Dom 13.06.2010

DEPORTES  › LA SELECCION VENCIO CON JUSTICIA A NIGERIA, PERO DEJO ALGUNAS DUDAS EN TORNO DEL FUNCIONAMIENTO

Insinuó Argentina más de lo que terminó dando

Arrancó para fiesta, terminó con algo de angustia. El gol de palomita de Gabriel Heinze, en el arranque, terminó siendo la ventaja en un partido en el que Lionel Messi fue figura excluyente, sólo ensombrecido por la tarea del arquero africano.

Gabriel Heinze se zambulle en palomita, la pelota ya viaja rumbo al ángulo superior derecho del arco nigeriano, es el único gol argentino.
Imagen: Télam.

Pudo haber sido una goleada. Y nadie habría tenido derecho al pataleo. Si el arquero nigeriano Enyeama no se hubiera erigido en un muro, si no le hubiera tapado los remates al ángulo que le sacó a Messi, si a Higuaín no lo traicionaban los nervios, si la Selección hubiese afinado la precisión en los 20 disparos al arco que efectuó.

Pudo haber sido un empate, también, si el equipo rival hubiera sido un poco menos ingenuo, si los mejores futbolistas que mostró jugaban desde el arranque, si hubieran tenido un cachito más de suerte en los últimos metros del terreno.

En el medio quedó el 1-0 final, escaso para el paladar exigente, suficiente para pasar el debut mundialista en Sudáfrica. ¿Ganó bien la Argentina? Sí, porque manejó en general el trámite, controló más el balón y dispuso de las mejores oportunidades de gol. ¿Es un triunfo para soñar? No. Lo admitió el mismo Maradona después del partido: Nigeria nos perdonó la vida. El sistema hizo agua en momentos definidos del partido y el técnico no siempre tuvo en claro cómo corregir esas falencias, en la zona de volantes como en la zaga, de la misma manera que tampoco se anticipó con los cambios.

En una jornada de goles tempranos, la palomita de Gabriel Heinze –paradito solo en el punto del penal, tras un corner de Juan Verón, en lo que se pareció mucho a una jugada ensayada– resultó un rápido premio a la actitud generosa con la que la Selección salió a jugar el partido, con presión y movilidad. Una lástima que el resultado no se ampliara cuando la Argentina dispuso de innumerables situaciones para hacerlo, porque más tarde, y especialmente en el segundo tiempo, cayó en baches en los que perdió el dominio de la pelota y terminó sufriendo.

Es cierto: no tuvo la cuota de precisión (¿suerte?) que mereció, especialmente con la actuación que le cupo a Lionel Messi. Audaz, decisivo como pocas veces se lo vio con la Selección, más de media docena de ocasiones tuvo en sus botines el rosarino como para transformarse en el jugador del encuentro, aunque la FIFA, con criterio respetable, erigió en tal cosa al arquero africano. Al astro del Barcelona quizá le faltó el gol para no ser discutido.

No se vio el mismo nivel en las demás líneas. Aunque Romero se mostró seguro, el fondo penó con Demichelis –el más flojo de la zaga– que siempre jugó con el flanco derecho expuesto: a Jonás Gutiérrez le quedó mucho terreno que patrullar, con Verón tirado a la izquierda (antes de que saliera sentido en los gemelos) y en esa zona se gestaron los dramas que pintaron algunos gestos de angustia en el equipo y entre los hinchas argentinos.

Poco a poco la Selección perdió brillo y en la segunda mitad incluso dejó planear el fantasma del empate en alguna jugada que los nigerianos no supieron aprovechar. Las entradas de Martins y Odewingie reactivaron el juego ofensivo africano, y la Argentina la pasó mal, innecesariamente, durante algunos minutos.

La Selección mostró compromiso y una enorme vocación, aunque no siempre supo qué hacer con la pelota. Cuando Messi encendió su pique corto, ilusionó al mundo. Pero el equipo buscó poco a Di María, y esa ausencia en el circuito de juego se hizo notar. Para colmo, aunque siempre intentó asociarse con Messi, Tevez fue más entusiasmo que claridad. Quizá Maradona tardó 20 minutos de más en mandar a Milito a la cancha para reemplazar a Higuaín, bien dispuesto pero poco certero para definir, aunque el delantero del Inter entró cuando la Selección ya no controlaba tanto el balón.

Diego estuvo acertado en algo: el viernes calibró a la Argentina en 6,5, pensando en un hipotético 10 en la que por ahora es una ilusión de final mundialista. La calificación general de la actuación de ayer apenas supera esa marca: con generosidad se le puede adjudicar un siete promedio. La ventaja es que ni el propio Maradona se la creyó. El valor, el peso específico de la victoria, es un balance satisfactorio para este primer partido. Pero hay que formular serios ajustes en el equipo para continuar sosteniendo esa ilusión.

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