CULTURA
› V.S. NAIPAUL, ESCRITOR Y PREMIO NOBEL
“Para entender a la Argentina hay que ser brutal”
Es famoso por sus malhumores, su prosa límpida, su gusto por meter todos los dedos en la llaga. Nació en Trinidad, es hijo de una familia hindú, vive en Inglaterra, escribió muchos libros de viajes, entre ellos uno sobre nuestro país donde aplica la idea del título. Una charla con Sir Vidia que empezó por el islam y pasó por lo que significa realmente la falta de parques en San Pablo.
Por John Carlin
–En su libro Reading and Writing escribe usted que El lazarillo de Tormes tuvo una gran influencia cuando empezaba a desarrollarse su voz literaria. ¿Puede explicármelo?
–Sí, fue uno de los ingredientes. El primer capítulo del Lazarillo... se me ha quedado grabado y me parece un ejemplo delicioso de escritura. Tiene dureza, tiene ironía, ritmo y detalles muy concretos. No es una narración sin imágenes. Es muy realista, muy concreta. Pero, sobre todo, la ironía y la dureza. El narrador no se sorprende nunca. Mantiene cierta distancia respecto del material, del tiempo que está enredado en él. De forma que sí, fue muy importante para mí.
–¿Cómo se topó con esta obra –que, al fin y al cabo, no tiene fama internacional– en los comienzos de su vida literaria?
–Estudié español en el colegio. No tuvo nada que ver con que estuviera cerca de Venezuela, nada que ver. Sencillamente, lo estudié en el colegio. Y ésta era una de las lecturas obligatorias en sexto, en 1947-1948.
–¿Y cómo había llegado a ser una lectura obligatoria de sexto?
–Bueno, cuando se estudia español... Era una de las lecturas que teníamos, junto con La gitanilla, de Cervantes, que nunca me gustó. El otro día releí alguna de las Novelas Ejemplares y volvió a maravillarme con su estilo narrativo, el ritmo del relato, su delicioso lenguaje; la belleza de su lenguaje.
–A usted no le gusta llamar la atención sobre su propio lenguaje. A diferencia de muchos autores modernos en lengua inglesa, usted tiene una forma de escribir muy sobria y retraída...
–No quiero que nada grite. Quiero que el lector lea, nada más. Dedico mucho tiempo a precisar todo lo posible. Quito palabras que puedan distraer. Pero, sobre todo, me esfuerzo en acercarme a la verdad de lo que quiero decir.
–Y eso significa recortar y eliminar todo lo que agobia...
–No es que agobie. Muchas veces basta con cambiar una o dos palabras para obtener lo que quiero. Soy muy sensible a cómo se adapta, o no, la longitud de una palabra en determinados lugares. Soy muy sensible a las palabras de origen latino. A menudo prefiero no usarlas. Cuando las uso es por otros motivos. Siempre tiendo a la palabra más corta. Recurro a palabras inglesas de origen escandinavo o germánico.
–¿Por qué esa preferencia?
–Son cortas y enérgicas.
–¿Menos engorrosas?
–Menos engorrosas. Y son demasiados los casos en los que la gente usa palabras latinas para crear un efecto humorístico. No es que sea despreciable, pero no sirve para mis propósitos. Si sirviera usaría una palabra latina, pero lo haría de forma muy consciente. Se me ocurriría, la emplearía y después reflexionaría sobre ella.
–En el discurso que pronunció en noviembre, al recibir el Nobel, dijo que para un escritor era necesario tener suerte; lo dijo dos veces, al principio de su discurso...
–Y al final.
–Sí. Inmediatamente me acordé de Joseph Conrad en el prefacio de El negro del Narcissus, cuando habla sobre el arte del escritor y dice que el autor tendrá éxito si “lo merece y es afortunado”. Nunca he acabado de entender lo que quería decir. Está claro que usted sí.
