DEPORTES › OPINION
› Por Facundo Martínez
El acuerdo que alcanzaron Mauricio Macri y Pedro Pompilio para no dividir las aguas de Boca y marchar juntos a las elecciones, compartiendo lista y distribución del poder, es una muestra más de la arbitrariedad de los manejos del mandamás boquense, quien, con “la casa en orden”, podrá volver a pedir licencia, dejando a Pompilio en el sillón de la presidencia, hasta las elecciones que podrán fin a su viejo mandato.
Claro que la maniobra de arrime, tras el distanciamiento de los últimos días, no le resultará gratuita a Pompilio. Luego de inclinarlo en la pulseada, Macri lo rodeará de hombres de su confianza en puestos clave de la administración. De esa forma –imagina—, podrá controlar ese capital que siente como propio desde que asumió el cargo, allá por 1995.
El empresario Oscar Vicente resultó ser ese hombre de confianza. Y llega a Boca como un paracaidista. No es un hombre del club, incluso su nombre sorprendió a muchos dirigentes históricos cuando comenzó a sonar en los pasillos de la Bombonera como el primer candidato de Macri para la presidencia. La idea de dejar a Pompilio al frente de Boca le hacía ruido al ahora jefe de Gobierno porteño, le daba mala espina.
Acaso el paso de Vicente por distintas multinacionales era suficiente argumento para que Macri lo imaginara como su sucesor. Lo curioso, sin embargo, es que tras doce años de gestión ininterrumpida no haya ningún dirigente, incluso entre los que acompañaron a Macri, fielmente y sin chistar, capaz de asumir con idoneidad y honestidad el lugar para el que Vicente resultó convocado.
Para colmo, los reconciliados dirigentes decidieron reducir el tamaño de los problemáticos avales, que llevaron a la Inspección General de Justicia a destronar al autoproclamado presidente Pompilio. De conjunto, ambos los achicaron un 50 por ciento. Evidentemente, ni siquiera el oficialismo podía juntar esa suma, equivalente al diez por ciento del patrimonio del club, cláusula, arbitraria y discriminatoria, que le aseguró al oficialismo varios años al frente del timón.
La grandeza deportiva que alcanzó Boca durante la gestión de Macri no puede estar en duda. En cambio, sí debería preocupar la sensación de adueñamiento que deja el dirigente en su retirada. Y quizá más que por lo hecho hasta ahora en Boca, preocupa en lo concerniente al porvenir, de Boca y, sobre todo, de la ciudad de Buenos Aires.
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