. En el caso del cuento sobre Roberto Arlt, directamente reescribí un trabajo crítico que hice, y le fui eliminando todos los elementos digresivos literarios que tuviera, para centrarme pura y exclusivamente en una peripecia, de manera que ese hombre que deambula por Buenos Aires en el año ’40, que está mal de salud, que intuye que algo le pasa, que se enoja o se pelea, finalmente podría ser Juan de los Palotes.

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