CULTURA
• SUBNOTA › OPINION
Versión final del relato
› Por Luciano Monteagudo
Con excepción de El ídolo caído (1948) y la célebre El tercer hombre (1949), aquella fábula sobre la amistad traicionada, a la que consideraba “mejor que el relato, porque en este caso es la versión final del relato”, Graham Greene –sin duda uno de los escritores del siglo XX más requeridos por el cine, considerando que son casi 50 los films que, de una u otra manera, incluyen su nombre en los créditos– nunca tuvo demasiadas palabras de elogio para aquellas películas en las que él mismo se encargó de adaptar su propio material literario, como sucedió con Nuestro hombre en La Habana o Los comediantes. En todo caso, El tercer hombre había sido en un comienzo un guión original, que luego del éxito de la película dirigida por Carol Reed (con la colaboración nunca oficialmente acreditada de Orson “Harry Limes” Welles) se convirtió en una novela.
Y si a Greene nunca le gustaron demasiado las películas que contaron con sus propios servicios como guionista, mal podrían haber tenido su aprobación las incontables versiones que se hicieron de sus novelas y relatos sin su participación. Aun cuando muchas de ellas hubieran estado a cargo de directores famosos, como John Ford, de cuya rendición de El poder y la gloria (1947) –protagonizada por Henry Fonda como un sacerdote atormentado por la debilidad humana y titulada para la pantalla El fugitivo– llegó a decir que era “una película mojigata”.
Otro cineasta de rango con quien Greene tuvo serios problemas fue el alemán Fritz Lang, a quien había sabido admirar profundamente en sus épocas de crítico, para The Spectator. De Furia, la primera producción de Lang en Hollywood, en 1936, G.G. llegó a escribir que “es asombroso, el único film que yo conozco al que he querido atribuirle el epíteto de grande”. Pero en 1943, cuando Lang se animó con una adaptación de El ministerio del miedo –que en la Argentina se llamó Prisioneros del terror–, Greene hizo todo lo posible por desautorizar esa versión y tomar distancia del proyecto. “Una vez, en un bar en Los Angeles, Lang se me acercó y me pidió disculpas por lo que había hecho con mi novela”, recordaría G.G. “Me dijo que había firmado un contrato con la Paramount después de leer el libro, pero que cuando llegó al set tuvo que ajustarse a un guión que prescindía de lo más importante de la novela. Aparentemente se negó a hacerla, pero no pudo deshacerse del contrato. Y en toda la película apenas hay una escena que esté a la altura del gran director que era.”
Mucho más se enojó con el guionista y director Joseph L. Mankiewicz, cuando en 1957 alteró significativamente la ideología de la que quizá sea la mejor y más popular novela de Greene, El americano impasible, haciendo del espía estadounidense un hombre de buena conciencia manipulado por los comunistas. “Es cierto que cuando uno vende una historia a Hollywood no tiene el más mínimo control de lo que van a hacer con ella”, reconoció el escritor a un periodista de The Times, en ocasión del rodaje. “Pero si los cambios de los que su corresponsal en Saigón informa son ciertos, sólo harán más obvia la discrepancia entre aquello que el Departamento de Estado norteamericano querría que el mundo creyera y lo que en verdad sucedió en Vietnam. En ese caso, me puedo imaginar algunas tardes de risas, no sólo en París sino también en los cines de Saigón.”
Nota madre
Subnotas