DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
“Se juega o no se juega.” “Se suspende o no se suspende.” “Esperamos a que pare o lo frenamos ya.” Además de una fecha luctuosa por la cantidad y en algunos casos la gravedad de las lesiones, la comidilla del fútbol pasó por el respaldo casi unánime a Juan Román Riquelme por la hinchada de Boca –pese a los inadaptados cuasi delincuentes de siempre, que pretendieron ponerle sordina a la ovación– y a la lluvia del fin de semana.
Que los calendarios den escasa posibilidad de jugar fuera de las fechas previstas no es culpa del juego, sino de los que no entienden tres cominos –o por allí entienden, pero se hacen los desentendidos– y solamente analizan cuentas bancarias. Propias y ajenas.
Independientemente del reglamento, que en cuanto a si debe o no jugarse por anegamiento, nieve u otros imprevistos, no debe ni puede ser el mismo para Nigeria que para Islandia. Pero debe quedar en claro que bajo ciertas circunstancias el fútbol queda totalmente desnaturalizado.
No puede uno menos, entonces, que considerar la decisión del referí Pablo Lunati de suspender el sábado el partido entre Independiente y Vélez como uno de los pocos aciertos del árbitro, en su olvidable trayectoria como juez de Primera División.
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