DEPORTES › OPINION
› Por Daniel Guiñazú
Diego Maradona pensó y ejecutó el partido con Brasil con manifiesta puerilidad. Supuso el técnico (y nadie le salió al cruce) que con mudar la sede a Rosario, con el aliento levantado de la gente en un estadio más pequeño y con la presión que ello significaría para los brasileños, alcanzaría para inclinar el trámite a favor. Quedó claro al cabo de los noventa minutos que nada de eso alcanzó. Los brasileños absorbieron sin pestañear el apoyo del público. Y ganaron caminando. Con una solvencia, un dominio de la situación, una solidez colectiva y pantallazos individuales que se situaron por encima de la confusión celeste y blanca.
El problema mayor de la Selección es que ni siquiera hay plan A. Hace rato que subsisten las dudas respecto de qué es lo que pretende Maradona. No basta sólo con ampulosas invocaciones a lo motivacional para armar un equipo competitivo. Ni siquiera es suficiente lanzar a la cancha a los mejores hombres. Si no hay una idea clara de a qué jugar, todo lo demás pasa a ser secundario. Y ése es el gran problema que la dolorosa derrota de anoche ha vuelto a poner sobre el tapete. Diego y Bilardo repiten que no hay margen para trabajar. Es un pretexto. Dunga recibe tantos o más jugadores del exterior que la Argentina. Y en el mismo tiempo arma equipos compactos, que hace rato les vienen demostrando a nuestros seleccionados una superioridad que, hoy por hoy, parece indescontable.
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