CULTURA
› CULTURA ENTREVISTA A HECTOR TIZON
“Un juez no puede ser un ignorante de la literatura”
En No es posible callar, el escritor y magistrado reflexiona sobre el lugar del artista y carga contra la globalización.
› Por Silvina Friera
El escritor no se refugia en la belleza de una metáfora para ocultar lo que piensa. No en el caso de Héctor Tizón, que se define como un hombre libre que escribe, que trata de comprender, de tirar del hilo para desembrollar esa madeja convulsionada que es el tiempo que le toca vivir: el aquí y el ahora. De eso se trata su último libro, No es posible callar (Alfaguara), un puñado de ensayos en los que el narrador y juez jujeño reflexiona sobre el lugar que ocupa el artista, analiza el rumbo de la sociedad occidental y desbarata el discurso tramposo de la globalización como un camino irreversible. En estos textos, el autor de La casa y el viento analiza las últimas provocaciones del imperialismo estadounidense, la conformación de la Argentina y el rol de la inmigración, que fueron articulando el controvertido modo de ser de los argentinos, entre otros temas. “Mucho de lo que nos pasa es porque no hablamos, porque no utilizamos ese instrumento, que Dios nos facilitó para comunicarnos, que es la lengua. Cuando algo nos disgusta debemos decirlo, porque si no, no procedemos de buena fe con el prójimo, pero tampoco somos leales a nosotros mismos. Tenemos que hablar para no convertimos en cómplices”, dice Tizón en la entrevista con Página/12.
–¿Por qué polemizó con Adolfo Pérez Esquivel respecto del Congreso de laS lenguaS?
–En este país hay una vieja costumbre: cuando se hace una cosa inmediatamente se realiza otra actividad paralela. No me parece mal sino inútil, un desperdicio de esfuerzos. Son indignaciones que se deben sofocar; no es mi estilo ni me gusta entrar en este tipo de polémicas porque, en definitiva, nos lastimamos entre nosotros y no ayudan a nada.
–¿Cómo explica estas escisiones que lastiman a la sociedad argentina?
–Nos falta la costumbre de disentir con ideas sin practicar el contraculturalismo. No sabemos convivir y esto nos ha llevado a situaciones muy desdichadas. España es, quizás, el mejor ejemplo. Salió de una dictadura férrea y cruenta de cuarenta años, y los españoles empezaron a convivir sin que nadie los exhortara. Pareciera que estamos condenados a no imitar los buenos ejemplos de convivencia que se dan en el mundo. Hay una forma de convivir que es falsa: callar cuando se debe hablar. Si la Justicia es corrupta, por más que yo pertenezca, debo decirlo. A mí me ha costado muchos disgustos, pero siempre lo he dicho.
–¿Por qué, entonces, compara la función de un juez con la literatura?
–Me suelen preguntar cómo es posible ser un novelista y un juez a la vez. No solamente es posible sino que es necesario. Me parece inconcebible que un juez sea un ignorante de la literatura, porque la literatura es otra lectura del mundo y de la conducta humana, y un juez debe estar muy atento a las grandes obras literarias. ¡Cómo puede un juez ignorar la obra de Dostoievski! O cómo puede desconocer que Flaubert fue llevado a la Corte de Justicia, acusado de transgredir las buenas costumbres en Francia por Madame Bovary. Un juez y un escritor trabajan sobre lo mismo: uno lo hace sobre el comportamiento de personas reales; un novelista también trabaja sobre conductas humanas, aunque sean criaturas inventadas en la propia obra literaria.
–¿Qué ocurre con las reglas de juego propias de cada oficio?
–Un novelista es más libre que un juez porque puede recurrir a figuras retóricas como las metáforas, que un juez no podría usar, pero ambos deben buscar la precisión en el uso de la lengua. El novelista puede darse el lujo de la ambigüedad; un juez jamás, porque tiene que utilizar las palabras justas en el lugar justo, si no va a producir una sentencia poco comprensible. Pero por lo demás, el acto de escribir es el mismo: la actividad de los jueces participa de los mismos problemas que el discurso literario de ficción. Trato, en lo posible, de no confundir los roles. Yo no juzgo a nadie en mi obra de ficción, pero como juez debo hacerlo.
–¿Hay puntos de contacto entre el destino de los personajes y el hecho de dictar sentencias?
–Sí, lo que ocurre es que un juez está más ceñido a los preceptos de la ley para llegar a la sentencia. En este sentido es bastante parecido al deber que tiene un novelista. Si al escritor no le gusta la realidad, debe crear otra en donde se moverán sus personajes. Debe, como quien dirige un proceso, encauzar la vida de esos personajes de una manera racional y nunca cometer la arbitrariedad de que cuando un personaje molesta o está sobrando, matarlo. Esto no puede hacerlo un novelista, del mismo modo que un juez no debe desentenderse de las personas que llegan a su magistratura en demanda de justicia. En primer lugar, tiene que tratar de conciliar los intereses, y si no hay conciliación posible, abrir la contienda y trabajar sobre las pruebas que exista. Un novelista no puede desarrollar una trama absolutamente arbitraria y voluntariosa porque sería inverosímil, y la verosimilitud es una condición esencial de la obra literaria.
–¿Por qué la justicia sigue teñida por la ambigüedad: se la mira con desconfianza, por inoperante o corrupta, pero al mismo tiempo se la reclama como una necesidad?
–En el fondo de nuestra cultura judeocristiana está la imagen de un juez que no cumplió con su deber, que se lavó las manos y condenó a un inocente a ser crucificado. Hay una desconfianza natural entre la gente y los jueces que inclusive se materializa en obras como Martín Fierro, cuando se dice “hacete amigo del juez”. Uno no tiene por qué ser amigo del magistrado. El juez tiene que ser un hombre respetado, aunque no sea querido, y va a ser respetado en la medida que las sentencias que dicte obedezcan pura y exclusivamente a motivaciones de la ley, y no de tipo personal ni mucho menos político.
–¿Los medios de comunicación distorsionan el concepto de justicia?
–Sí, especialmente los audiovisuales. En algunos casos la televisión se hace eco de ciertos hechos en los que pareciera que lo que la gente pide no es justicia sino venganza. La justicia no es venganza, hace mucho tiempo que ese concepto del “ojo por ojo, diente por diente” ha desaparecido. Hacer justicia es la vieja definición de “dar a cada uno lo suyo”. No es posible ser instrumento de la venganza personal de nadie, porque si no vamos a vivir en una sociedad que practica el linchamiento y no la justicia.