CULTURA
• SUBNOTA › OPINION
¿Maradona o Maldacena?
Por adrian paenza
Casi todos los chicos querrían ser Maradona. O Ginóbili. Es que la exposición mediática de sus hazañas es fuertemente seductora. Pocos, muy muy muy pocos, querrían ser como Maldacena, Kornblihtt, Zaldarriaga, Parodi, Paz, Cafarelli, Fernández Prini, Giarraca, Sadras, Ulloa, Bes, Rabinovich, Rubinstein, Dubuc, Penchaszadeh, Mindlin, Cahn, Novas, Peskin, Kacelnik, Argibay, Cotlar, Ramos, Mariscotti, Barañao, Mangano, Scolnik, Gorilek, Maier, Casullo, Santos, Giurfa, Sessa, Uchitel, Dickenstein, Novas, Izquierdo, Sadras, Salamone, Podhajcer. Peor aún: los padres de esos chicos (ustedes, nosotros) no sé si sabemos siquiera quiénes son los integrantes de esa lista, obviamente incompleta, tendenciosa y arbitraria. Tienen varias cosas en común. Todos son científicos. Todos son argentinos. Todos viven. La mayoría (no todos) trabaja en el país. Los produjo la universidad pública. Los preparamos nosotros. No tienen seguramente el reconocimiento –aún– de Milstein, Houssay o Leloir. Pero hacen ciencia de punta. Trabajan en la frontera del saber. En biología, medicina, bioquímica, matemática, robótica, criptografía, física, ingeniería, arqueología, química, sociología, derecho, psicoanálisis, paleontología, arquitectura, clonación. Pero ninguno ganó un Premio Nobel (todavía). Y ninguno se murió (si se mueren sí tienen un reconocimiento menor). Explicar qué hacen, dónde lo hacen, para qué lo hacen debería ser importante para los argentinos. Mimarlos también.
Los países sólo crecen al ritmo de cuánto conocimiento pueden producir. Hoy, como nunca, han explotado los suplementos dedicados a difundir la ciencia en la Argentina. Periodistas pioneros, como Nora Bahr, Leonardo Moledo, Daniel Arias, Enrique Belocopitow, Diego Golombek (por nombrar sólo algunos), advierten cómo cambió el panorama de la divulgación y necesitan asistencia, colaboradores, presupuesto e ideas. El cable y sus múltiples señales, impulsado por el Discovery Channel o por Animal Planet o por el National Geographic, nos puso a todos en alerta: parece que lo que hacen los científicos importa. Sirve (entre otras muchas muchas cosas) para generar energía (para cuando se acabe el petróleo), para transplantar órganos, salvar vidas, prever terremotos, eclipses, conectarse por internet, mejorar las comunicaciones, producir medicamentos, entender el pasado, predecir mejor el futuro, sirve para mejorar la calidad de vida de la sociedad. Hoy hay más programas de tv dedicados a la ciencia y no sólo a través del canal estatal (que tuvo uno y que pronto tendrá otro), sino también por los privados (Telefé hizo punta, ahora lo sigue el 13).
En la Feria del Libro que terminó el mes pasado, abundaron las colecciones de libros de divulgación científica y hubo salas repletas de gente ávida por “saber qué pasa”. Y un hecho no menor: una ciudad enorme como Buenos Aires se tomó “diez días seguidos” para pensar. Eso fue el año pasado, en noviembre. Y ya está en marcha la segunda edición del BAP (Buenos Aires Piensa). La sociedad empieza a comprender por qué hace falta cuidar y mimar a la universidad pública. De ella surgen los mejores científicos. Kirchner, con los aumentos en el presupuesto, detuvo la estampida de cerebros y la redujo simplemente a una fuga. El Presidente hizo, poco, pero hizo, lo que por ejemplo nunca hizo ningún presidente desde la época de Illia. Pero sabe que es insuficiente y está en deuda. Filmus y Barañao son claves para el desarrollo. Pero el compromiso ahora es ir por más: llevar al 1,5% del PBI la inversión para ciencia y técnica. Y triplicar el presupuesto para la educación. Así, y solamente así, la Argentina tendrá un futuro digno e independiente.
* Autor de Matemática, ¿estás ahí?, de próxima aparición.
Nota madre
Subnotas