DEPORTES
La increíble historia de la mafia rusa y su influencia en el deporte
El periodista alemán Jens Weinreich y el canadiense Declan Hill expusieron un escalofriante informe –en el marco de la conferencia Play the Game– acerca de la temible organización mafiosa.
› Por Pablo Vignone
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en Dinamarca
Desde Copenhague
En setiembre de 1993, tres grupos sobrevivientes a la caída de la Unión Soviética se reunieron en una dacha en las afueras de Moscú. Los representantes de la burocracia en disponibilidad de la antigua URSS, los ladrones profesionales de la capital rusa y el hampa moscovita decidieron en ese encuentro exportar los métodos de la mafia rusa al mundo occidental y controlar el crimen organizado aun dentro de Europa y los Estados Unidos, tendiendo una tenebrosa red subterránea que atrapó inclusive al deporte, como lo revelaron el periodista alemán Jens Weinreich, del Berliner Zeitung, y el free-lance canadiense Declan Hill, en la anteúltima jornada de Play the Game, la conferencia sobre deporte en un mundo globalizado.
En esa reunión de Moscú, se decidió que dos personajes siniestros, Viacheslav Ivankov y Alik Tochtagumov, viajaran a América del Norte y Europa, respectivamente, para imponer los salvajes métodos de la mafia rusa en el control de las actividades delictuosas, y ambos encontraron en el deporte un fértil terreno para practicar la depredación. Tochtagumov pasó a Alemania, se casó en Colonia para obtener el permiso de residencia, y luego repitió el mismo proceso en España, Francia e Italia. Blanqueado por su proximidad con personajes del deporte –se sacó fotografías, entre otros, con los tenistas rusos Marat Safin y Yevgeny Kafelnikov– se dedicó entre otras actividades menos santas a la intermediación de futbolistas entre Rusia e Italia, país al que llegó conduciendo el Mercedes-Benz de otro tenista famoso, Andrei Medvedev. Así vendió al arquero Nigmatullin del Lokomotiv Moscú al Verona, al lateral Kakhakaladze al Milan y habría estado en la Argentina intentando que Boca contratara a uno de sus jugadores, el georgiano Gheorghe Kaladze, una operación que fracasó. Shamil Tarpishev, un integrante del Comité Olímpico Internacional, señaló hace poco en reportaje en Moscú: “Conozco a Tochtagumov desde hace 20 años, y sé que nunca mató a nadie, aunque si no me creen no me importa”. Tarpishev es miembro del COI desde 1994, cuando su mayor mérito deportivo era ser el profesor de tenis de Boris Yeltsin.
El FBI acusó a Tochtagumov de contrabando de armas, tráfico de drogas, lavado de dinero y extorsión, una de las prácticas predilectas de las bandas rusas: después de la caída de la Unión Soviética, muchos jugadores de hockey sobre hielo encontraron una fuente de trabajo en Canadá. La mayoría de esos jugadores había dejado familia en la ex URSS. El brazo local de la mafia los secuestraba y luego exigía sumas siderales a los jugadores: un ucraniano que jugaba en uno de los equipos más importantes del Canadá pagó un millón de dólares por el rescate de sus padres, secuestrados en Kiev. “Cuidado, que los extorsionados no eran jugadores de cualquier equipo; era como si apretaran a futbolistas del Manchester United” señala Hill, que dio una cifra escalofriante: “Hay cientos de jugadores, entrenadores y managers rusos en el hockey canadiense. Más del 80 por ciento sufrió o sufre extorsión, por cifras nunca inferiores a los 200 mil dólares”.
El periodista canadiense descubrió el caso de dos chicos, de 15 y 16 años, que sufrieron la misma extorsión. Uno volvió rápidamente a San Petersburgo, pero la mafia lo encontró y le quebró las piernas: su carrera deportiva se frustró automáticamente. “La mayoría de la información me la pasó un colega, que ahora está escondido: la mafia había celebrado un contrato para acabar con su vida”. Es la misma mafia que no tuvo empacho en asesinar al presidente de la Federación Rusa de Hockey, Valentín Czick.
Según reveló Weinreich, las conexiones de Tochtagumov llegan hasta el COI, en el cual Gafour Rakhimov, un personaje de Tashkent –la capital de Uzbekistán, en la ex Unión Soviética–, tiene un papel preponderante: es el vicepresidente de la AIBA, la Asociación Mundial de Boxeo Amateur. Segúnel FBI y la policía francesa, es responsable del narcotráfico en Asia Central. Rakhimov, por cierto, niega esos cargos. Pero Australia le impidió el ingreso al país para los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, alegando razones de “seguridad nacional”.
Esas conexiones llegan muy lejos, y muy alto: Carl Ching, natural de Hong Kong, y con actuación como dirigente en el taekwondo –lo que le permitió vincularse al Comité Olímpico Internacional– y en el básquetbol, fue procesado en 1987 en Australia por el lavado de 2 millones de dólares producto de la venta de 30 kilogramos de heroína. Se supone que Mr. Ching se ha regenerado, ya que en agosto pasado fue elegido presidente de la Federación Internacional de Básquetbol (FIBA), durante el Mundial de Indianápolis...
“Parece una casualidad que las siglas COI respondan tanto a Comité Olímpico Internacional y a Crimen Organizado Internacional” ironizó Weinreich. El cierre de las revelaciones provocaron más de un helado escalofrío.