–Sí. Veamos, está el tipo más sencillo de suerte. A uno le ofrecen hacer un libro como Al límite de la fe y va a un lugar como Indonesia, donde todos son muy vanidosos y es muy difícil conseguir que la gentehable. Yo ya había estado y tenía algunos contactos, pero todos habían desaparecido. El caso es que la gente es muy presumida y que pasé muchas semanas allí. Si lee los agradecimientos verá que menciono a un par de norteamericanos y a un indio. Me ayudaron muchísimo. Los indonesios propiamente dichos se atragantaban con su propia vanidad. Gente tonta. Consideraban que toda la riqueza que había llegado al país era merecida. La llamada globalización no la merecen. Porque es un país sin educar. Así que, ¿qué hace uno?, ¿de qué forma avanza? Se encuentra con estas personas, deciden ayudarle y se empieza a perfilar una narración. O cuando va a algún sitio, un hombre empieza a hablar con él en el autobús del aeropuerto, y uno siente que vale la pena, y se convierte en una parte importante de su relato. Y entra en su vida. Está ese tipo de suerte. Está la suerte de tener una idea original. Está la suerte de ser capaz de ver, ver por encima de las noticias del momento y advertir la tendencia general de los acontecimientos.
–En el acto concreto de escribir interviene también la suerte de tener una gran idea no mediante un proceso racional, sino a fuerza de pensar y pensar en algo hasta que aparece lo que uno está buscando, como caído del cielo.
–Sí, es así. Creo que lo ha descrito muy bien. Esa es la suerte que -para usar la palabra de Conrad–, en cierto modo, es merecida.
–¿El mérito y la fortuna van de la mano, pues?
–Sí, sí. Cada libro debe guardar sorpresas para el autor. Cada libro debe tener algo de descubrimiento. Sorprender al escritor. Sin ese elemento de sorpresa, ese nuevo descubrimiento, el libro está muerto... Es el descubrimiento, el hecho de que haya sorpresas al escribir, lo que estimula.
–¿Disfruta escribiendo o sufre horriblemente y le produce más satisfacción el producto acabado que el proceso?
–Las dos cosas. Se sufre al empezar cualquier cosa. Es muy difícil empezar. Es muy difícil ordenar el material. Pero, una vez empezado, cuando se empieza a avanzar es un gran placer. Los días se vuelven agradables, y la máxima felicidad es la de estar dedicado a una gran obra que se va desarrollando. No lo es el principio. Así que ambas cosas son ciertas.
–En Al límite de la fe escribe: “La literatura buena o valiosa consiste en algo más que una capacidad técnica, procede de cierta integridad moral por parte del autor. El escritor que se apunta a una gran causa pública, como el comunismo o el islam, con sus notables tabúes, se encuentra pronto con que tiene que caer en la falsedad. Y el escritor que miente traiciona su vocación, sólo lo hacen los de segunda fila”. La idea de la integridad moral ¿cómo la define? Todos tenemos nuestro bagaje ¿no? Seguro que todos estamos contaminados. Todos somos, en cierto modo, propagandistas de determinadas cosas ¿no es así?
–Creo que este sentido moral es casi la cosa más necesaria para un escritor, porque... imaginemos a alguien que no tiene sentido moral, entonces prácticamente no hay motivo para que escriba nada. Si en vez de un sentido moral tiene una causa política o religiosa, tampoco hay casi razón para que escriba, porque conocemos el final antes de que escriba el principio. El sentido moral es esforzarse en buscar lo que es. Es no esconderse de lo que no se puede entender. Porque no siempre hace falta entender lo que se ve. Si uno intenta darle un trato justo, durante el proceso de escribir acabará entendiendo lo que parecía difícil. En mi opinión, la idea moral es mejor que la política o la religiosa. Son personas panfletarias. Son predicadores, mientras que esto (señala el libro Al límite de la fe) no predica nada. Estos libros no predican sobre ningún tema. Y hoy día, uno está en apuros si no pertenece a algún grupo de predicadores. La gente espera que uno apoye sus programas, de una u otra forma. Hay que estar con unos o con otros.
–¿Lo que dice usted, entonces, es que si uno ve cosas que no necesariamente entiende, debe mantener a raya lo que podría ser su impulso de imponer una interpretación propia...?
–O de simplificar. De hacerlo comprensible para uno mismo. Si nos topamos con algo imposible de digerir no hay que ignorarlo sólo porque es muy difícil. Hay que intentar comprenderlo.
–En esta misma línea, quizá, en una entrevista aparecida en agosto usted calificaba a los autores latinoamericanos como “escritores del sistema”. Les criticaba por fomentar el “statu quo” y el caos general en Latinoamérica. Los definía a casi todos como escritores del sistema porque no regeneran sus sociedades. ¿Puede desarrollar esta idea?
