Jue 03.02.2005

CULTURA  › EL ESCRITOR ARIEL DORFMAN HABLA SOBRE VOCES CONTRA
EL PODER..., SU OBRA TEATRAL REESTRENADA EN ATLANTA

“Hay una internacional de los derechos humanos”

La pieza del autor chileno tuvo un montaje de lujo, en conmemoración del cumpleaños de Martin Luther King: actuaron, entre otros, Sean Penn y Martin Sheen. La obra, definida como un alegato “contra el miedo y la apatía”, se estrenaría en Buenos Aires, con Penn y Sigourney Weaver.

› Por Silvina Friera

La furia que provoca cualquier acto de injusticia es una fuerza contraria a la indiferencia o a la pasividad. Los defensores de los derechos humanos tuvieron el coraje de ponerse del lado de la vida y hacerse escuchar, hasta en los momentos más oscuros. El escritor Ariel Dorfman dice en la entrevista con Página/12 que se sumergió en una aventura estética con Voces contra el poder: más allá de la oscuridad, una pieza en contra del miedo y la apatía. Esta obra de teatro, estrenada en septiembre de 2000, está basada en el libro de entrevistas a distintos luchadores por los derechos humanos, Speak Truth to Power, de Kerry Kennedy. Desde entonces esta pieza, que el escritor define como “una suerte de cantata lírica”, se representó en muchas ciudades del mundo y fue utilizada en colegios y universidades para educar a los jóvenes en torno de los derechos humanos. En la conmemoración del cumpleaños de Martin Luther King –y los cuarenta años de su aceptación del Premio Nobel de la Paz–, que se realizó en Atlanta el pasado 14 de enero, los actores Sean Penn, Woody Harrelson, Martin Sheen, Robin Wright Penn y Lynn Redgrave, entre otros, reestrenaron la obra de Dorfman, que probablemente llegue a Buenos Aires en los próximos meses con un elenco mixto: actores argentinos y, si sus agendas se lo permiten, Sean Penn y Sigourney Weaver. “Estamos conversando –confiesa el escritor–. Les comenté a Sean Penn y a Sigourney Weaver mis deseos de llevarla a la Argentina, en castellano, y ellos se mostraron encantados con la idea.”
–¿La obra adquiere una nueva significación al haberse presentado apenas unos días antes de que reasumiera Bush?
–Nosotros queríamos encontrar una manera de levantar una figura moral norteamericana absolutamente diferente del presidente Bush y de la política que en Estados Unidos se lleva a cabo. La multitud de voces que nosotros trajimos a Atlanta, que son las voces del mundo de los derechos humanos, es muy diferente a la idea de narración que hace Bush en una sola dirección, en el sentido de afirmar que la única historia, la única voz que se debe escuchar es la de Estados Unidos y la suya propia.
–¿Qué se propuso subrayar con esta pieza?
–El coraje y la dignidad de los defensores de los derechos humanos; queríamos demostrar cómo frente a las peores condiciones posibles podemos encontrar a algunos seres humanos que se levantan en defensa de sus semejantes y que no van a ser amedrentados por el terror. La obra no sólo se dirige a poner el dedo en la llaga de la tortura o la represión que sufren estos luchadores. Lo que yo quería destacar, y especialmente me lo permitió el tipo de testimonio que recogió Kerry Kennedy en su libro, es que cuando se reprime a alguien se lo reprime porque se ha rebelado y porque está defendiendo alguna forma de derecho humano. La obra misma habla de la represión, por cierto, pero específicamente nos interesaba mostrar más la osadía de levantar las voces, y buscamos subrayar esas voces que no eran silenciadas, que la represión que habían sufrido.
–¿Qué impresiones y reflexiones le provocaron los testimonios en los que usted se basó para escribir Voces contra el poder?
–Apenas los leí me sentí muy emocionado. No sabía, por ejemplo, quién era Kailagh Gatyarthi, no sabía sobre su lucha contra el secuestro de los niños que son utilizados como esclavos en la India, o el trabajo que otros defensores de los derechos humanos realizan contra la mutilación genital en Africa, o contra el hecho de tener niños como soldados en Sudán o Somalia. Yo iba descubriendo una serie de héroes y heroínas de esta pluralidad de causas que existen en el mundo. Tenemos una tendencia, especialmente en América latina, por el horror de las dictaduras que hemos vivido, a no poder ver que nosotros somos parte de toda una luchamundial. Habiendo pasado por la represión latinoamericana, era muy bueno poner esa experiencia mía al servicio de una causa mucho mayor, verdaderamente internacional y plural. Nosotros solemos ser un poco provincianos, extrañamente en esto de los derechos humanos, creemos que todas las violaciones a los derechos humanos son parecidas a las nuestras. El exilio que sufrimos masivamente en los países latinoamericanos, durante varias décadas, nos permitió conocer el mundo, que era ancho y no ajeno.
