DEPORTES › A UN DíA DEL SORTEO DE GRUPOS
› Por Sebastián Fest
Desde Costa do Sauípe
Fiesta, mar, selva, samba y caipirinhas, pero también favelas, tensión, protestas sociales, precios explosivos y denuncias de corrupción: el Mundial que albergará Brasil dentro de siete meses será una delicia para los sentidos, aunque probablemente también el más tenso desde el hiperpolitizado de Argentina 1978.
“Los ingleses inventaron el fútbol, pero nosotros lo transformamos en un deporte más emocionante”, dijo el brasileño Ronaldo, dos veces campeón mundial, a la agencia dpa. Y es así: las emociones estarán garantizadas entre el 12 de junio y el 13 de julio de 2014 en el Mundial de Brasil. No sólo por la efervescencia política propia de un país emergente a pocos meses de las elecciones, sino también por múltiples detalles en torno del siempre polémico certamen organizado por la FIFA.
Si los sudafricanos, coreanos y japoneses estaban demasiado agradecidos a la FIFA cuando el Mundial llegó a sus tierras, y países como Italia, España, Francia o Alemania consideraban una obviedad ser sede, Brasil lo vive casi como una cuestión de derecho natural: si es “el país del fútbol”, es lógico que el Mundial se juegue allí. Y bastante tardó, 64 años desde aquel lejano torneo de 1950 que significó la mayor frustración deportiva de su historia.
El Mundial tendrá un rostro mucho más definido a partir de mañana, cuando el sorteo defina quién juega contra quién, cuándo y dónde. Un sorteo que viene siendo cuestionado por un cambio de reglas hecho por la FIFA a último momento y que hace temer a países como Holanda caer en un Grupo de la Muerte.
Un sorteo, también, en el que la posibilidad de ser sometido a una terapia de frío y calor extremos en forma consecutiva y en cuestión de días está bien presente. Desde los 38 grados de Manaos hasta los 2 bajo cero de Porto Alegre, el Mundial de Brasil será el primero de la historia que se disputará en invierno y verano simultáneamente.
Que los sorteos son complejos y que Brasil es un país-continente son datos innegables, pero la FIFA, errática en sus decisiones y en la forma de comunicarlas, contribuyó en los últimos días a aumentar la tensión.
Lo hizo su presidente, Joseph Blatter, que suele ir en zigzag con sus propuestas, ideas y comentarios. Si diez días atrás, en Roma, abrió la posibilidad de cambiar el horario de partidos al mediodía en zonas de fuerte calor como Natal, Recife o Fortaleza, el martes dio marcha atrás. “No todos estarán felices, pero no puedes hacer felices a todos en este mundo”, fue la curiosa explicación del suizo.
Muchos equipos europeos le temen al calor extremo del nordeste brasileño. Así, Italia acaba de proponer inusuales pausas de hidratación en cada tiempo durante el Mundial para los partidos a jugarse en áreas calurosas.
Pero las distancias en Brasil también juegan un papel muy importante. Para los hinchas será un Mundial extremadamente caro, con partidos en 12 ciudades, hoteles menos que modestos que pretenden varios cientos de dólares por noche de alojamiento, vuelos más caros de lo habitual para esas fechas y un real que, pese a haber bajado, sigue sobrevaluado. Unas distancias que determinarán que, como nunca antes, la decisión de dónde alojarse influya en el rendimiento de los equipos.
Un ejemplo es el de Argentina. La selección de Leo Messi ya decidió que se instalará en Belo Horizonte, una ciudad de clima suave, incluso algo fresco durante el invierno brasileño. Si los albicelestes, cabezas de serie, fueran sorteados en el Grupo G, su recorrido sería por los “hornos” de Salvador, Fortaleza y Recife. Dos partidos bajo el sol impiadoso de la una de la tarde y otro a las cuatro para un grupo de jugadores que se entrenarán en condiciones muy diferentes.
El plan original que mencionó años atrás la FIFA –dividir Brasil en cuatro “zonas” para evitar los saltos climáticos y los largos viajes, también a los hinchas– quedó archivado, y todo es posible ahora en el Mundial, que se jugará también fuera de los estadios.
Si la Copa Confederaciones de junio de este año fue escenario de una inesperada efervescencia social que puso a la defensiva al gobierno de Dilma Rousseff, el Mundial, una cita incomparablemente más importante, se perfila como escenario de bastante más que 64 partidos de fútbol.
Las críticas por los gastos en estadios –mayores ya a la suma de lo invertido en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010– siguen presentes, a tal punto que grupos “antiMundial” advierten en Twitter que “no va a haber Copa”.
Todo un desafío para el gobierno de izquierda de Rousseff, que llegó al poder en nombre del Partido de los Trabajadores (PT). “El gobierno federal no monitorea manifestaciones, pero sí se preocupa por la violencia y los actos de vandalismo”, dijo Andrei Passos Rodrigues, secretario extraordinario para seguridad de grandes eventos y representante del Ministerio de Justicia.
La primera prueba para esa política podría observarse mañana, porque hay grupos que amenazan con manifestarse en contra del Mundial. Difícil meta, ya que deberían hacerlo a la entrada de Costa do Sauípe, un exclusivo resort inaccesible para la inmensa mayoría de los brasileños. Quizá no sea casual que allí, a un costo de más de diez millones de dólares, se haya resguardado la FIFA para ponerle cara al Mundial.
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