CULTURA
› SE PUBLICARA LA PRIMERA ANTOLOGIA QUE REUNE OBRAS DE AUTORES DESAPARECIDOS
“Es un trabajo doloroso pero indispensable”
Víctor Redondo, presidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, cuenta detalles de esta iniciativa. El libro, de más de 300 páginas, incluye poemas, cuentos, artículos periodísticos y cartas.
› Por Silvina Friera
El bache era insólito, un agujero negro en la memoria del cuerpo social. El presidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), el poeta y editor Víctor Redondo, se pregunta, entre asombrado e incrédulo, cómo no se publicó antes la primera antología que reúne obras de autores desaparecidos durante la última dictadura militar, que la SEA está preparando, y que se presentará en la Feria Internacional del libro. Y confiesa que uno de los primeros objetivos que se propusieron cuando crearon la SEA –en marzo de 2001– fue averiguar cuántos escritores había desaparecidos y quiénes eran. “Lanzamos un llamado a toda la entidad para que aquellos que tuvieran algún tipo de información nos hicieran llegar los nombres. Así armamos la primera lista con 60 escritores, que la presentamos públicamente en el Palais de Glace. A partir de ahí se formó una comisión de socios que durante casi un año estuvo haciendo una tarea detectivesca, que consistía en conseguir un contacto con aquel del cual apenas teníamos un nombre y después encontrar algún texto que haya escrito”, recuerda Redondo en la entrevista con Página/12. Los nombres desaparecidos fueron apareciendo y la lista completa, desgraciadamente, creció: son 97 escritores, pero sólo se consiguieron textos de 57.
La antología, que tendrá más de 300 páginas y una tirada inicial de 3000 ejemplares –comprados en buena parte por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip)–, incluye poemas, cuentos, artículos periodísticos y cartas de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo, Roberto Santoro, Enrique Angelelli (el obispo de La Rioja), Miguel Angel Bustos, Roberto Carri, Raymundo Gleyzer, Norberto Habegger, Susana “Pirí” Lugones, Carlos Mujica, Héctor Oesterheld y Enrique Raab, entre otros. “Sabemos que esta primera edición será el disparador para que otra gente que tenga datos no los haga llegar. No sólo de aquellos que tenemos el nombre, y nos falta el material, sino de otros que no tenemos ni siquiera el nombre”, señala Redondo. “Hay una cierta injusticia para los escritores que no son conocidos, porque cuando mencionamos a Walsh, a Conti, a Bustos, a Santoro, no mencionamos a los Walsh que mataron y que no pudieron desarrollar su trabajo; chicos que tenían 17 años, y cuando mirás las fotos te revuelve las tripas. Este es un trabajo doloroso pero indispensable, porque no sólo está el texto sino que hay una mínima biografía. Gente demasiado humana termina siendo un nombre y dos renglones.”
Redondo advierte que le resulta increíble estar haciendo un libro sobre muertos, que rápidamente requerirá de una segunda edición porque, seguramente, la lista (que se puede consultar en www.lasea.org) se incrementará con nuevos nombres y textos después de la publicación. “El proyecto tuvo repercusión en todo el mundo; llaman de Holanda, de Francia, de España, del País Vasco, de Italia. Esa repercusión es positiva –aclara el poeta– porque es la manera de prepararnos para evitar en el futuro cualquier posibilidad de que se repitan asesinatos en masa como ocurrieron en nuestro país.” Redondo también menciona a la SADE, la otra entidad que nuclea a los escritores, y explica por qué este trabajo de recopilación no se hizo antes: “La SADE nunca hizo este trabajo porque no existe, o existe en los papeles y la están terminando de destruir. La SADE no hizo esto porque, entre otras cosas, los militares les dieron subsidios de por vida a varios de los integrantes de comisiones directivas. La SADE está en otra cosa, se vació de contenido, está usurpada por un grupito que está usando lo que queda de esa institución para su disfrute personal. La SADE no representa nada para los escritores, por eso creamos la SEA, por el vacío de representación que tenían los escritores”.
Además de la antología, la SEA está empezando la mudanza a la nueva sede en Once (Bartolomé Mitre 2815), en donde a partir de abril funcionará un centro cultural de la entidad, que tendrá una biblioteca con autores argentinos y un auditorio para conferencias y presentaciones de libros. La nueva sede fue otorgada en comodato por la Onabe (Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado) y su remodelación se realizará gracias a un subsidio de 40.000 pesos, aprobado en diciembre por la Legislatura porteña.
–¿Qué rol ocupa hoy el escritor en la sociedad argentina?
–El rol del escritor es contar historias, desarrollar el lenguaje, recrear las palabras y volverlas a poner en circulación. No tiene ninguna otra obligación más que escribir, pero si además de eso el escritor quiere jugar un rol en la sociedad, yo, personalmente, creo que debe hacerlo. La gracia de la vida consiste en involucrarse en todo lo que pasa. Mi ideal, lo que yo trato de poner en práctica, es el del militante. Al margen de mi escritura, aunque yo escriba de angelitos, trato de luchar por mejorar la vida de todos. El ideal de ser humano es el del militante, que implica estar en organizaciones. Estoy absolutamente en contra de las ideas de transversalidad y autodeterminación; lo mejor que podemos hacer es organizarnos, tener un programa y luchar por eso.
–¿Cuáles serían los problemas que enfrenta el autor en el siglo XXI?
–Quisiera encontrar una manera original de decir lo que ya todos sabemos. El problema principal que tiene elescritor es la estupidización del mundo, la vulgarización de las cosas, la masificación, la nulificación y la concentración económica, que transformó a las editoriales en empresas puramente comerciales. El escritor no tiene una manera normal de dar a conocer su trabajo porque tiene enfrente a editoriales que se manejan con criterios de marketing, y muchos de los que trabajan en esas editoriales son íntimos amigos. La lógica del mercado se impuso hasta para nuestros amigos; saben que no pueden editar un libro porque es buena literatura, tienen que editar un libro porque se supone que va a vender. Como conocen las recetas, las siguen aplicando constantemente. Y además, en nuestro país, no hay prácticamente ningún incentivo a la creación literaria: los premios Nacionales y Municipales están parados hace años, el Fondo Nacional de las Artes sigue parado.
–¿Cómo definiría usted la lógica del oficio del escritor?
–El oficio literario es el secreto, el misterio, lo que cada uno hace en la soledad más absoluta, es encontrarle nuevos sentidos a la realidad, es poder expresar lo que mucha gente siente pero no le encuentra nombre, es luchar para que el lenguaje, que está siendo reducido por el capitalismo a meras consignas, vuelva a tener riqueza para que la juventud que maneja ochocientas palabras pueda tener mejores maneras de hablar y de entenderse. Pero eso es el viejo oficio: de Homero para acá el oficio del escritor implica encontrarles palabras a las cosas.
–El año pasado se empezó a hablar de una suerte de renacimiento del mundo editorial. ¿Está de acuerdo?
–La primavera que están viviendo las editoriales argentinas es un producto pasajero de la devaluación. Nada más que eso. La verdad es que se está leyendo cada vez menos, no sólo en la Argentina. El problema que tienen las editoriales es que no pueden parar de editar, porque si paran de editar tienen que cerrar y como son un negocio tienen que, inevitablemente, sacar libros todos los meses, aunque lo que editan lo tengan a los dos meses de vuelta en los depósitos. Es una máquina, un circuito que necesita alimentarse a sí mismo. Las editoriales viven en una burbuja financiera, pero la cuestión es que las editoriales cada vez están más ricas y los escritores cada vez más pobres, salvo una pequeña elite que forma parte de ese circuito que vende.
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