–Buscan la paz. Buscan la paz. Porque si de verdad queremos analizar Latinoamérica, comprender su historia y por qué es como es, hay que ser extraordinariamente brutales, remontarnos casi a la conquista española y proceder desde entonces. Hay que entender el fracaso civil de Latinoamérica. Si queremos comprender, por ejemplo, el fracaso de la Argentina, que es tan extensa como la India, tiene 33 millones de personas y toda la riqueza del mundo. En cuanto uno empieza a examinar seriamente su cultura –y no por abajo; si empieza por abajo verá a la gente que está ahí, y tiene sus historias amorosas, y esto y aquello–, si uno se aparta para examinarla y ve el contexto de esas vidas, y ve la historia, la imagen es realmente aterradora. Porque no se puede entender la Argentina si no se tiene en cuenta la conquista del desierto, si no se incluye el desarrollo de las estancias, si no se incluyen las actitudes sexuales de los inmigrantes. Y escribir de forma veraz sobre estos lugares se convierte entonces en un ejercicio brutal.
–Ha dicho que, cuando alguien escribe esa literatura de lo fantástico, lo que hace es eludir la cruda realidad. ¿Querría dar algún nombre?
–No, no lo voy a hacer. Pero es asombroso... En Latinoamérica viene de antiguo, Asturias lo hacía (Miguel Angel Asturias, Premio Nobel guatemalteco). Sus libros son dificilísimos de leer. Y son cuentos de hadas, como los relatos tradicionales africanos. Ya sabe, en los que desaparece el mundo. No sé cómo puede ayudar a nadie. He estado en Guatemala. No estaba escribiendo, sólo estaba de paso... pero la conquista española está muy presente allí. Muy presente. Una vez leí un libro de un norteamericano, uno de los primeros embajadores de Estados Unidos en Ecuador, que se publicó en Cincinatti en 1888. El título era Mis años con los suramericanos, o algo parecido, y es el análisis más brutal de los sistemas políticos latinoamericanos. No me imagino nada parecido escrito por un latinoamericano. Y supongo que si a ellos les interesara este tipo de actitud moderna hacia su historia en vez de una actitud política que puede ser marxista o lo que sea, ese libro sería conocido, se habría hablado de él.
–En Al límite de la fe hace una referencia completamente inesperada a la Argentina y Brasil. Dice que “la ausencia de un sentido de lo sagrado” es la maldición del Nuevo Mundo, especialmente de la Argentina y Brasil.
–Si se sube a un avión y sobrevuela Brasil verá un trozo de nuestra tierra destrozado. Destrozado por el vandalismo. Y los mismos nombres que dan los brasileños a los lugares indica su actitud. No es una tierra, no es una tierra sagrada, es una mercancía que se puede destruir, mutilar y explotar. Le dan a un lugar el nombre de Minas Generales, Minas Gerais. Y si uno va a Sao Paulo y sube a lo alto de una de las torres del centro verá una selva de cemento sin un solo jardín público, porque ese país es así. La gente no emprende acciones estéticas como crear parques y jardines deliciosos. No hay lugares como Kensington Gardens o Central Park. En ese clima, contemplar ese horror es como contemplar Minas Gerais. No es su tierra, es la tierra de otros. Y en la Argentina, cuando se ve una estancia, es una tierra que no se la han ganado; es una tierra que ha sido objeto de pillaje, de forma que no es sagrada. En la India, uno está rodeado de lugares sagrados. La tierra es sagrada. En Grecia hay muchoslugares sagrados, que proceden del mundo clásico... Esa es la gran diferencia. No se puede decir a la gente, así como así, que la tierra es sagrada. Es un descubrimiento de los que mencionábamos antes. Creo que se produce al escribir: uno lo examina, reflexiona sobre ello, lo escribe, y de pronto aparece, no se sabe de dónde.
–La suerte, una vez más. ¿Algo que ver con la suerte que tuvo al encontrarse con algunos de esos personajes tan notables que habitan su libro Al límite de la fe?
–Sí, la suerte. Pero la suerte consiste en reconocer que se ha dado con ello. Si uno tiene cierta idea de lo que busca, seguramente puede pasar de lado sin reconocerlo. Hay que tener una especie de apertura moral. Dejar que el material hable por sí solo.
