DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
A días de la mascarada que permitió que el Internazionale de Milán jugara a no perder o a perder por poco (a lo sumo 0-1, o quizás 1-2) para llegar a la final de la Champions League a costillas del Barcelona, todavía se suman los denuestos a la manera de no jugar del equipo italiano. Es que hay una cuestión de autoestima. Por ejemplo, aunque uno viva solo, al levantarse por la mañana seguramente se bañará, se lavará los dientes, se secará –incluso alguno recurrirá al talco por las paspaduras, ¿viste?–, buscará una camisa y un pantalón razonablemente decentes para empezar el día, y así otras rutinas por el estilo. Aunque además de vivir solo uno no tenga agenda que cumplir. Por la autoestima.
Eso es exactamente lo que no tuvo el equipo italiano, pese a la gran cantidad de obedientes futbolistas de enorme cotización, que de aquí en adelante no deberían nunca más ser considerados “jugadores”. O por obedecer al técnico José Mourinho, que festejó la derrota como si Portugal hubiese recuperado sus colonias, o por propia convicción.
Mientras tanto, el tacticismo festeja alborozado, Helenio Herrera se regodea en su tumba y Johann Cruyff y quienes adherimos al fútbol que le gusta a la gente nos quedamos puteando en voz baja.
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