CULTURA
› ROBERTO FONTANARROSA JUEGA DE LOCAL EN EL CONGRESO DE LA LENGUA QUE EMPIEZA HOY
“El lenguaje es lo que viste a las personas”
“Si de mí esperan una lección, cerremos ya el Congreso”, se ríe el Negro, que planea hablar de las supuestas “malas palabras”.
› Por Silvina Friera
No aspira al Premio Nobel de Literatura porque cuenta que está satisfecho cuando alguien le pide un autógrafo y le dice: “Me cagué de risa con tu libro”. “El Negro” Roberto Fontanarrosa cree que se dirá de él que es un escritor cómico. Pero no le quita el sueño la definición que puedan hacer respecto de su estilo o de su literatura. Sabe que juega de local en Rosario y que gana por goleada. Quizá por su condición de rosarino de pura cepa, el Negro será el escritor argentino que cierre el III Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) que se inaugura hoy a las 11 en el teatro El Círculo. “Tengo a cargo lo que se supone que tendrían que ser las palabras finales, en algunas partes lo ejemplifican como ‘lección’. Si de mí esperan una lección, cagamos todos y cerremos ya el Congreso”, dice Fontanarrosa en la entrevista con Página/12. “Puto al que lee esto”, escribió en un cuento de Usted no me lo va a creer. “Ojalá se me hubiera ocurrido a mí un comienzo semejante. Ese es el golpe que necesita un lector para quedar inmovilizado. Un buen patadón en los huevos que le quite el aliento y lo paralice. Ahí, tenés, escapate ahora, dejá el libro y abandoname si podés.”
Fanático de Central, El Negro siente una preocupación lógica porque Newell’s está primero. “Una vez un periodista de TV me dijo que le gustaría hacer un programa en el que me acompañaran a la cancha. Ni en pedo, qué me van a venir a romper las pelotas cuando estoy preocupado con el partido. A la cancha no hay que ir ni con un chico ni con la novia. Atendés una cosa o la otra.”
–¿Se imagina leyendo el texto que empieza diciendo Puto al que lee esto en la clausura del Congreso de la Lengua?
–(Risas.) Eso en definitiva es un cuento, como tantos otros. Cuando tuve que ordenar los cuentos, me pareció lógico que por el título lo pusiera en primer lugar y muchos pensaron que era el mensaje o pensamiento vivo del autor, o una encíclica. En el Congreso tengo una intervención el próximo viernes y no sabía de qué carajo hablar. Los lineamientos que te dan, afortunadamente, son muy amplios. Entonces decidí hablar sobre las malas palabras, tratando de no darle un tono a lo Jorge Corona. Preguntarse, cosa que uno no se ha planteado mucho, ¿por qué son malas las malas palabras? ¿Qué lo determina? Supongo que salen del uso y la costumbre; cómo algunas se han ido integrando y se las usa casi normalmente en los medios, cómo hay malas palabras que según el uso pueden devenir en elogio. Cuando alguien dice que es un tipo que toca la guitarra “de puta madre”, es elogioso, lo mismo cuando dicen que es un “hijo de puta” cómo juega al fútbol. También pienso en lo irremplazable de ciertas malas palabras: no es lo mismo decir tonto que pelotudo. Las malas palabras ya no escandalizan a nadie, pero hay algunos diarios que siguen poniendo puntos suspensivos. ¡Qué papel hipócrita que tienen los puntos suspensivos!
–Usted es un escritor un tanto ajeno al discurso de los ámbitos académicos. ¿Le sorprendió que lo convocaran al Congreso?
–Por un lado me sorprendió. Lo puedo entender por mi relación con la ciudad. Si bien yo no voy a hacer una charla tipo Seinfeld, tampoco haré algo académico porque no lo puedo hacer. No voy a leer, al menos que me digan que es obligatorio. Si voy a una charla y veo que un tipo saca quince páginas, tiene que ser algo maravilloso para que a mí me atrape.
–¿Esta convocatoria la siente como un reconocimiento de intelectuales y académicos?