–Uno de los temas que recorre e libro es el de la dolorosa dualidad de la vida bajo el islam (que, como nos recuerda usted, significa sumisión). La simboliza, al menos, en tres de los personajes que describe: uno que es esquizofrénico, el padre de Syed Alwi; uno que dice que ha aprendido “a llevar una doble vida”, Alí, y una que piensa y siente con una parte de sí misma, y habla y actúa con la otra, Nedazha. La idea parece ser que la religión y el Estado aplastan y cortan en dos al individuo...
–Desde luego. Es una faceta de la neurosis. Lo que quiero decir es que estas sociedades conversas tienen un ligero desequilibrio. Son personas que han tenido que renunciar, en cierto modo, a su propia alma a cambio de esa religión prestada, y carecen de estabilidad.
–Así que, en cierto sentido, el personaje del esquizofrénico es una metáfora perfecta de este tema.
–Exacto. Esa es su intención, ésa es su intención. Su hijo quizá no lo interpreta así, pero yo sí. Por eso lo escribí.
–¿Es incompatible el islam con la noción de individuo, con la idea de que –como dice subversivamente uno de los escasos personajes de su libro que no es musulmán– “las personas son sólo personas”?
–Sí, ese personaje no quería aceptar la división religiosa de la gente.
–Es decir, ¿considera el islam incompatible con la vida individual?
–Sí, el islam actual, sin una reforma, exige a las personas que inhiban su alma, supriman su cultura, su pasado. Y les hace la vida muy difícil. Los obliga a fingir que son árabes.
–Dice usted que el islam es “la forma más inflexible de imperialismo”.
–Es importante ser conscientes de que todos esos países conversos al islam son tiranías. Y la religión es un aspecto importante de la tiranía. La gente debe obedecer.
–Los norteamericanos no dejan de hablar de la necesidad de democracia en esos países islámicos, pero ¿es un objetivo realista? ¿Es compatible el islam con nuestras ideas occidentales de democracia?
–No. En sus orígenes era una autocracia. El profeta era un dirigente espiritual y un dirigente político, y también encabezó la guerra, y ése ha sido siempre el modelo de la fe islámica. Le sucedieron los califas, que llevaron adelante ese mismo principio.
–La parte del libro dedicada a Irán habla sobre todo de la guerra con Irak, y especialmente de los soldados mártires, que es un tema muy de actualidad. ¿Cómo se puede vencer eso, cómo se puede librar una guerra contra el terrorismo, contra ello?
–Se deja fuera el factor clave: la gente tiene que pagar un precio. Y no es un precio militar. En mi opinión, debe ser un precio económico. Los saudíes que hicieron estallar... Arabia Saudí debe mucho dinero por la destrucción que causó allí. Y ese dinero hay que pagarlo, y sabemos quiénes eran los suicidas. Conocemos sus países de origen. Habría que exigir a su país que pague. Hay que plantear la idea de la indemnización.
–¿Presionar donde les duele?
–Arabia Saudí debe pagar por sus ciudadanos. Y por su religión. Una religión que exporta. Son fanáticos en cuanto a su religión, así que ella debe pagarnos por el daño que nos han causado. Creo que si se pudieraponer precio económico al terrorismo, un precio elevado, se empezaría a ver una solución. Nadie ha hablado de indemnizaciones. Y me parece que deberían. Esa gente que hizo eso libraba una guerra de religión, y, a mi juicio, Arabia Saudí y otros países deben pagar el precio. Es la forma de abordarlo. Porque hablamos de sumas enormes. Tres mil muertos, todos los puestos de trabajo perdidos. Alguien tiene que pagar por eso.
–Alguna gente se sorprendió de que los hombres que iban en esos aviones, en vez de ser locos analfabetos, eran, en general, personas bastante formadas y con títulos académicos. En la primera parte del libro, la dedicada a Indonesia, habla usted de una Asociación de Intelectuales Musulmanes que intenta combinar la fe y la tecnología, y esa combinación fue, en cierto modo, en lo que consistieron los atentados con los aviones...
