Jue 05.04.2012

DEPORTES  › OPINION

Como se vive, se hace jugar

› Por Pablo Vignone

Siete entrenadores en ocho fechas. El fútbol de Primera pica carne de entrenadores, pero la media corriente –un técnico cada dos fechas– está siendo ampliamente superada en este Clausura, en el que la fiebre por no descender favorece el alambique de maniobras de última instancia, en las que no cuentan los límites, ni económicos ni éticos. El Caso San Lorenzo simboliza ambas extralimitaciones.

Dice Roberto Perfumo en su columna de Olé: “Sucede que hoy el técnico es quien tapa los errores de todos. Hay que decirlo otra vez: su trabajo (el de los técnicos) es totalmente insalubre”. Esto es así, pero también es cierto que los mismos entrenadores alimentan la propia hoguera que los consume.

El senador Aníbal Fernández anuncia por Twitter que Omar De Felippe es el nuevo entrenador de Quilmes. Y De Felippe admite que sabía desde hacía un mes que iban a ofrecerle el cargo. La conclusión es obscena de tan obvia. Para que ello se produjera, un técnico de un club tenía que estar negociando con otro club que tenía técnico. Durante un mes.

Los entrenadores son los fusibles de este fútbol moderno, pero cuando todo va bien se aprovechan de la ya indisimulable escasez de técnica en la media de los futbolistas para imponer su impronta. Esa cuota normalmente exagerada de protagonismo termina pagando impuesto. Y la voracidad sin límites hace el resto. Es que, por supuesto, como se vive, se juega. O se hace jugar.

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