Sáb 05.01.2002

CULTURA  › UMBERTO ECO CUMPLE 70 AÑOS, SIN DEJAR DE TRABAJAR

Un apocalíptico integrado

Lingüista, experto en medios de comunicación,
ensayista, columnista, filósofo y novelista, mantiene una entrañable relación con Argentina.

Probablemente sea el intelectual más famoso y más trabajador de Europa: Umberto Eco, lingüista y experto en medios de comunicación de masas, ensayista, columnista, filósofo y novelista, cumple hoy 70 años sin haberse dado jamás un respiro en su constante interrogación del mundo desde las ciencias sociales y la literatura. Las obras de este profesor de semiótica sedujeron a un público muy vasto, que se divirtió con su aventura de detectives trasladada a la Edad Media en El nombre de la Rosa (1980), una novela de excepcional éxito internacional, o cuando expuso sus consideraciones acerca de los signos en Kant y el Ornitorrinco (1997), sin que por otra parte su figura académica haya perdido prestigio o solvencia.
Los textos de este intelectual piamontés decididamente heterodoxo figuran en las bibliotecas de todo el mundo, de Sydney a San Paulo, de Tokio a Buenos Aires, una ciudad que ama incondicionalmente, por Jorge Luis Borges pero también por Mafalda. A este personaje, y a su autor, Quino le ha dedicado artículos a su modo históricos. Borges no sólo inspiró parte de El nombre..., sino que además es su escritor favorito de todos los tiempos. Eco es, por definición, optimista. Considera que el mundo cada vez es mejor, que cada vez la gente es más culta, que hay que repasar la historia para entenderla. Sin embargo no deja de observar cómo la cultura tradicional está siendo reemplazada por las posibilidades de lo que llamó “cultura electrónica”. “Demos gracias a Dios porque exista gente que, en vez de gastar dinero en chales, zapatos o cocaína lo gasta en un libro, aun cuando éste se quede en la mesa de luz”, piensa hoy Eco.
En la novela El péndulo de Foucault (1998) describió la seducción del mundo de las ciencias naturales para la enseñanza irracional. Con la historia de un espía del siglo XVII, que en contra de su propia voluntad parte en un viaje por mar con el propósito de descubrir una fórmula secreta, Eco creó una novela barroca, instructiva y de aventuras (La isla del día antes, 1994). Y con Baudolino (2001, recientemente publicada en la Argentina), inventó un pícaro fabulador y mentiroso que le ayudó a regresar al medievo de la mano del emperador Federico Barbarossa. El hecho de que su cuarta novela resultase una rotundo éxito y se hayan vendido ya los derechos para que se publique en cerca de 30 países más, se entiende por sí solo. “Mis novelas se centran en personas que no acaban de entender lo que acontece a su alrededor. Un poco lo que nos pasa a todos”, sugiere el autor.
Al tiempo que en sus relatos las muestras de ingenio y un torrente de datos históricos desafían al lector convirtiendo la lectura en una verdadera “caza de sabiduría”, en sus columnas del semanario L’Espresso aborda temas profanos: los ritos y costumbres de nuestra vida cotidiana.
De un modo sutil no pierde de vista el voyeurismo de mal gusto de ciertos programas de televisión, polemiza empleando el sarcasmo en contra de la pena de muerte y habla mal e irónicamente del fanatismo futbolístico de sus compatriotas, que equipara a una “perversión sexual”. En su penúltima visita a la Argentina, mientras se disputaba el Mundial 1994, sus apreciaciones sobre el onanismo y el consumo televisivo de fútbol generaron una graciosa polémica.
Hijo de un empleado contable, Umberto Eco nació 1932 en Alejandría, y estudió filosofía en Turín. Trabajó para diversos medios y editoriales, y en 1971 obtuvo la cátedra de Semiótica en Bolonia. Su primer libro de éxito internacional fue Apocalípticos e integrados, un clásico indestructible de la historia de las ciencias sociales. Eco, que ha sido distinguido con varios doctorados honoris causa y ha recibido premios internacionales de literatura, arte y ciencias, dirige desde que se jubiló de sus labores académicas su propio Instituto. Estimado y aclamado por lectores, estudiantes y profesores de todo el mundo, Eco se confiesa sensible con respecto a la crítica: “Si nueve críticos encuentran buena una novela mía y otro no, entonces me duele”. “¿Por qué justo ese me encuentra malo?”, se pregunta.

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