DEPORTES › OPINION
› Por Daniel Guiñazú
Cuando el oxígeno se agotó, puso el corazón. Cuando al campeón no le quedó más nada por dar, apareció el hombre. Hugo Hernán Garay logró anoche en Rostock, Alemania, la victoria más valiosa de su carrera profesional. No sólo retuvo por vez primera su título de los mediopesados en la versión de la Asociación Mundial. No sólo venció por puntos en fallo unánime (118-110, 117-112 y 116-115) al alemán Jurgen Brähmer. Antes que nada, y después de todo eso, Garay (79,300 kg) mostró la presencia y el carácter que tantas veces se le había reclamado y que tan poco había mostrado.
Era cierto el riesgo de una decisión localista. Brahmer (79,152 kg) es uno de los boxeadores predilectos del poderoso promotor alemán Peter Köhl. Y resultaba previsible que, en una pelea cerrada y dura como la que finalmente se dio, las tarjetas al final terminaran beneficiándolo. Nada de eso sucedió, por fortuna. Y el gran mérito fue de Garay. Desde la primera campanada, el argentino se plantó a pelear con decisión, soltura y continuidad haciendo uso de su derecha recta y cruzada y de su izquierda ascendente a la cabeza del boxeador alemán.
Brahmer fue un rival áspero y exigente. Y eso jerarquiza aun más la actuación y el triunfo de Garay. No fue una pelea sencilla, más bien todo lo contrario. Por eso, vale tanto semejante triunfo. Anoche, en la lejana Alemania, Garay se recibió de campeón. Ahora para él arranca otra historia, su verdadera historia.
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