–Sí, es una formalidad, pero nunca me he sentido muy marginado. Por razones geográficas no tengo mucho contacto con los escritores. Pero me siento más cerca de los periodistas que de los escritores, no por elección, sino porque trabajo para los medios. Sé que de alguna manera es una distinción que me den la palabra final, especialmente acá en Rosario. Laprimera vez que vino Víctor García de la Concha dijo que tenía problemas con su apellido. Un tipo que arranca así ya me cae bien. Cuando me habló por teléfono me dijo que en algún momento junto con Rafael Bielsa habían barajado mi nombre.
–Ernesto Schóo lo considera uno de los mejores escritores argentinos y lo califica como “el Fray Mocho de nuestra época”...
–Si tuviera que decir que no estoy de acuerdo, es por el simple hecho de que no leí a Fray Mocho. Debe ser cierto, porque respeto mucho a Ernesto, que aparte es un amigo. Tengo influencias de muchos escritores: desde Oesterheld hasta Salgari. A mí me influyeron mucho los narradores norteamericanos de corte periodístico que cuentan algo, como Norman Mailer, Ernest Hemingway, Truman Capote. Pero hay cierta lejanía a través de la traducción y de los paisajes, quizá por eso los latinoamericanos están más cerca, como Osvaldo Soriano, con el que me identifico mucho, en ciertos planos, en contar lo que está alrededor de uno. Woody Allen me deslumbra pero no sólo por el humor sino porque tiene un ojo muy afilado para ver lo que uno tiene adelante. Me remito a Zelig: un tipo hablaba con un negro y se empezaba a poner negro, hablaba con un gordo y empezaba a engordar. Los personajes parecen escapar de la pantalla y ser de la vida real. Son esas cosas que decís: “Puta que lo parió, por qué no se me ocurrió a mí”. Esa percepción que va más allá de lo humorístico, que él resuelve para el lado del humor y otro lo haría hacia la tragedia o el drama. Una cosa que me desvela es esa manera de captar lugares, escenas y conflictos muy ricos. Yo no puedo hacer solo costumbrismo, necesito encontrar algo más, cosas dignas de ser contadas.
–¿Para qué sirve este encuentro, cuyo lema es “identidad lingüística y globalización”?
–La ceremonia, la formalidad, debería servirnos para darnos cuenta del idioma que tenemos a nuestra disposición. Daría la impresión de que el idioma tiene como dos condiciones propias del aire: es fundamental e inadvertido. No nos damos cuenta porque lo escuchaste hablar siempre y no reparamos en el instrumento que es un idioma como el castellano, que no es un dialecto ni una lengua de grupo. No creo que haya otra región tan enorme en el mundo que esté ligada por el mismo idioma. De Ushuaia hasta la frontera de México con EE. UU. hablamos en español. Una vez fui a un congreso de dibujantes de toda América latina, en Quito. A los cinco minutos ya éramos como chanchos gracias al idioma. Había un estadounidense que estaba colgado, pobre. Tomar conciencia de la riqueza que tiene el idioma es importante. Estoy en contra de toda imposición o limitación. En tanto uno empieza a conocer más el idioma, encontrás una cantidad de palabras que tienen una belleza de sonido que no pueden ser reemplazadas en otra lengua. No creo que un congreso pueda influir en el habla popular, ni me parece que sea la intención. Lo que sí se puede sacar es conclusiones respecto de la enseñanza en las escuelas. Ver si se puede trabajar para un mayor conocimiento del lenguaje y una cercanía con la lectura. Siempre digo que lo que más viste a las personas es el lenguaje; todavía hay cierto prestigio cuando alguien dice “habla muy bien”, típico del chanta argentino que siempre se expresa bien. Hay que volver la mirada y el oído al lenguaje.
–¿Qué influye sobre el habla popular?
–Es difícil de establecer, aunque hay veces en que el periodismo influye a través de programas de televisión o radiales, que la mayoría desaparecen, a menos que sean muy acertados. Da la impresión de ser una realimentación: el habla popular alimenta al periodismo, y el periodismo, que usa un vocabulario mucho más rico, influye en tanto que permite que lagente se familiarice con el uso de ciertas palabras. Pero el habla popular es algo muy natural y dinámico. Lo que empobrece el lenguaje es no saber expresarse. Si yo escucho a un chico que dice “había un coso, que tenía una cosa arriba, de donde salían dos cositos”, me alarmaría por la pobreza con la que cuenta algo.
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