DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
La galopante degradación del fútbol-juego, esto es, de la auténtica cultura futbolera, produce un efecto dominó, que arrastra a un montón de componentes, algunos periféricos y otros no tanto, lo que es más grave.
A nadie, salvo a los que hacen negocios con la mediocridad, le puede dar disfrute esta manera de hacer como que se juega al fútbol en la Argentina.
Los verdaderos vendedores de humo, los que desde cualquier lugar insisten en lo “apasionante” de este Clausura, confundiendo –con la mala leche que siempre los caracterizó– “disputado” o “parejo” con el discepoliano “todo es igual”, pero muy especialmente “nada es mejor”, provocan que muchos se crean en su buena fe que hay que conformarse con lo que hay.
Y lo que hay son equipos que juegan casi todos mal, muchos árbitros y jueces de línea que no saben de qué se trata, jugadores que por compromiso vaya uno a saber con quién –está claro que no con ellos mismos– declaran rosarios de estupideces, entrenadores que en su gran mayoría se desviven casi únicamente por “tomar precauciones”, preparadores físicos que abusan innecesariamente del “trabajo de la semana” imponiendo esfuerzos sobrehumanos con la complicidad y anuencia de técnicos y médicos, y comunicadores que anuncian “para el próximo fin de semana”, el “gran partido” entre cualquiera y cualquiera que, por supuesto, resulta un fiasco. Casi sin excepciones.
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