CULTURA
› CON ACTIVIDADES DIVERSAS, SE RECORDO AYER EL 70º ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE GARDEL
Volvió el Zorzal criollo, sin penas ni olvido
Los gardelianos anduvieron de gira: visitaron el cementerio de la Chacarita, asistieron a conciertos gratuitos y a exhibiciones de los films del cantor. Hasta hubo una carrera de caballos en Palermo que llevó su nombre.
› Por Karina Micheletto
Setenta años atrás moría Carlos Gardel en aquel accidente de aviación que instauró a Medellín como ciudad hermanada en el mito tanguero. El tiempo pasa, pero parece que el cantor de la sonrisa fatal no se va poniendo viejo: sigue cosechando viudas e hijos que custodian su recuerdo con un fervor casi religioso. Ayer, en el aniversario redondo de su muerte, varios de estos devotos se reunieron en los distintos actos de homenaje organizados por toda la ciudad. Hubo distintos conciertos gratuitos, exhibiciones de sus películas y hasta una carrera de Palermo que llevó su nombre. En el cementerio de la Chacarita, donde los restos de Carlitos descansan junto a los de su querida viejita, Doña Berta, desfilaron gardelianos de todo pelaje, ansiosos por rendir tributo frente al mismísimo cajón del morocho. Por la tarde, en el teatro Maipo, cantores y cantoras se reunieron bajo la consigna 70 años sin Gardel - 70 voces con Gardel. Finalmente, fueron más de cien voces las que formaron un coro que entonó hits gardelianos como Volver o El día que me quieras, ante un emocionado auditorio.
En el coro de homenaje reunido en el Maipo, entre figuras como Estela Raval, María Concepción César y Diana María, el que más resaltaba era Pipo Cipolatti, con la cabellera más colorida que nunca. Había tangueros de todo tipo, desde integrantes de la nueva guardia, como María José Demare, hasta Tito Reyes, el último cantor de Troilo, o Abel Córdoba, que integró las filas de la orquesta de Pugliese. Juntos entonaron Volver, Melodía de arrabal, Golondrinas, Mi Buenos Aires querido y El día que me quieras, y arrancaron más de un lagrimón entre el público. También bailaron Juan Carlos Copes e Ileana, Horacio Ferrer recitó a Gardel y hubo palabras de Atilio Stampone y Segismundo Holzman, presidente del Ateneo Porteño del Tango, organizador del encuentro.
En el cementerio de la Chacarita, la dorada estatua de Carlitos reluce, más lustrada que nunca. En la mano del cantor, que ha quedado fijado allí en ese gesto de galán canchero, aparece un cigarrillo encendido tras otro. “Puede venir cuando quiera, señorita. Siempre va a encontrar a Carlos fumando, llueva o truene”, desafía el erudito. “Gardel cada día fuma mejor.” Carlos Alberto Ferrari tiene 64 años y dice que viene a este lugar del cementerio desde los 20. Y no sólo los 24 de junio, aclara: siempre que puede se da una vuelta. “Todo se lo debo a mi finado padre, que me hizo enfermo de Gardel”, dice Ferrari, que lleva el nombre del cantor, mientras va retirando las ofrendas que vino a depositar. Una es una foto gigante del sonriente morocho en la película Tango Bar, en una escena que el devoto puede repetir de memoria, parlamento incluido. La otra es un recorte periodístico plastificado de 2003, que anuncia que la voz de Gardel pasa a ser Patrimonio de la Humanidad, gracias a la Unesco. Ferrari se retira del lugar en plena fiesta gardeliana, justo cuando el mausoleo se va poblando de invitados. “Ahora me voy para el desfile de autos fileteados que va a haber en la casa de Gardel”, dice, aprovechando el gesto de retirada para mostrar el llavero de la Liga Gardeliana. “Acá no hay más nada que hacer...”
La retirada marca una divisoria de aguas que sobrevuela todo el homenaje del cementerio. Están los visitadores de toda la vida, los que dicen de corrido cuántos años tienen y cuántos años hace que vienen a rendir culto a esta tumba. Y están los primerizos, acusados de subirse a la ola del aniversario redondo, como ese hombre-estatua de Gardel al que los extranjeros dejan monedas, señalado por lo bajo por los habitués: “A éste es la primera vez que lo vemos”. Entre las abanderadas del primer grupo está Elvira Gutiérrez Garra, conductora del programa Rincón porteño, por Radio Splendid, una señora muy emperifollada, que alza entre la multitud una foto con la que intenta demostrar cierta relación con el ídolo, que no termina de quedar clara. Después de recitar a viva voz los poemas que ella misma le compuso a Gardel, la señora reparte fotocopias de su obra entre los presentes, “pero sólo para los gardelianos de siempre”, que para algo debe valer la membresía.
El bailarín Osvaldo Bó (conocido habitué de la manzana turística de San Telmo) se presenta como “el apoderado de la bóveda de Gardel”: él es el encargado de ordenar la fila de gente que quiere bajar a tocar el cajón de Gardel, colocado junto al de su madre, Doña Berta, bajo un pequeño altar. Mientras tanto, se suceden los que quizá sean los encuentros más importantes de la Chacarita. Peñas improvisadas a las que, ahora sí, se suman cantores de distintas edades, recorriendo el repertorio del homenajeado, guitarra en mano.
Lo cierto es que en la Chacarita y en cada punto donde se recrea el homenaje, el mito de Gardel sigue siendo eficaz, y por si faltaba algún detalle sin cubrir por el velo del misterio (que si era el más macho o el homosexual que nunca salió del placard, que si nació en Toulouse o en Tacuarembó, que si murió tras una pelea a mano armada en el avión...), ni siquiera termina de quedar clara cuál fue la hora de su muerte. Por eso la Asociación de Amigos de la Avenida Corrientes anunciaba con precisión que su homenaje, alrededor de una placa levantada frente al Obelisco, se haría “a las 14.58, la hora exacta de la muerte de Gardel”. Un poquito más tarde y a pocas cuadras de allí, en el teatro Maipo, Oscar del Priore pedía un minuto de silencio y recordaba, con menos precisión, que Gardel había muerto ese mismo día y a esa misma hora, “apenas pasadas las tres de la tarde”.