DEPORTES › OPINIóN
› Por Facundo Martínez
La suspensión de los dos clásicos que iban a jugar Newell’s y Central, el domingo pasado y el próximo, son una clara muestra del poder destructivo que tienen los barrabravas en el fútbol argentino, pero también un indicador de las responsabilidades que les caben a los dirigentes en el asunto. El cruce de declaraciones “irónico-picantes” entre los presidentes de los clubes rosarinos no hace más que encender la luz de emergencia sobre un problema que afecta a la mayoría de los clubes nacionales y que apenas un puñado de dirigentes se anima a poner sobre tablas: los barras.
No es el caso del presidente de Newell’s, Guillermo Lorente, quien –mientras la jueza Alejandra Rodenas, a cargo de la investigación por los incidentes violentos en las inmediaciones del estadio del Parque de la Independencia, asegura que le resulta extraño que el estadio Marcelo Bielsa se encontrara abierto a pesar de que el partido se jugaba en el Gigante de Arroyito, y que las cámaras de seguridad “sugestivamente” no funcionaron aunque no hubo corte de energía en la zona– cargó ayer contra su par de Central, Norberto Speciale, y el ministro de Seguridad provincial, Raúl Lamberto, por hacer responsable a la institución rojinegra por lo ocurrido. Tampoco es el caso del presidente de Central, quien calificó de “inexplicable” la suspensión del clásico por incidentes que ocurrieron “a 70 cuadras”. “El operativo de seguridad que se montó en Central y las condiciones de seguridad estaban”, afirmó Speciale, quien así minimizó lo que luego ocurrió en su propio estadio, cuando para compensar a los 30.000 hinchas presentes se decidió que se enfrentaran entre sí titulares y suplentes de Central, algo que finalmente no ocurrió porque los barras de su equipo saltaron a la cancha y les robaron las ropas a los futbolistas que, para colmo, unos meses atrás habían sido atacados por los mismos violentos en el playón del club.
Otro al que le cabe la responsabilidad es el ministro Lamberto, quien a pesar de los incidentes menores registrados durante la semana previa, defendió “el operativo de seguridad” responsabilizando a la dirigencia de Newell’s por no presentar el equipo en el Gigante. A las bravuconadas, se sumó también la empresa organizadora del frustrado clásico y de su revancha, World Eleven, del empresario Guillermo Tofoni. “La realidad es que Newell`s tiene toda la culpa. No fallaron la seguridad ni la organización”, apuntó un vocero. Por suerte –pensarán algunos–, el policía herido de un “balazo” en el cuello ya está fuera de peligro y, entonces, la pelota puede seguir rodando. Pero, ¿hasta cuándo?
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