DEPORTES › LA ACTUACIóN DE LOS ATLETAS ARGENTINOS EN LOS JUEGOS OLíMPICOS
La gran cita olímpica se cierra hoy con cuatro medallas para los deportistas argentinos (que pueden ser cinco), una ligera baja respecto de Beijing 2008. Pero en el contexto histórico, no está lejos de los momentos de mayor esplendor del deporte en el país.
› Por Gustavo Veiga
No importa cuál sea la clasificación final de Argentina en el medallero –falta el partido por el bronce en el básquetbol–; ya se puede trazar un balance anticipado de su participación en los Juegos. La modificación sería muy tenue, como subir al puesto 38º o bajar al 40º desde su actual posición: 39º. Si se coloca el de-sempeño colectivo en contexto, se descendió del lugar conseguido en Beijing 2008 (34º), como en la cantidad de medallas. La cosecha en China sumó seis, contra cuatro de ahora, que pueden ser cinco. ¿Resultadismo? ¿Una mirada sesgada? ¿En qué se basan los cálculos y los análisis? Precisamente en eso, en comparar lo que se hizo adentro y mirar hacia afuera, en tomar en cuenta el pasado y vislumbrar el futuro para sacar conclusiones.
Un dato ilustra más que otros nuestras dificultades en los deportes individuales o aquellos que otorgan más medallas, como la natación y el atletismo. Sebastián Crismanich, el único atleta que consiguió la de oro, rompió un largo paréntesis de sequía de 64 años para un solo competidor. Una curiosidad: el extenso período va desde los Juegos de Londres 1948 hasta los actuales. Aunque la capital inglesa organizó los primeros, en 1908. Tras la segunda posguerra, los boxeadores Pascual Pérez (mosca) y Rafael Iglesias (pesado) y el legendario maratonista Delfo Cabrera habían ganado los últimos oros en aquella Londres que se recuperaba de los bombardeos alemanes lanzados por la Luftwaffe.
Resulta evidente que, desde esa época, la Argentina no ha sido ni es una potencia olímpica. Aun en aquellos Juegos en los que logró mejores ubicaciones y se toman como referencia de bonanza deportiva (en Londres ’48 fue 13º y en Helsinki ’52, 19º), no existe mucha diferencia en la cantidad de medallas con los más recientes. Siete logró en 1948 y cinco en 1952. Seis en Beijing 2008. Las potencias de entonces eran Estados Unidos –igual que ahora– y países europeos como Suecia (subcampeón del ’48), Francia, Hungría (un ejemplo de persistencia en el tiempo, hoy es octava en el medallero) y para Helsinki emergía la ex Unión Soviética, que dominaría el escenario olímpico hasta Seúl ’88. China estaba lejos de ser una potencia.
Es difícil rastrear en el pasado a atletas individuales que hayan arañado el oro olímpico. De dos épocas diferentes se podrían citar al remero Alberto Demiddi (plata en Munich ’72) y al velista Carlos Espínola (plata en Atlanta ’96 y Sydney 2000). La magra cosecha que resalta más el éxito del taekwondista correntino se ligó a menudo al declive en el boxeo, una disciplina que siempre tuvo valores de nivel internacional en la Argentina, hasta que hacían un rápido camino hacia el profesionalismo.
Atletismo, natación y gimnasia, como las artes marciales o el ciclismo, son deportes que requieren del esfuerzo individual sostenido y el respaldo de aportes estatales que durante décadas fueron retaceados por los diferentes gobiernos. Desde que Claudio Morresi, un ex futbolista con compromiso político y militante por los derechos humanos, se hizo cargo de la Secretaría de Deporte, la tendencia a la desinversión se revirtió. Los resultados empezaron a notarse en Atenas 2004, se robustecieron en Beijing 2008 y declinaron ligeramente en los Juegos que se clausuran hoy.
Ahora bien, ¿cuál es el mundo deportivo en que se analizan ciertas estadísticas o datos que van desde las seis medallas de Beijing a las cuatro (hasta esta mañana) de Londres? Es el que volvió a hegemonizar Estados Unidos para desalojar a China del liderazgo en el medallero. Es el que tiene en el continente americano ejemplos previsibles de supremacía en la cosecha sobre Argentina: Cuba (21º), la siempre vigente potencia regional en los ’70, en pleno período especial, o en la actualidad; Brasil, Canadá, México y Jamaica, sobre todo por lo que aportan sus velocistas, con Usain Bolt como emblema.
Si cruzáramos el Atlántico, el de España –una referencia por su modelo de crecimiento deportivo desde Barcelona ’92– podría considerarse un fenómeno estancado. En Beijing ocupó el 14º lugar en el medallero y ahora está 18º, con alguna medalla dorada por definir, como la del básquetbol.
Suponer que estos Juegos marcan un declive basado en el medallero sería un error de cálculo, un enfoque parcial. Algo así como inferir que Irán supera a los españoles en la cantidad de atletas destacados o en infraestructura deportiva porque hoy ocupa el 15º escalón de Londres 2012. O que ocurre otro tanto con Kazajstán (12º en el medallero) sobre Brasil, el próximo organizador de los Juegos 2016. La Argentina siempre se destacó en los deportes colectivos, que se juegan por una sola medalla, igual que la soñada por un esgrimista o un lanzador de jabalina de enorme futuro como el pibe Braian Toledo. El modelo deportivo es también lo que proyecta. Los 52 años sin medallas de oro (1952-2000) son la mejor prueba.
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