DEPORTES › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
En las Islas tienen tres de los cuatro semifinalistas de la Champions League e, indiscutiblemente, gozan del mejor fútbol del mundo. El Liverpool, por ejemplo, vendió cara su eliminación en el torneo europeo, el más exquisito del planeta, empatando 4-4 en Londres ante el Chelsea; ayer, en este caso por la Premier League, el mismo equipo protagonizó un espectáculo vigoroso y atrapante con el Arsenal, uno de los semifinalistas de la Champions. También terminó 4-4: faltando un minuto, el ruso Arshavin marcó un gol perfecto, su cuarta pepa, todas para el Arsenal; pero como en el fútbol inglés conceptos ridículos como “cerrar los partidos” son sepultados por la desbordante ansiedad del juego franco sin fecha de vencimiento –ni líneas de cuatro espontáneas–, el Liverpool empató un minuto más tarde con uno de esos goles que acá, en lugar del aplauso y el reconocimiento a la entrega de los futbolistas, sólo habría merecido sardónicos comentarios relativos a los errores defensivos... Así nos va. Sobre todo porque la reacción para remediar los efectos de una goleada catastrófica es crear una Selección de consumo interno basada en la decreciente calidad de la competencia local. Allá juegan y deleitan; acá se cierran los partidos pero al talento y al ingenio mientras se reiteran zonceras conceptuales como si “jugar bien” y “ganar” fueran mutuamente excluyentes.
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