–No son gente muy formada, son gente a medio formar. Son como los guerrilleros comunistas. A medio educar. No demasiado inteligentes. Porque si alguien es realmente inteligente tiene una opinión más personal sobre el mundo. Así que sólo lo son a medias. No son pobres. Y es terrible que la izquierda, incluidos algunos premios Nobel, considere que el atentado de World Trade Center es la venganza de los pobres contra los ricos. En realidad, es una acción de los ricos. Desde que cayó la Unión Soviética, Arabia Saudí se ha vuelto muy activa en todo el mundo. Su objetivo es nada menos que la conquista del mundo, difundir su palabra religiosa. A eso es a lo que nos enfrentamos. Hasta que no lo comprendamos así, lo tenemos muy difícil.
–¿Quiere decir que una parte integrante de su religión consiste en este objetivo de colonizar el mundo entero con sus creencias?
–Sí, sí, ése es su objetivo. ¿No es algo sabido?
–No es algo que se sepa de forma generalizada, en cualquier caso...
–Cada vez que hay problemas con guerrillas musulmanas, siempre hay dinero saudí por detrás. Filipinas. Y desde luego, el terrorismo islámico recibió un gran impulso cuando la guerra contra Serbia. Menudo empujón fue para los terroristas. Fue una ligereza por parte de los que bombardearon Serbia, no comprendieron cuál era el verdadero enemigo.
–En su libro habla de “la ira fundamentalista contra el pasado y la historia”. No habla mucho de la ira fundamentalista contra Estados Unidos por parte de quienes han sido víctimas de la política exterior norteamericana en algún aspecto...
–No me creo eso en absoluto. Creo que es una cosa que surgió como justificación. Es muy poco sincero. ¿De qué forma ataca a Estados Unidos causar disturbios en la India? ¿De qué forma ataca a Estados Unidos causar disturbios en Filipinas? No es eso. La religión desea conquistar el mundo y se apropia de cualquier excusa. Esa gente suele ser muy falsa.
–¿Y eso es lo que ha visto después de haber ahondado en esa gente, eso es lo que ha encontrado?
–Mi libro habla de personas. Personas que han hablado en su propio nombre. Podemos acercarnos, verlas y entender cómo se mueven. No son declaraciones oficiales, que no son intereses porque se pueden fabricar. Siempre podemos fabricar el antiamericanismo. No me parece que los problemas que está teniendo China en sus fronteras con el movimiento islámico sean antiamericanos. Pronto serán un problema grave para China. La guerra de Pakistán contra la India no es antiamericana, es una guerra contra la India. Es una guerra de religión. Se dicen muchas tonterías sobre el concepto de jihad. Intentan convertirlo en una idea muy difícil. Se traduce mal. Se ha convertido en una guerra santa. En realidad, es una guerra de religión, y todo musulmán tiene el deber de participar en esa guerra. Cuando uno es débil, libra la guerra en su corazón; cuando es un poco más fuerte, la libra con sus palabras; cuando tiene armas, la libra con armas. Pero todos tienen que luchar en la guerra de religión. Y ahora se hace todo tipo de distorsiones; se dice que, en realidad, es una cosa espiritual. Sandeces. La gente que lo dice sabe que no es verdad. Lo másperverso es que, con el derrocamiento del comunismo, deberíamos estar viviendo en un mundo optimista y productivo, y ahora vivimos en un mundo que incluye esta nueva fuerza tan peligrosa: la guerra de religión, el imperialismo religioso. Hay que verlo así. Y resulta frustrante para quienes habíamos visto un mundo mejor al alcance de la mano; un mundo en el que, por fin, podíamos abordar los problemas de la pobreza y la ignorancia.
–Todo vuelve a la opresión del individuo, sea por las ideologías o por la religión, y a una cuestión que ha dejado usted clara en sus textos, que la literatura de viajes no debe hablar de “autobiografía y paisajes”, sino de la gente. En cierto modo, al centrar sus libros sobre personas a las que ha tenido la suerte de conocer, ¿está haciendo una declaración de principio contra ese aplastamiento del individuo?
–Supongo que es una especie de declaración de principios. Sí, es una declaración de principios. Y es horrible que esas personas deprimidas y oprimidas se conviertan en medidas personas, acepten su destino. Es muy inquietante.
–¿Está escribiendo ahora? ¿Está en una fase serena y pacífica de la elaboración de un libro o está luchando con un principio?
–No, estoy muy cansado. He pasado una temporada difícil, ya desde antes del premio. Desde el punto de vista físico. Así que estoy cansado.
–Pues espero que deje de estarlo.
(Se ríe, por primera y única vez en hora y media de entrevista, suavemente.)
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