› Por Sandra Russo
El viernes en C5N escuché a un comentarista decir que “y bueno, no faltan los equipos que ganan a pesar del entrenador”. Es que llegamos a este Mundial con un Maradona menos neutral que nunca, y la yapa: él está mejor que nunca. También vi un tramo de una conferencia de prensa en la que un periodista le preguntaba a Heinze por qué será que los técnicos lo eligen pero la gente no lo quiere. Es que a este Mundial llegamos, además, con buena parte del periodismo deportivo teniendo que atajar las tensiones propias y las del periodismo político. Y no faltó un filósofo, Tomás Abraham, declarándose muy futbolero pero reactivo al “patrioterismo” reinante. Es que, por último, llegamos a este Mundial muy poco después de un Bicentenario furioso y arrobado, y esta vez la bandera argentina, que tantas veces hicieron flamear en nombre de todos los militares, la oligarquía, la Sociedad Rural o los taxistas que escuchan Radio 10, se quedó pegada a los sectores populares. Llegamos con la bandera recién recuperada.
Me pongo a pensar en qué se diferencian el patriotismo y el patrioterismo, y me parece que es en lo mismo que se diferencian lo popular y el populismo, o la libertad y el libertinaje. Son rebajas de sentido, aplastamientos semánticos que vuelven lo presuntamente elogiable en criticable.
Fuera del lenguaje futbolístico, que recae en lo específico del juego, los metalenguajes que surgen del fútbol implican siempre, en todos los mundiales, un compromiso de pertenencia tanto de jugadores como de hinchadas. Si le quitáramos eso al Mundial, no quedaría mucho de su encanto en pie. Esas pelucas, esas caras pintadas, esos disfraces, esos carteles con nombres de pueblos de cualquier parte del mundo indican pertenencia. Es cierto, claro, que esos metalenguajes provienen aquí y en todas partes no del hueco más profundo del corazón de los pueblos, sino más bien de las agencias de publicidad transnacionales que manejan las cuentas de los grandes sponsors. El Mundial sublima diferencias jerárquicas entre países. Aunque la canción oficial es pegadiza, no deja de ser curioso que sea Shakira la que dejará esa marca de sonido en el Mundial africano. El Africa que suena es la del Rey León, un Africa doblada al castellano o al inglés, digerible sólo en su aspecto “multicolor”.
El Mundial es así, resumiendo, una versión pop de todos nosotros. Quedamos sumergidos por unas semanas en un clip en el que movemos las cabezas, agitamos las banderas y cantamos los cantitos, gritamos los goles, tenemos nuestros favoritos, nuestras cábalas y dos o tres frases hechas para intervenir en las reuniones. Durante los mundiales, si es que somos de aquellos que al menos festejamos un triunfo de la Selección, acá o en cualquier parte, hay una tregua para atenuar diferencias y tener algo en común, algo bien pop, amable, eléctrico pero melódico. Para los que ni eso, queda la cuerda rota de su amargura.
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