DEPORTES › MURIó ANGELO DUNDEE, MíTICO ENTRENADOR DE ALí
Autor de una de las más famosas frases de la historia del deporte, el técnico del legendario boxeador y de Sugar Ray Leonard falleció a los 90 años.
› Por Daniel Guiñazú
Decir que ayer, a los 90 años, murió de una trombosis coronaria en Clearwater, Florida (EE.UU.), Angelo Dundee, es decir también que ha muerto uno de los más grandes entrenadores que el boxeo ha dado. Acaso el más notable motivador y gestor de proezas de todos los tiempos. Acompañó desde el rincón toda la legendaria campaña de Muhammad Alí. Y esa posición simultánea de protagonista y testigo privilegiado de la carrera del más grande boxeador del siglo XX le asegura por sí misma su lugar en la historia. Pero Dundee fue mucho más que el jefe indiscutido del rincón más famoso del pugilismo.
Dundee (en realidad apellidado Mirena) fue hacedor y técnico de varios notables de la segunda mitad del siglo pasado. Por sus manos expertas pasaron campeones como Carmen Basilio (welter y mediano), los cubanos Ultiminio Sugar Ramos (pluma), Luis Manuel Rodríguez y Mantequilla Nápoles (welter), Ralph Dupas (mediano junior), Willie Pastrano (medio pesado), Jimmy Ellis (pesado), y quien acaso luego de Alí haya sido su pupilo más refulgente: Sugar Ray Leonard, campeón de cuatro divisiones, de welter a medio pesado, en los ’70 y los ’80.
En ese minuto de descanso entre round y round, donde muchas veces se juega a cara o cruz la suerte de una pelea, Dundee fue un coloso. “Godzilla y Superman en una sola persona”, según lo calificó alguna vez el médico cubano Ferdie Pacheco, colaborador suyo en la atención de Alí. Con el hisopo del cicatrizante cruzado entre los labios (fue un extraordinario curador de heridas), se las ingeniaba para hablar con la claridad y energía de un estratega y dar la instrucción clave que aseguraba la victoria o le daba un drástico golpe de timón a las acciones. No apabullaba al boxeador con indicaciones, ni lo aturdía con sus gritos. Sabía cómo tocarle el alma con pocas y bien dichas palabras. Y si ni siquiera eso alcanzaba, echaba mano a su nutrida alforja de picardías para ganar tiempo y pasar chubascos. De esa manera le permitió a Alí ganar combates que estaban perdidos o poco menos.
El más célebre sucedió en Manila, el 1º de octubre de 1975. Después de 14 rounds demoledores ante Joe Frazier, Alí llegó a la esquina, exhausto, detonado. Dispuesto a abandonar aquel pleito que luego calificó como “lo más parecido a la muerte” y, por consiguiente, el título mundial de los pesados que exponía aquella mañana en la ardiente capital de las Filipinas. Fue en ese momento en el que Dundee jugó su última carta de viejo zorro de los rings.
Se dio treinta segundos antes de notificarle el abandono al árbitro Carlos Padilla. Miró el rincón de Frazier y captó que estaba sucediendo lo mismo: “Smoking Joe” le decía a su entrenador, Eddie Futch, que se estaba yendo de la pelea, incapaz de soportar el suplicio. El triunfo y la proeza estaban a dos pasos de distancia. Y Dundee se los hizo dar a Alí: “Lo único que te pido es que cuando suene la campana, des dos pasos al frente y levantes tus brazos, nada más que eso”, le dijo. Exhausto, el campeón le hizo caso. Y así se convirtió en victoria una derrota que estaba sellada un minuto antes.
Nacido en Filadelfia el 30 de agosto de 1921, Angelo mamó el boxeo desde muy pequeño, en el seno de su familia italiana. Uno de sus hermanos mayores, Joe, fue boxeador bajo el nombre de Johnny Dundee (de él tomó su apellido boxístico). El otro, Chris, resultó un famoso promotor y manager. Luego de la Segunda Guerra Mundial, empezó a trabajar en el Stillman’s Gym de Nueva York y en los primeros años de la década del ’50 se incorporó al gimnasio que su hermano Chris manejaba en Miami Beach. Primero se encargó de tareas menores: la limpieza de las toallas y la higiene de la cuadra. Luego empezó a preparar boxeadores. El primero se llamó Bill Bossio.
Tuvo los mejores maestros a la hora de aprender la áspera tarea de los rincones: Charley Goldman, Ray Arcel y Chickie Ferrara, entre tantos otros, le enseñaron todos los trucos, los limpios y los sucios, para sacar una pelea adelante. Y los secretos para hacer vibrar las fibras más íntimas de sus boxeadores. Carmen Basilio fue su primer campeón del mundo a mediados de los ’50. Y en 1963 llegó a consagrar cuatro (Ramos, Rodríguez, Dupas y Pastrano).
A Alí lo tomó cuando era Cassius Marcellus Clay y venía de ser campeón olímpico en los Juegos de Roma en 1960. Y con él estuvo 20 años, atendiéndolo en el gimnasio y en la esquina, el día de las peleas. Era el único blanco en un equipo de negros. Sabía que muchas veces sus consejos sabios le entraban a Alí por un oído y le salían por el otro. Pero también que lo respetaba por su experiencia y su fidelidad de haber estado a su lado cuando todos lo daban por terminado tras sus derrotas ante Frazier en 1971 y con Ken Norton en 1973, la noche en la que estuvo 11 rounds con la mandíbula fracturada.
La última gran contribución de Dundee al boxeo fue haber estado en el rincón de George Foreman cuando en 1994 noqueó a Michael Moorer y se convirtió en el campeón pesado más veterano de todos los tiempos. Dos años antes, en 1992, había ingresado al Hall Internacional de la Fama de Canastota (Nueva York). Y en 2005 entrenó al actor Russell Crowe para que hiciera del campeón pesado James Braddock en la película El luchador (The Cinderella Man). El malvado paso de los años, inevitablemente, le fue mellando sus energías. Pero no su sabiduría ni su humildad. Ni su bien ganado lugar en la historia mayor del boxeo. Una historia que ayudó a escribir desde los rincones, pero siempre ocupando, curiosamente, el centro del cuadrilátero.
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