Dom 13.06.2010

DEPORTES  › ARGENTINA, MAS ALLA DE LOS BARRABRAVAS

Auténticos hinchas

› Por Gustavo Veiga

El contraste es notable. Barrabravas con prontuario viajan a Sudáfrica con dineros ajenos, hooligans británicos son atajados cuando intentan ingresar vía Dubai, pero miles de hinchas, decenas de países representados en ellos, conviven en armonía sin importar la fe que profesan, el color de la piel o sus ideas políticas. Un Mundial es también el ambiente cosmopolita de sus tribunas, la multiplicidad de lenguas que se escuchan, la tonalidad escogida para pintarse la cara como bandera. Un Mundial es coincidir cada cuatro años para disfrutar del fútbol, no importa el lugar, el clima o la diferencia horaria. Hay que estar ahí para contarlo. No es lo mismo vivirlo a la distancia.

Este es, más que el Mundial de Sudáfrica, el Mundial de Africa toda. Ya lo dijo Jacob Zuma, su presidente, en una carta que puede leerse en la página web del Congreso Nacional Africano (ANC), el partido del gobierno y que tiene como faro a Nelson Mandela: “Apoyemos a los seis países africanos que participan en este Mundial y recordemos la enorme asistencia que nos proporcionaron durante nuestra lucha. Este torneo pertenece tanto a ellos como a Sudáfrica”. El continente tiene mil millones de habitantes, 53 naciones y el fútbol le da la posibilidad de demostrarle al mundo que el hambre, las enfermedades y los conflictos armados no son las únicas y gastadas postales que pueden transmitirse de él por la televisión.

Hasta ahora, las páginas y las tapas impresas de los días previos las habían compartido, casi en proporciones iguales, el seleccionado, Diego Maradona y el tour de las barras al Mundial. La información que no abundaba sobre el equipo –a no ser por sus actividades tan distendidas como recreativas– sí sobraba sobre Hinchadas Unidas Argentinas, la autodenominada hinchada oficial (la fracción de Lomas de la Doce) o el grupo de la Buteler que llevó San Lorenzo.

Un dato, que no trascendió hasta hoy, indica el poder económico que ostentan los violentos del tablón. La noche de la partida hacia Sudáfrica, dos o tres barras del club de Boedo se presentaron al check-in sin los pasajes de un vuelo que faltaba completarse. Desembolsaron una suma cercana a los 30 mil pesos en efectivo y se quedaron con los tickets que necesitaban. Ni siquiera pidieron el vuelto. La historia la contaron con parecidos detalles dos fuentes inobjetables.

Los cientos de hinchas que ahorraron como pudieron para pagarse la aventura de presenciar el Mundial no harían una demostración semejante. No tendrían con qué. El único alarde que pueden permitirse es colgar las banderas de sus clubes, una pegada a la otra, en curioso orden, como se vio en el majestuoso Ellis Park de Johannesburgo antes del partido con Nigeria. Así sucede en la mayoría de los mundiales. En la Argentina, idéntica ceremonia podría costar el pellejo. Ese es el espíritu con que se vive la máxima ceremonia ritual del fútbol. A no ser por unas copas de más, es difícil que se rompa esa norma de convivencia. Y eso que desde Sudáfrica llegaban imágenes de público consumiendo porrones de cerveza en el estadio.

Algunos, como los barrabravas, pretenden dominar la escena por un inocultable afán de protagonismo. Se imponen estar, sueñan con atribuirse un posible éxito por el aliento que venden. Eso les daría más predicamento, suponen. No se dan cuenta de que un Mundial es diferente. Una oportunidad única de compartir experiencias con culturas muy distintas, sin chauvinismo. El fútbol no es todo. Es tan sólo una parte del ambiente que se respira en una Copa del Mundo.

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