DEPORTES › OPINION
› Por César Francis *
¿Yo, señor? Sí, señor, no, señor, ¿pues entonces quién?, pues entonces Grondona. Desde 1979 el juego del Gran Bonete del fútbol da siempre el mismo resultado, el mismo apellido: Grondona, Grondona, Grondona... Uno debería asumir que así sería eternamente de no ser por la finitud de los mortales. La AFA, cumpliendo las fechas de su calendario electoral, se aprestó días atrás a recibir a los candidatos a presidir el sillón más importante del país después del Sillón de Rivadavia. Pero a diferencia de lo que sucede en las elecciones a presidente de la Nación, donde numerosos hombres y mujeres presentaron sus fórmulas electorales, en la AFA solamente se presentó un candidato, como sucedió en 1983, 1987, 1995, 1999, 2003 y 2007. La excepción fue 1991 donde quien tuvo la osadía de enfrentar a Grondona, Teodoro Nitti, pagó caro su atrevimiento al sufrir una derrota merecedora del Guinness: 39 a 1.
Pasaron 32 años del primer día que Don Julio cruzó como presidente el umbral de Viamonte y nadie puede en su sano juicio hablar de casualidades a la hora de buscar las razones por las que nunca tiene contrincantes para tan codiciado sillón. En todo caso deberíamos hablar de causalidades respecto de las razones que llevan a que nunca haya tenido ni vaya a tener adversarios electorales; al ex árbitro Nitti no se lo puede tomar como rival ante la derrota sufrida.
Si hablamos de causalidades, en la AFA modelo Grondona hay y muchas, todas nacidas de su singular capacidad de construir poder, reflejada por ejemplo en su excelso arte de sumar y contratar a quienes lo criticaban a diestra y siniestra, devaluando el discurso de sus detractores y tentando a los compañeros de aquellos ex díscolos para que sepan que el libro de pases de Grondona y/o AFA siempre está abierto para comprar, aunque nunca para vender: a lo sumo, Grondona los deja libres.
Otra causalidad grondoniana es la de poseer un innato y obsesivo instinto de adaptar a su talle el estatuto de la AFA, restringiendo, limitando y dificultando la posibilidad de que otros puedan consagrar una candidatura alternativa a la suya. Por ejemplo, cuatro años de antigüedad como miembro de comisión directiva de club o de la AFA o al solicitar la “inmolación” de siete asambleístas como avalistas del retador sobre 49 votantes.
Entre las causas de este fenómeno dirigencial se agrega el haberse convertido en un eslabón esencial para la gestación de un monopolio periodístico que en muestra de gratitud supo darle protección mediática digna de envidia de todo aquel con vocación de perpetuidad en el cargo. Y seguramente su agudo olfato de poder, acompañado de un instinto de supervivencia de superhéroe, lo impulsaron a sacarle las escaleras al monopolio y entregarle la transmisión del fútbol al Estado para, vaya paradoja, beneficiar a los hinchas que él supo postergar, permitiendo y avalando –en aquellos años de opinión única y sin pensamiento crítico– la transmisión en diferido de partidos de la Selección Nacional. Sucedió en las Eliminatorias para el Mundial 2002, al mejor estilo del Copa del Mundo 1966 pero en colores.
Tampoco debe ser casual que el 2 de la FIFA no haya hecho demasiado para evitar que los clubes abulten sus pasivos, de manera de encontrar la excusa justa que le permita canalizar su alma de bombero, saliendo raudo a apagar el incendio que supo potenciar, sin exhibir pudores propios ni atender reproches ajenos.
Grondona, el Rey de las Causalidades, prefabricó escenarios que le otorgaron, otorgan y otorgarán la tranquilidad de dar por descontado que no habrá dirigente de club recién asumido cuya primera acción de gobierno no sea la de llamar a su celular o salir corriendo a las puertas de la calle Viamonte y recibir la contención espiritual y económica de San Grondona para instaurar el famoso “me debes una” de las series policiales.
Así mascullaron el amargo sabor de la impotencia en tiempos en que el viagra no existía, dirigentes tan disímiles como Juan Destéfano, Luis Barrionuevo, Carlos Heller, Teodoro Nitti, Fernando Miele, Daniel Lalín, José María Aguilar, Carlos Bilardo o Raúl Gámez; próximamente, Daniel Vila y Fernando Raffaini engrosarán la nómina.
Algunos terminaron tristemente sus carreras en el mundo del fútbol, otros se volcaron con la fe de los conversos al calor del fogón de Viamonte 1366 y uno de ellos ya roza el delirio místico al continuar dando la batalla discursiva en la soledad más absoluta.
Ante este rosario de decisiones precisas y exactas para amurallar un poder incólume y amoral, en lugar de organizarse para el cambio los dirigentes de los clubes que conforman la AFA en estos últimos 30 años sólo se especializaron, en su gran mayoría, en ser los reyes en el arte de estirar la gorra ante el rey del “todo pasa menos yo”.
Mientras, Vila se refugió en amparos varios para disimular su falta de avales y Raffaini sintió el sabor de la traición de todo reino al ver cuantos le dijeron “contá conmigo” sin precisarle que la cuenta no era una suma sino una resta.
En el Imperio Grondona sólo existe la certeza que todo papa terminará, más tarde o temprano, su papado y para ese momento quienes pretendan sucederlo deberán tener preparada una propuesta de AFA superadora al modelo actual. “Un club, un voto” no parece ser la receta adecuada para lograr una AFA mejor.
* Titular de la Asociación Todos por el Deporte.
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