DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Aviso al lector: como Juan Román Riquelme es afortunadamente tan pero tan impredecible para el fútbol como para la vida, este escribidor se abstiene de hacer referencia a su alejamiento –o en todo caso “no alejamiento”– de Boca y del fútbol. Ya habrá tiempo para disfrutar del regreso del mejor jugador argentino, banderazo mediante, o para lamentar su renuncia.
Pero aprovechando el afortunado receso de la olvidable actividad local, hay otras cuestiones de las que vale la pena ocuparse.
Juanma Trueba es un periodista español, enfermo militante del “fútbol que le gusta a la gente” y exquisito para colocar sujetos, predicados, verbos, metáforas y demás, reivindicador empecinado de lo que los ignorantes y mala leche llaman “aburrimiento”. Y esto escribió respecto de la posesión de esta maravillosa selección española, bicampeona de Europa y campeona del mundo.
“Posesión. Dominamos a placer y en esta España todo se construye desde la posesión. La selección se casa con el balón y los goles son los nietos, una lejana consecuencia. Los hijos nacen de los pases y de las triangulaciones, del amor, ahí está el disfrute.
“Este fútbol tántrico luce mucho y mancha poco. La adaptación es más complicada para los aficionados que se han acostumbrado a la verticalidad asesina del Madrid de Mourinho. Esta es otra película, otro menú. Ni vísceras, ni carne roja: aquí la comida no rebosa y se sirve en platos cuadrados.
“Los rondos son terapéuticos y se asemejan, en cierto sentido, a una reunión de talentos anónimos.
“Para disfrutarlo hay que entenderlo. España no ataca el sistema defensivo del rival. Ataca su paciencia. Lo suyo (lo nuestro) no es un despliegue bélico sino un ejercicio de hipnosis. Y fijada la atención del enemigo, la selección no busca destruirlo sino convencerlos. En esa aspiración redentora se parece mucho al Barcelona. Y en otras cosas también.
“Este equipo campeón no enoja ni al portero rival. Nadie resulta ofendido, ni el central que baila como un junco.”
Tal lo escrito por Trueba de esta selección española, que por cierto es mucho más Barcelona que otra cosa y que, de acuerdo con las estadísticas que andan por allí, en la final contra Italia tuvo alrededor del 50 por ciento de la posesión, cuando habitualmente el cuadro catalán anda entre el 70 y el 75 por ciento. Y la merma es sin dudas atribuible a la tendencia de un Iker Casillas mucho mejor atajador que “arquero-jugador”, a dividir sus salidas, a las limitaciones de Arbeloa, a los pases fallidos de Sergio Ramos y a algún pelotazo innecesario del otro madridista Xabi. A favor apareció el más que promisorio Jordi Alba, quizá todavía un poco demasiado “entusiasta”, pero seguramente permeable al contagio de los mejores.
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