–Más allá de que sea un fenómeno cultural inexorable, muchas veces se advierte sobre las desventajas de vivir en un mundo globalizado. ¿La globalización contribuye a tomar conciencia sobre la necesidad de defender los derechos humanos?
–Absolutamente. La globalización es un hecho del que no podemos dudar. Además no es un fenómeno reciente; la idea de que como consumidores y productores estamos globalizados va en paralelo con el hecho de que como seres humanos también estamos globalizados. Hay una internacional de derechos humanos, de lucha, de comprensión, de coordinación entre nosotros mismos, porque es una sola lucha. Ya no se habla de los derechos humanos de una persona sino de toda la humanidad. En el siglo XVIII, Kant se refería a los derechos humanos universales y se proponía organizar los países de acuerdo con estos derechos. El avance más grande fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, cuando los terrores de los campos de concentración y de Hiroshima y Nagasaki nos llevaron a pensar que era posible aniquilar enteramente a la raza humana y que, por lo tanto, había que defenderla para que no se volvieran a repetir estos horrores. Y, en este sentido, la globalización ayuda; no hay que mirar la globalización sólo como una imposición de un consumismo desenfrenado, o como creadora de normas internacionales injustas en contra de los países menos favorecidos. La globalización tiene también una respuesta global a esos tipos de desmanes e injusticias. Voces contra el poder es otra parte más de este intento de crear una especie de confraternidad internacional. Nosotros también tenemos derecho a lo global, aunque sea otro tipo de globalización.
–¿Cómo impactó el 11 de septiembre y la reelección de Bush en la lucha por los derechos humanos?
–Nos encontramos con un deterioro, un avasallamiento de los derechos humanos. Porque resulta que, después del 11 de septiembre, Estados Unidos entiende y define la situación internacional como la lucha contra el terror. Esto implica que cualquier tipo de desmanes, torturas, ejecuciones o invasiones son justificadas en función del miedo. Además, si un amigo de Estados Unidos tortura, no importa, por lo tanto le está dando luz verde a Putin para que haga lo que quiera en Chechenia. En este momento se está diciendo que hay que entregarles armas a los militares de Indonesia, pese a que siguen reprimiendo y violando los derechos humanos. Hay una tendencia muy negativa que sugiere que los derechos humanos son secundarios. Bush podrá decir que él está a favor de la libertad, pero la verdad es que eso no se da en los hechos; es pura retórica.
–Pero esa retórica, basada en el miedo, es una maquinaria en expansión...
–Es el miedo el que mantiene al mundo en el estado terrible en que está. Los norteamericanos están devorados por el temor y fue esto lo que permitió a Bush ser reelegido y le permite invadir países extranjeros y decir que la tortura depende de la situación en que se encuentren. El no dice que está a favor de la tortura, pero a la vez sus secuaces –porque no tengo otra manera de llamarlos– sostienen que este tipo de represión puede llevarse a cabo sin ninguna duda. Ellos redefinen la palabra tortura y luego se permite hacer. En un momento como éste, en que se manipula al pueblo norteamericano tan flagrantemente, es muy regocijante que con esta obra uno pueda levantar un modelo norteamericano en la lucha por los derechos humanos, porque Estados Unidos no es solamente Bush.
–En uno de los testimonios que usted recoge en la obra, se señala que los que más sufrieron violaciones a los derechos humanos son los que están más dispuestos a perdonar. ¿Por qué se da esta situación?
–Hay un sufrimiento creativo y este concepto es muy interesante; existe una capacidad de perdonar, pero cuando tiene sentido. No perdonan porque sí; el perdón es sólo posible si hay arrepentimiento, y como parte de la educación del victimario, la educación del represor. El peligro que tienen las víctimas es doble: por una parte pueden llegar a sentirse moralmente superiores a todos los seres humanos y por lo tanto justificar cualquier cosa. Es muy peligroso sentirse siempre víctima. La otra parte es que hay una posibilidad de querer vengarse de aquellos que le han hecho tanto daño. Lo que me parece más interesante es de qué manera el sufrimiento ha servido a los defensores de derechos humanos para convertir esa indignación en un acto de justicia. Yo mismo viví esto cuando escribí La muerte y la doncella. Lo que Paulina tiene que decidir cuando ella se encuentra con el hombre que podría ser su torturador, es si va a ser igual a él, si ella va a ser capaz de descubrir si la solución es la pena de muerte, la venganza o la justicia. Es una pregunta sobre la identidad, y cuando esa identidad ha sido tan dañada, la pregunta es si se va a permitir que ese daño lo destruya o lo convierta en un ser humano de mayor envergadura, de más compasión hacia los demás.

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