DEPORTES › TENIS > CLAVES DEL RENDIMIENTO DE ROGER FEDERER
› Por Carolina Fernández
Roger Federer ganó por sexta vez el Masters de la ATP, superando el record de Ivan Lendl y Pete Sampras, y de paso recuperó el tercer escalón del ranking mundial, detrás de Novak Djokovic y Rafael Nadal, otra vez por delante de Andy Murray. Ha tenido épocas flacas, de crisis en su juego. Ha perdido inexplicablemente partidos que debía y necesitaba ganar. Rafael Nadal parece ponerlo tenso y nervioso. Cuando falla en su drive o en su primer saque, puede ponerse fastidioso y enojado. Con ese talante se le adivina una frustración que lo vuelve lento e indolente. Hilando fino, surge claro que gran parte de sus tiros errados derivan de fallas en el desplazamiento, de llegar mal parado a la pelota. Pero es lo de menos, y las pruebas sobran.
Mirar en cámara lenta la derecha de Federer debería ser tarea para el hogar de todo aspirante a jugador. La pierna izquierda se adelanta junto con el hombro, absorbiendo el peso del cuerpo en la medida justa para lateralizarlo; el brazo derecho se abre hacia atrás sin dejar caer la cabeza de la raqueta, mientras el izquierdo acompaña equilibrando los pesos y marcando la dirección del golpe. La pelota se acerca y en el momento en que está a la altura de la cadera, todo el cuerpo va rotando en cadena, estirado, resolviendo las tensiones preparatorias en su secuencia justa para lanzar hacia adelante el brazo derecho, raqueta abierta. La mirada no abandona la pelota. El centro del encordado impacta, envuelve y acompaña la bola ese instante necesario para cerrarla sobre el aro y darle efecto. La pelota deja las cuerdas y el brazo del suizo acompaña el recorrido hasta cerrarse por delante del cuerpo, mientras pie y hombro derechos vuelven por inercia a su sitio. No hay pérdida de energía, no hay tensión ni esfuerzo desparejos.
No hay que dejar de estudiar el revés, a una mano, como todo revés que se precie de elegante. Federer flexiona las piernas hasta la altura óptima para el impacto; la derecha se adelanta, el hombro apunta al rival, el brazo esconde la raqueta, la mano izquierda acompaña tomando suavemente la base del aro, el encordado se lanza hacia delante apuntando de plano al campo contrario. Todo el cuerpo se empuja sobre la pierna derecha y ambos brazos terminan abiertos en cruz marcando la dirección de la pelota. Un breve salto para agotar la inercia y ya está listo para seguir.
El saque responde a las mismas leyes de integralidad y armonía. Lateralizado el cuerpo, los brazos se balancean simétricos y se abren; se eleva en puntas de pie, la bola se ubica a la altura que la necesita el brazo derecho, que desde la espalda sale disparado con todo el cuerpo hacia arriba y adelante, guiando la raqueta hacia el impacto. Si es un segundo saque, Roger resigna velocidad por seguridad, girando el grip para darle kick o slice lateral.
Es de manual. Sabido es que los manuales proponen un ideal de perfección casi impracticable. Salvo para Federer.
Es imposible desacoplar la eficiencia de los golpes del suizo de su plasticidad y elegancia; eso explica que no transpire, que apenas resople un par de veces después de un rally de quince o veinte golpes –como en el primer match del Masters de Londres contra Nadal–, que su danza no muestre cortes abruptos, frenadas, explosión. Que haya tenido sólo lesiones menores, a pesar del calendario demoledor de las últimas temporadas. Que esté entero, cuando los demás parecen salidos de una trinchera. El secreto no es otro que su capacidad de administrar la energía física con total eficiencia en la preparación, armado, ejecución y resolución de los golpes, y en la danza ligera con que se desplaza por la cancha. Aplica una economía de movimientos perfecta, una dinámica exquisita. En cada golpe, todo Federer se transforma en un látigo humano.
Esa técnica sin fisuras es la herramienta al servicio de un recurso mayor; su extraordinaria inteligencia y repentización. Es capaz de transformar un tiro defensivo en una estocada mortal; de anticipar al rival y colocar la pelota exactamente donde el otro la detesta. Puede salvar un globo ganador improvisando un smash de revés, saltando y de espaldas a la cancha. O rescatar de sobrepique, a pura muñeca, una bola que viene a los pies y convertirla en un drop que se estrella quince centímetros adentro del campo rival, como una fruta madura.
La armonía de movimientos sumada a su capacidad de improvisación hace que aparente jugar sin plan. Se toma cuatro o cinco games para estudiar a su rival y medirlo; calcula la cantidad de energía y destreza que necesita para superar esa medida y administra el volumen de juego en consecuencia. Federer parece ajustarse constantemente a la evolución de la performance de su rival, manteniéndose un escalón más arriba. Su sensibilidad para esta modulación no parece tener límites. Cambia ritmo, velocidad, efectos y distancias de golpe hasta quemarle los papeles a cualquiera.
Desde 2002 viene deslumbrando al circuito entero, forzándolo a refinarse. Se disfruta de un mejor tenis gracias a él. Después de diez años de carrera, habiendo ganado todo lo que se podía ganar y roto todos los records, probó en este Masters que su talento y su placer por jugar al tenis siguen frescos y vitales.
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