DEPORTES › OPINION
› Por César R. Torres *
Durante el partido entre Argentinos y Gimnasia del último fin de semana, Gastón Sessa, arquero del equipo platense, cometió una infracción que fue sancionada por el árbitro del partido con tarjeta amarilla. La misma representaba su quinta tarjeta amarilla consecutiva en diferentes partidos, lo cual está penalizado con un partido de suspensión. Al finalizar el partido, Leonardo Madelón, entrenador de Gimnasia, admitió que la falta fue “programada” de manera que el arquero estuviese disponible en el tramo final del torneo. Dicha admisión implica que la infracción al reglamento por parte de Sessa fue intencional y premeditada. A pesar de ello, Madelón defendió la táctica como válida.
Aquellos que defienden este tipo de tácticas entienden que las sanciones estipuladas en el reglamento constituyen el “precio a pagar” por las infracciones al mismo. Es decir, como en el reglamento figuran las sanciones correspondientes a los diferentes tipos de infracciones, la aceptación de éstas convierte a la transgresión de aquél en una opción táctica permisible. Así, esta lógica justifica no sólo la “programación” de tarjetas amarillas sino también, por ejemplo, la implementación de la falta como recurso para interrumpir jugadas de riesgo para el arco propio y, por lo tanto, privar a los rivales de la ventaja legítimamente lograda.
El problema con esta lógica es la interpretación que hace de la función del reglamento futbolístico. Este, al establecer la estructura del deporte y las condiciones en que debe desarrollarse, prescribe ciertas acciones y proscribe otras. La proscripción de ciertas acciones tiene como objeto proteger y alentar aquellas otras que son prescriptas y que al constituir al fútbol le proveen su carácter y dinámica peculiares. Las sanciones estipuladas en el reglamento deben ser entendidas como represalias a acciones prohibidas, contrarias a la estructura del deporte y sus condiciones de desarrollo. Transformar una acción prohibida en una opción táctica implica negar dicha estructura y condiciones. El corolario de tamaño desacierto es pretender que el reglamento invita a cometer infracciones, cuando hacerlo favorece las posibilidades competitivas propias. Por el contrario, la invitación es a cultivar y honrar las acciones prescriptas en el reglamento y no a interrumpirlas de forma intencional y premeditada.
Los partidarios de la “programación” de tarjetas amarillas y de otras faltas “tácticas” malinterpretan la función del reglamento y, más aún, contradicen la estructura del fútbol, deporte del que supuestamente son cultores, y las condiciones en que florece. Probablemente los entrenadores debiesen “programar” que sus dirigidos reciban menos tarjetas amarillas por conductas cuestionables tales como hacer tiempo, fingir lesiones e infracciones o protestar fallos, entre muchas otras, enfatizando que el reglamento no sólo hace posible la práctica del fútbol sino que invita a cultivarlo. Mientras tanto, la comunidad futbolística toda debiera preguntarse cómo es posible ennoblecer al fútbol decidiendo no jugar por “acumulación” de tarjetas amarillas, interrumpiendo el juego o negando al rival una ventaja legítimamente lograda.
Sessa está “programado” para retornar al fútbol, limpio de tarjetas amarillas, en dos semanas. ¿Serán muchos los que lo extrañen en el arco de su club este fin de semana? Ojalá que en su retorno abunden las acciones que honren su condición de futbolista profesional.
* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).
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