DEPORTES › OPINIóN
› Por Facundo Martínez
Fue todo muy rápido. La ilusión de los hinchas de Huracán y Vélez se encendió durante dos semanas, pero bastaron diez minutos para cercenarla, para dejar a unos y a otros disconformes. También en el fútbol las fatalidades buscan olvidarse pronto o, mejor dicho, a las apuradas, para no reflexionar. En un destello pasaron el gol mal anulado de Domínguez en el arranque del partido, el penal de Arano a Cubero y el gol de Moralez, con el arquerito Monzón tirado en el suelo, tomándose la pierna tras una entrada violenta de Larrivey, que debió ser anulado, pero terminó sirviéndole en bandeja el título a los locales, según palabras del propio Cappa en medio de la calentura y la impotencia.
Vélez dio la vuelta, y más allá de que sus propios jugadores se descargaron contra el fútbol de Huracán –que no era más que las buenas intenciones de jugar con ideas, aprovechando el talento y la frescura, y no tanto las patadas, las deslealtades y las avivadas antideportivas–, lo cierto es que el conjunto de Gareca tenía todo para ser campeón: solidez, experiencia y confianza. Pero, por cómo se dieron las cosas, nadie puede decir que Vélez es hoy un justo campeón. El resultado del partido no lo fue, lo saben velezanos y quemeros, y, por supuesto, el resto de los hinchas del fútbol argentino.
El hecho de que el propio árbitro haya reconocido sus flaquezas inmediatamente no cambia nada. Gabriel Brazenas admite pero no comprende la magnitud de sus errores: de hacerlo, debería renunciar sin titubeos. Que equivocarse es inherente a la condición humana, argumenta el árbitro, autocrítico; qué gran tontería resulta si no es acompañado de un gesto que esté ni más ni menos a la altura de su responsabilidad. Otra discusión es si Brazenas era o no el indicado, habiendo en la AFA árbitros internacionales y de gran prestigio para dirigir una final.
En su atropello, el árbitro designado les quitó a los hinchas de Huracán la ilusión de volver a ganar un campeonato, el segundo de su historia, después de 36 años. Se equivocó mucho, feo y no tuvo más remedio que admitirlo. La AFA puede pararlo un tiempo, al menos hasta que “todo pase”, pero igual parece poco. Muchos dirán que Huracán llora, que no acepta los hechos. Pero ¿por qué resignarse? Quizás estemos frente a una oportunidad y todos los hinchas del fútbol argentino debamos sumarnos, alzar la voz, gritar más fuerte, para que escuchen en la AFA, o más todavía, para que los reclamos de justicia se oigan también en el resto del mundo. Que no nos pase, por quejarnos bajito, entre amigos, lo que le sucedió a aquel niño que describe el señor K, que lloraba apenado porque un ladrón le había robado una de las dos monedas que minutos antes tenía en sus manos, y como su pequeña queja no fue atendida por nadie, terminó perdiendo la segunda moneda en manos de un segundo ladrón.
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