Dom 06.10.2013

DEPORTES  › RADIOGRAFIA DE LA LOGISTICA DE LAS PATOTAS QUE TIENEN EN VILO AL FUTBOL ARGENTINO

Cría barras y te comerán los ojos

Se juntan para un operativo comando, como en la interna de Independiente, o roban una PC, como hizo la Guardia Imperial de Racing para conseguir información. Ya controlan los clubes, pero quieren saber todo para tener más poder.

› Por Gustavo Veiga

No descansan ni cierran por vacaciones. Las barras bravas suman gestos de audacia, más delitos, contravenciones y siguen cobrando cara su fama. Los medios hablan todavía hoy de la suspensión del partido entre Independiente y Unión para evitar una pelea interna entre dos facciones violentas. Hechos como ése, donde se incautan armas de fuego, facas y otros elementos para matar, suponen un beneficio de inventario: no hubo víctimas. Pero otros episodios que señalan con igual nitidez la impunidad otorgada a las patotas pasan casi inadvertidos porque no registran muertos. Consolidan, eso sí, un capital simbólico: estos grupos crearon un Estado dentro de otro Estado: el fútbol.

El 23 de septiembre, de la sede del otro grande de Avellaneda, la Guardia Imperial de Racing se robó la computadora del contador del club, Silvio Espósito. La devolvió un día después. Resultó suficiente para que sus integrantes controlaran las cuentas ajenas con tal de supervisar o no perder su propio negocio. Una vez que termine la auditoría interna a la gestión Cogorno-Molina, la barra estará en condiciones de ir por más. Siempre van por más. Las de Racing, Independiente y todos los clubes. Ya nadie puede detenerlas. Son como una esponja que chupa todo a su alrededor.

El diario ABC de España, con esa visión etnocéntrica que caracteriza a los europeos, publicó hace un tiempo: “La capital de Argentina es la ciudad con más equipos de fútbol del mundo. Un perfecto caldo de cultivo para cualquier fanático de este deporte. Cada fin de semana, cientos de autocares de ‘barras bravas’ cruzan la ciudad para ir a los partidos. A pesar de los esfuerzos de la policía, el choque entre hinchadas rivales es inevitable”. Al medio le faltó agregar que las peleas a muerte entre grupos de un mismo club son las que más se destacan en los últimos años. Podría ponérseles caprichosamente una fecha fundacional, por la repercusión de lo que pasó, el club de que se trató y la zona liberada que lo permitió: la batalla de los quinchos en River, el 11 de febrero de 2007.

Avellaneda al rojo vivo

Independiente no pudo jugar con Unión el viernes porque enfrente de su estadio la Bonaerense descubrió a un sector de la barra con un arsenal. Hubo 31 detenidos que esperaban cuerpo a tierra en una casa abandonada emboscar a otro grupo con una pistola nueve milímetros, un revólver .38, un 22, facas, arpones y máscaras.

No viene al caso de quiénes se trataba. Sus nombres deberían estar más en las páginas policiales que en éstas. Muchos ya tienen prontuario. Javier Cantero, el presidente del club, se consoló con poco: “No estaban peleando por la torta porque no se les da un peso a los barras. Hubo problemas entre ellos, la entrada de los jefes está prohibida al estadio, pero hay segundas y terceras líneas”. Habría que creerle. En el pasado dio señales nítidas de ir por un camino diferente a la mayoría de sus pares. Pero las preguntas quedan picando: Y entonces, ¿por qué esperaba la patota armada? ¿Qué cuentas quedan pendientes en la interna de la barra brava? ¿Qué tajada se disputan? Hay algo que no encaja en el relato.

Menos prensa tuvo el operativo incruento de la Guardia Imperial en la sede social de Racing, una semana antes. Su primera línea le robó la computadora al contador del club, Silvio Espósito, y la devolvió al día siguiente. El despojo tuvo una finalidad quirúrgica. Conocer los detalles económicos y financieros de la institución. Pero además, la incursión se dio en el marco de un conflicto interno entre los dos dirigentes que se disputaban hacía tiempo el poder: el ahora ex presidente Gastón Cogorno y el ex vicepresidente primero Rodolfo Molina, quienes renunciaron en simultáneo para superar la crisis sin red en que cayeron el club y el equipo. El nuevo presidente es Víctor Blanco, quien oficiaba de vice segundo.

La dupla Cogorno-Molina no era ajena a lo que hacía la barra en el club. Con el primero como máximo responsable, se enseñoreó en la sede de Villa del Parque donde fue asesinado Nicolás Pacheco, un periodista partidario, el 24 de enero pasado. Su cuerpo apareció sumergido en la pileta y en la causa judicial que se investiga su muerte hay tres imputados. En mayo de 2012, la barra amenazó con un arma al colombiano Giovanni Moreno a la salida de un entrenamiento. Los dirigentes, el futbolista y su representante acordaron unas horas después que no se haría la denuncia policial. Sí repudiaron el hecho en un comunicado. Primera vergüenza ajena.

Molina acaso creyó que estos hechos no lo salpicarían. Pero en las redes sociales, donde todo se guarda y nada se pierde, estuvo –valga el juego de palabras– su perdición. Le sacaron una fotografía que fue subida a Twitter y habría sido tomada en el velorio party que el mundo Racing armó en un boliche de Ramos Mejía cuando descendió Independiente. No era una imagen cualquiera. En ella sonreía en diálogo animado con Raúl Guillermo Escobar Barrios, alias el Gordo Huevo, líder de la barra. A centímetros de la escena departía otro pesado: Tonga. Segunda vergüenza ajena.

La foto tomada a Molina y al capo de la Guardia Imperial no ocupa más que una página del álbum que el fútbol viene llenando hace años con las figuritas de los barras. Pueden tener o no muertos en su prontuario, el derecho de admisión o no sobre sus espaldas, más o menos negocios compartidos con la policía, pero la lista ya es infinita.

Estos grupos no están vinculados al delito, como se desprende de ciertos relatos; son ellos la base del mismo delito que rodea al fútbol en su círculo multitudinario. Incluso, tornaron más borrosos los límites jurídicos para neutralizarlos, ya que varios de sus modos de actuar, pasan del delito a la contravención y de la contravención al delito. Ni una ley a medida pudo encuadrar las causas y consecuencias de su ilegalidad. Existen varias razones: el Estado en todas sus jurisdicciones se de-sentiende del tema, en la Argentina gozan de protección política como en ninguna parte del mundo, han sido institucionalizados y reciben todas las prebendas posibles a las que no tiene acceso el hincha de a pie.

La Doce vende lo que llama el “adrenalina tour” para los turistas extranjeros en el corazón de la Bombonera y tiene una red de arbolitos para vender dólares a precio blue; algunos pesados de River se dedican a marcar clientes en las salideras bancarias; los capos de Newell’s, al narcotráfico; todas las grandes barras gerencian a otras barras más pequeñas; y las principales exportan su know how por Latinoamérica.

Hace mucho tiempo que dejaron de ser una pyme. Cruzaron las fronteras, diversificaron sus rubros y le dan un valor supremo a la información para conseguir aumentar su recaudación. En su modus operandi, acaso valga más una notebook que una faca o un revólver calibre .38.

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